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El ojo deformante de la ópera: D. Carlos, infante de España (2ª parte)

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Autor: Javier del Olivo
22 de junio de 2015

D. CARLOS, ISABEL DE VALOIS Y FELIPE II: LA HISTORIA Y LA ÓPERA (Segunda parte)

Por Javier del Olivo

 

   En la primera parte del artículo hablábamos de la realidad histórica de los personajes que configuran una de las obras cumbres de la composición verdiana: Don Carlos. En éste analizaremos sus orígenes, sus numerosas versiones y otras óperas que participan de la misma época y de los mismos, o parecidos personajes. Pero antes nos volveremos a hacer una pregunta que ya se formuló anteriormente pero que es necesario retomar: ¿cómo surgió esta historia que enreda a padres, madrastras, hijos, damas de la corte, inquisidores y marqueses?

   Pues nace de la propaganda política, algo tan antiguo como Roma (o si se me apura, como el hombre), donde se descalificaba sin el menor pudor al rival. No era algo común, como ya dijimos anteriormente, que un noble, representando a varios territorios además del suyo, se pusiera al frente de una rebelión. El resto de monarcas veían con malos ojos algo que creaba un precedente que, algún día, les podía afectar a ellos. El levantamiento de las provincias neerlandesas bajo la bandera de Guillermo de Orange era un hecho peligroso e inusitado. Necesitaba un respaldo moral que justificara el hecho y Guillermo y sus asesores lo encontraron en la extraña muerte del Príncipe de Asturias. Entre los embajadores en la corte española sólo el inglés sospecha en el momento que la muerte no haya sido natural pero no es hasta 1581 cuando Guillermo, en su Apología, lanza claramente la acusación de parricidio real para deslegitimizar a Felipe. En el mismo año aparece Diógenes, un escrito dirigido al rey de Francia para que apoye la independencia de Flandes y donde se lanza por primera vez claramente la acusación que dará base al drama de Schiller primero y la ópera de Verdi después: Isabel de Valois y Don Carlos estaban enamorados y Felipe mandó asesinar a los dos por este motivo. También el antiguo secretario de Felipe, Antonio Pérez, huido de España por varios asuntos turbios, entre ellos el asesinato del secretario de Don Juan de Austria, Juan de Escobedo, se dedicó a lanzar panfletos de inflamada propaganda contra el Rey y donde no faltaban las acusaciones de asesinato de su hijo y su esposa. Distintos historiadores (Agrippa d’Aubigné, Jacques Auguste de Thou) siguieron haciéndose eco de estas sospechas  hasta que en 1673 se publica en Ámsterdam  Dom Carlos, obra del abad de Saint-Rèal. Esta obra es la génesis del drama de Schiller y, por tanto, de la ópera de Verdi. Aquí aparecen ya casi todas las situaciones que conoceremos: el padre celoso, la intriga de Don Carlos a favor de los flamencos y quizá también su predisposición hacia el protestantismo, la intervención insidiosa de la Inquisición, la admiración del Príncipe por su abuelo, Carlos V y, sobre todo, los amores incestuosos de Carlos e Isabel. La Inquisición y Felipe se encargan de eliminar primero a Carlos y después a la Reina.

Friedrich Schiller

   Pese a que, como vimos más arriba, todos estos hechos carecen de verosimilitud (incluso sin los estudios historiográficos actuales, ya en la época los más reconocidos historiadores dudaban de este relato) fue el comienzo de un fulgurante éxito de la leyenda que el gran público dio por cierta. Fue primero el origen de Don Carlos, príncipe de España del británico Thomas Otway que la estrenó en Londres en 1676 y, sobre todo de Don Carlos de Friedrich Schiller, drama que publicó en 1787. El escritor alemán se libera de la realidad histórica y busca los conflictos que le interesan para defender sus ideas, propias de la época revolucionaria en que vive y también precursoras del romanticismo: la libertad del hombre frente a la tiranía de Religión y Poder (Carlos y Posa, que es el único personaje principal no nacido de uno real, contra Felipe, el Duque de Alba y la Iglesia que está representada en el drama alemán por el monje fray Domingo y por el Inquisidor), el derecho de los pueblos a su independencia (la lucha de Flandes por su libertad) y la defensa del amor verdadero por encima de las convenciones sociales (Carlos e Isabel enamorados pese a su parentesco). El drama de Schiller tuvo amplia repercusión en la Europa del s. XIX y fue el origen del Don Carlos de Verdi que consagraría para siempre y de manera, hay que decirlo, artísticamente muy brillante, este capítulo de la leyenda negra.

