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Crítica: 'Don Carlo' de Verdi en El Escorial, con puesta en escena de Boadella

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Autor: Raúl Chamorro Mena
30 de julio de 2016

"ALLÁ, EN  EL SEPULCRO DE EL ESCORIAL"

  Por Raúl Chamorro Mena
San Lorenzo de El Escorial, 28-VII-2016, Teatro Auditorio. Don Carlo (Giuseppe Verdi). Massimo Giordano (Infante Don Carlo), Ekaterina Metlova (Reina Isabel de Valois), Carlo Colombara (Rey Felipe II), Juan Jesús Rodríguez (Rodrigo, Marqués de Posa), Nadia Krasteva (Princesa de Éboli), Eric Halfvarson (El Gran Inquisidor), Fernando Latorre (Un Fraile), Auxiliadora Toledano (Voz del Cielo), Rocío Martínez (Paje Tebaldo). Coro de la Comunidad de Madrid, Coro y banda interna de la orquesta sinfónica Verum. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Manuel Coves. Dirección de escena: Albert Boadella. Escenógrafo: Ricardo Sánchez Cuerda.

   Indudablemente, tiene un sabor especial poder presenciar Don Carlo a escasos metros del imponente Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, que mandara construir el Rey Felipe II. Allí terminó sus días y allí resposan los restos mortales de tan importante monarca, protagonista de la inmortal creación verdiana.

   No está de más aquí recordar, que tanto Giuseppe Verdi como sus libretistas no pretendían realizar un relato de fidelidad histórica. Al igual que Donizetti con la monarquía Tudor (con todas las dieferencias que concurren entre ambos genios, por descontado), a Verdi, como compositor de melodrama, le interesan los hechos y personajes como localización histórica y como fuente de situaciones y elementos de gran fuerza e impacto teatral, que perfectamente imbricadas con la música provoquen emociones en el público, que es lo que buscaba como creador de melodrama romántico, en este caso adaptado a las exigencias de la Grand Opera parisina, pues allí se estrenó la versión original, “Don Carlos” -en francés- en 1867.

   La gran diferencia con Donizetti y anteriores compositores protorrománticos de melodrama consiste en que Verdi no se centra exclusivamente en la pasión amorosa, al contrario, como ya sucediera en “Simon Boccanegra” y en la temprana “I due Foscari” entra de lleno en el juego político, las intrigas de la lucha por el poder, la “razón de Estado” que triunfa e impide ningún resquicio de felicidad a los protagonistas.

   Dado que el libreto de la obra se basa en el Don Carlo de Schiller, que recoge la llamada “leyenda negra” respecto al largo reinado de Felipe II sobre cuyos territorios “no se ponía el Sol”, el montaje de Albert Boadella se centra prácticamente en desmontar la misma, en contra de muchas puestas en escena de esta ópera que inciden y hasta sobredimensionan esta referida “leyenda negra”. De este modo, el Infante Don Carlos se nos presenta como un retrasado mental, como al parecer era en realidad y se intenta potenciar la imagen del Rey Felipe como Monarca renacentista interesado en las artes, con constantes alusiones a su devoción por la pintura. En este último caso no añade mucho a la grandeza del personaje, toda vez que el maestro Verdi con su inigualable instinto teatral se apartó de la imagen de tirano perverso y sin alma que describe Schiller y le confiere una impresionante humanidad, una subyugante grandeza. La propia del gobernante tan absoluto como solitario y desgraciado, tan aparentemente omnímodo como infeliz, atrapado por las intrigas y equilibrios de poder e incapaz de concitar el mínimo cariño, ni en su esposa ni en su hijo. En definitiva, uno de los personajes más grandiosos de la historia de la ópera.

   Por su parte, la caracterización del Infante como una especie de pobre anormal, por muy fiel al a realidad que sea, es totalmente contraproducente y choca con la música y el texto, no digamos su inexplicable suicido final. Estamos con todos los matices que se quieran, con sus elementos dubitativos, ante un todo un tenor romántico protagonista de melodrama decimonónico con rasgos heroicos, de lucha por el bien, por la justicia, juvenil, impetuoso… ¿Quién puede creer que Posa se sacrifique por este lelo que vemos sobre el escenario en este montaje? ¿Es este demente el salvador que lega a España? Por lo demás, la puesta en escena sobre una escenografía desnuda, discurre sin sobresaltos con un movimiento escénico más bien convencional, cuando no somero. Cabe destacar el magnífico vestuario de Pedro Moreno, Premio Nacional de cine 2015, particularmente bellos los trajes de Elisabetta de Valois basados en las pinturas de Sofonisba Anguissola, que comparece sobre el escenario retratando a la consorte Real.