   Verdi recibe el encargo del director de la Ópera de París, Émile Perrin, de componer una Grand Opèra para la Exposición Universal de 1867. El compositor italiano tenía reticencias para aceptar un encargo parisino porque había tenido serios problemas con la orquesta de la Ópera en el estreno de Les vêpres siciliennes. Pero su editor francés, Escudier, le convence de que las cosas han cambiado con la direción de Perrin. Recibe dos textos: uno sobre Cleopatra y otro sobre Don Carlos. Este último es el que más le interesa, avalado además por ser su origen Schiller, autor muy querido por Verdi que ya había utilizado sus textos en tres de sus óperas: Giovanna d’Arco, I masnadieri y Luisa Miller. Además uno de los temas principales, si no el más, de la obra es la relación tormentosa entre un padre y un hijo, algo que a Verdi siempre le atrajo y que plasmó en muchas de sus obras (baste recordar los conflictos entre los Germont, los Foscari, los Boccanegra, Rigoletto y Gilda…) y que seguramente estaba relacionado con la escasamente fluida relación que mantuvo el compositor con su propio padre. El texto francés de Don Carlos se debe a Joseph Mèry que murió al poco tiempo de recibir Verdi el encargo y fue Camille Du Locle quien lo completó y le dio su forma definitiva, siempre, claro, con la supervisión del compositor. La obra se estrenó el París el 11 de marzo de 1867 y cumplía los gustos e imposiciones del público parisino: era una gran ópera de cinco actos, con un ballet de veinte minutos y dos grandes escenas corales. Verdi nunca estuvo a gusto con este modo de trabajar impuesto por las convenciones de la que, por aquel entonces, se consideraba la capital del mundo artístico y cultural. Siempre celoso de su libertad creativa y preocupado por el control de sus obras, temía el mastodóntico engranaje de la Ópera parisina. Y aunque admiraba el nivel y calidad de sus producciones, siempre se mantuvo con la institución un tira y afloja que no satisfacía a ninguna de las partes. La ópera tuvo un frío recibimiento aunque se representó cuarenta y tres veces después de su estreno y muy rápidamente subió a escenarios de media Europa, y en diversos idiomas. Aunque no sería hasta mediada la primera mitad del s. XX cuando pasaría a formar parte imprescindible de lo que llamamos repertorio operístico.

   Hay evidentes cambios en libreto de Mèry y Du Locle con respecto al drama de Schiller. Los más significativos serían la incorporación del acto de Fontainebleau, necesario para explicar y legitimar de alguna manera la relación amorosa de Carlos e Isabel y explicar la aceptación de ésta al matrimonio con el padre de su prometido por necesidades políticas y de paz para su pueblo. También se incorpora a la ópera el acto de Atocha, acto también muy significativo y que cumple dos funciones: crear un momento-espectáculo tan querido por el público parisino del Segundo Imperio y por otra parte explicar la intransigencia religiosa y política de Felipe y la Inquisición a través del auto de fe y el rechazo a los nobles flamencos que piden autonomía para su patria. También destaca la desaparición de personajes como el monje Domingo y el Duque de Alba (poder religioso y político reaccionarios unidos) que son los impulsores de la trama contra Carlos y la Reina y se deja a Éboli como instigadora del desenlace en el plano personal de los personajes y al Gran Inquisidor como mano negra de la parte política y religiosa. También hay claras diferencias en el final. En la ópera la resolución de la trama viene con el rescate del monje-fantasma de Carlos V, que ya había aparecido en el segundo acto, en cambio en el obra teatral queda claro que el Príncipe es entregado a la Inquisición. El final de la ópera nunca convenció a Verdi, pero leyendo su correspondencia con Du Locle se ve cómo éste le convence de la teatralidad de este final.

   Don Carlos tiene ni más ni menos que cuatro versiones que incorporan siete adaptaciones. Muy a menudo se habla de versión francesa (la original digamos) y una italiana, pero esto es incorrecto porque esta “versión italiana” simplemente es una traducción al italiano del original francés, ya que Verdi compuso casi toda la música sobre la base del libreto francés. Vamos a dar un somero repaso a estas versiones:

   1.- La versión de París:

        a) La ópera compuesta por Verdi para la Ópera de Paris, concluida en 1866

        b) Lo representado en el ensayo general del 24 de febrero de 1867 donde hubo recortes en el cuarto acto, particularmente lo compuesto antes de la famosa aria O don fatal, pero también en la escena de la cárcel.

        c) En el estreno del día 11 hay más cortes: Se suprimen también la escena del primer acto de Elisabeth con los hambrientos que le piden su sacrificio y las condiciones en las que se encuentra Flandes relatadas por Posa a Carlos en el segundo acto.

        d) En la segunda representación, el 13 de marzo, es igual a la del estreno pero la escena de la prisión acaba con la muerte de Posa. Un poco más recortada esta escena y traducida al italiano, la obra se estrena en Londres en el mismo 1867 y en Bolonia el mismo               año.