   Como sabemos existen al menos, siete versiones de Don Carlo o Don Carlos, por cuanto el Maestro Verdi, siempre exigentísimo, no cejó en intentar dar mayor cohesión a la obra. “Es un mosaico, todo lo bello que quieran, pero mosaico al fin y al cabo” se lamentaba este genio simpar, nunca satisfecho y con un afán de perfección, propia del mayor compositor para el teatro que ha existido.

   En esta ocasión se representó la versión italiana en cuatro actos (Milano, 10-1-1884), pero con unos cortes arbitrarios como la música que acompaña a la salida de los monarcas y su cortejo en el auto de fe, así como la revuelta popular que rescata al infante preso y la posterior intervención del Inquisidor sobre ellos, imponiendo que se arrodillen ante el Rey. Sin embargo, se interpreta la sublime “Chi rende a me quel uom” que canta Filippo ante el cadáver de Rodrigo y que posteriormente utilizara Verdi para la Lacrymosa del Réquiem y se termina la ópera con el coro de monjes de la versión orignal francesa. Es decir, una especie de extraña y arbitraria ensalada de escaso rigor musicológico.

   Muy digna y competente resultó la labor de Manuel Coves que al frente de una orquesta llena de limitaciones (cuerda pulcra, pero justa de sonoridad y presencia; metales inseguros, invasivos y fallones), completó una muy aseada labor, que si no creó atmósferas ni ofreció un genuino pulso y aliento verdiano, sí ofreció unos mínimos en cuanto a sentido narrativo, tensión teatral y acompañamiento (que no estímulo) al canto. Flojísimo el coro, totalmente desempastado y con un sonido pobre y ratonero. El tenor Massimo Giordano comprometido con el montaje y precupado por traducir la panoplia de gestos propios de un enajenado mental, mostró una total insuficiencia técnica con una pobre impostación, una serie de sonidos atacados por las bravas, sin apoyo, sin colocación, obviando el pasaje de registro. Con una linea de canto dislocada y un fraseo descompuesto, apenas pueden destacarse en lado positivo, un timbre grato y la genuina afinidad e idiomatismo por su carácter de italiano. Ekaterina Metlova, hasta ese momento muy prudente y apagada, se reservó para el último acto y su gran aria “Tu che le vanità”, donde pudo escucharse un material más sonoro y proyectado con unos ascensos al agudo desahogados y bien timbrados. Estamos ante una soprano lírica sin graves, una emisión muy “a la rusa”, gutural, con el efecto “patata en la boca” que compromete la articulación. Intachablemente musical y afinada, aunque plana, sin aristas, ni acentos, ni autoridad alguna, como fraseadora. El barítono Juan Jesús Rodríguez, tras su debut en el MET y con cada vez mayor presencia internacional, volvió demostrar que su sonido baritonal, bello, empastado noble y viril tiene escaso parangón en el panorama actual y resultó adecuadísimo para un personaje tan gallardo y generoso como Rodrigo de Posa. Un buen puñado de sonidos de calidad, de gran efecto en teatro, un fraseo amplio, con largas frases apoyadas en un fiato poderoso, un legato correctísimo, nos lleva a lamentar una vez más, la falta de contrastes e incisividad en su fraseo, el constante uso del  forte y mezzoforte, la ausencia de pianos, de claroscuros, de juegos de intensidades.

   Escaso interés el de la Éboli de Nadia Krasteva, de emisión retrasada y desigual, con unos graves tan efectistas y exagerados como broncos y una expresión y línea de canto vulgares, que sustentaron una encarnación de plateal trivialidad. Un Carlo Colombara un tanto desvencijado vocalmente – falta de pasta, ataques al agudo imposibles, emisión calante- y de escaso relieve en lo interpretativo, quedó lejos de la grandeza de su personaje. Tuvo que aparecer en el escenario el veterano Eric Halfvarson, ya lejos de su mejor estado vocal, para mostrar lo que es rotundidad vocal y acentos vibrantes, incisivos y de gran fuerza teatral. Su imponente encarnación del Gran Inquisidor, que ha paseado durante muchos años por los grandes teatros, dejó atemorizado y retrepado en la silla al público en esa obra maestra de la expresión músico teatral, de la lucha por el poder y la defensa de “la razón de Estado”, que es su dúo con el Monarca. Se comió vivo a Colombara que pareció un colegial ante la estremecedora interpretación del bajo norteamericano. Entre los secundarios destacó la siempre impoluta profesionalidad de Fernando Latorre como el Fraile y el soprendente naufragio de la otrora prometedora Auxiliadora Toledano como Voz del Cielo. Sus tirantes e intrincadas frases en interno al final del auto de Fe le plantearon problemas irresolubles, resultando una encadenación de sonidos calantes, fijos, abiertos y fuera del marco tonal. Es de esperar que sólo fuera un mal día.

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