Giuseppe Verdi

   2.- La versión de Nápoles (1872)

   Consiste en una traducción al italiano un poco más corta de la que hablábamos en el apartado d) de la versión parisina pero que incorpora nueva música para parte del dúo entre Felipe y Posa y que es el único pasaje de Don Carlos en italiano para el que Verdi compuso música nueva.

   3.- La versión de La Scala de 1884

   Es una revisión bastante amplia, que reduce a cuatro los actos, que incorpora la nueva música creada para el libreto en francés que luego fue traducido al italiano y que elimina y retoca muchos pasajes de la obra como los duetos entre Carlos y Posa o las escenas de multitud.

   4.- La versión de Módena (1886)

   Vuelve el acto de Fontainebleau aunque recortado y algún cambio con respecto a la versión de Milán, que la acercan más a la de París.

   Por tanto cada nueva producción del D. Carlos verdiano puede ser un D. Carlos nuevo y diferente del que estamos acostumbrados a oír. Un reto, sin duda para directores musicales y escénicos.

   Pero la historia de D. Carlos, Isabel de Valois y Felipe II no sólo inspiró a Verdi. Ya en una fecha cercana a la aparición del drama de Schiller, concretamente en 1800, Prosper-Didier Deshayes (Compositor y bailarín francés) estrena, en la Opera Comique de París,  una obra titulada Don Carlos con libreto de F. P. A. Léger et A. P. Dutrembaly. Y es que los escritores franceses, de Sthendal a Victor Hugo, se han sentido atraídos por este tema. Ya en 1784 (tres años antes que publicara Schiller su obra) Pierre F. Lefèvre publica una tragedia con el mismo nombre, y Marie-Joseph Chenier (sí, el hermano del André Chenier de la ópera de Giordano y del que hablamos en otro artículo de esta serie) también publica en 1803 un drama titulado Fhilippe II y que Napoleón censura porque la Iglesia se puede sentir ofendida por la imagen que se da de la Inquisición. También el mundo anglosajón se verá tentado por el argumento y Michael Costa (de origen italiano) estrenará Don Carlos en el Teatro Italiano de Londres. El argumento es muy parecido al utilizado por Verdi y también proviene de Schiller. La figura de Felipe II es igual de negativa. Don Carlos ha estado en Flandes sirviendo con honor y le llaman a España por estar, al parecer, relacionado con focos protestantes. Pero en el fondo el problema son los celos de Felipe por la relación entre Carlos e Isabel. La corte española refrenda esta actitud con su intolerancia. También aquí llega Posa, y se encuentra a Carlos destrozado invitándole a que busque otras aventuras lejos de España. En la obra de Costa aparece como malvado Ruy Gómez, el marido de la princesa de Éboli, y él es el instigador de la conjura contra Don Carlos. Éste, en el último acto, se suicida cuando lo van a prender e Isabel es entregada a la Inquisición. Como dato curioso señalar que Costa fue el encargado de dirigir la primera representación del Don Carlos verdiano en 1867 en el Covent Garden londinense.

La Ópera de Paris por Terence Gilbert

   Precedente también del más famoso, en 1847 se estrena en La Scala, con libreto de Giorgio Giachetti, Don Carlo de Pasquale Bona. Como curiosidad, existe una grabación completa de esta obra en youtube procedente de una representación en la localidad italiana de Cerignola del año 1969. También relacionadas directamente con esta historia podemos señalar: Elisabetta de Valois con música de Antonio Buzzolla y libreto del conocido Francesco Maria Piave, estrenada en La Fenice de Venecia en 1850, Don Carlo con música de Serafino Amedeo de Ferrari y libreto de Giovanni Pennacchi estrenada en el Carlo Felice de Génova en la temporada de carnaval de 1854. Ya más alejado de las relaciones entre Carlos e Isabel, pero también con el trasfondo histórico del reinado de Felipe II están Don Riego de Cesare Dall’Olio con libreto de Antonio Ghislanzoni, estrenada en el teatro Argentina de Roma y que se centra más el problema flamenco pero con la participación del príncipe Carlos, y una ópera sobre la figura de don Juan de Austria, hijo natural de Carlos I, y que tiene como autor de la música a Filippo Marchetti y como libretista a Carlo D’Ormeville, estrenada en Roma en el otoño de 1885.

   Hasta aquí este repaso por la historia, por la literatura y por la música que han abordado esa relación tan querida para el espíritu romántico pero tan poco fundada en la realidad histórica que tiene como protagonistas al príncipe heredero del trono español, Carlos, a su padre y rey, Felipe y a la esposa de éste, Isabel de Valois.

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