Crítica de José Amador Morales de los dos repartos de la ópera Don Giovanni, de Mozart, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
Ni chicha ni limoná
Por José Amador Morales
Sevilla, 8 y 10-X- 2025. Teatro de la Maestranza. Wolfgang Amadeus Mozart: Don Giovanni, drama jocoso en dos actos con libreto de Lorenzo da Ponte basado en “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. Alessio Arduini/Jan Antem (Don Giovanni), David Menéndez/Daniel Noyola (Leporello), Ekaterina Bakanova/Bryndís Guðjónsdóttir (Donna Anna), Marco Ciaponi/Pablo Martínez (Don Ottavio), Julie Boulianne/Karen Gardeazabal (Donna Elvira), Marina Monzó/Montserrat Seró (Zerlina), Javier Castañeda (Zúñiga), Alejandro Sánchez (Morales), Pablo García-López (Remendado), Ricardo Seguel/Yoshihiko Miyashita (Masetto), George Andguladze/Luis López (Il Commendatore). Coro del Teatro de la Maestranza (Iñigo Sampil, director del coro). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Iván López-Reynoso/Mariano García Valladares, dirección musical. Cecilia Ligorio, dirección escénica. Producción de la Oper Köln.
El Don Giovanni mozartiano representa la cúspide histórico-artística del siglo XVIII con su convergencia de la grandeza operística italiana y la dramaturgia moderna. En la Viena de la Ilustración, Mozart y Da Ponte transforman la ópera seria en un drama humano íntimo, fusionando elaborados recitativos, arias virtuosísticas y una orquestación que redefine el color y el ritmo. El libreto, sutilísimo en su ironía e inquietante en su ética incierta, sostiene una música que revela y oculta al mismo tiempo las motivaciones de sus personajes. Don Giovanni aparece como el antihéroe, cima del anhelo social y la transgresión, que ríe ante la muerte y seduce ante la verdad. Cada escena sublima una parodia musical que desarma las certezas: arias que transforman el humor en peligro y duetos que revelan la fragilidad de la moral bajo la máscara del eterno conquistador. Y todo ello con una orquesta en su doble función de cómplice y juez que murmura bajo la acción y revela las pasiones contenidas en la partitura.
La producción de Don Giovanni que ha inaugurado la presente temporada del Teatro de la Maestranza, ha supuesto el colofón del primer Festival de Ópera de Sevilla con el que se ha destacado la continuidad entre la tradición operística europea y la identidad local, situando Sevilla como escenario barroco por excelencia para este título mozartiano. Hasta tres producciones de esta obra inmortal de Mozart han precedido la que ahora comentamos en el coliseo sevillano: la protagonizada en 1992 por Ruggero Raimondi, en 2008 por Erwin Schrott y, la última, en 2014 por nuestro Carlos Álvarez.
La producción de la Ópera de Colonia de desarrolla en torno a unos grandes vanos contiguos que se cierran y se abren con cortinas y que a su vez giran sobre una plataforma redonda según va demandando los entresijos de la trama o con la finalidad de ofrecer cierta sensación de movimiento – casi caos – como en ese giro incesante del finale del primer acto. Un atrezzo reducido a lo esencial (féretro del comendador, mesa en la cena, candelabro…) deja espacio a un movimiento de actores francamente fluido y una luminotecnia muy básica que, no obstante, ofrece algún que otro interesante efecto de claroscuro. A la postre, el resultado final adolece, en contraposición a un libreto y una música en los que no deja de pasar cosas, de una monotonía que se hace demasiado pesante en el último tramo de la velada. Un final de escaso o nulo impacto dramático aquí, entre otras cosas porque la escena del cementerio – su inmediato precedente – probablemente sea la peor resuelta de toda la representación; mientras Don Giovanni ordena a Leporello que le hable al féretro, vemos al Comendador deambulando por todo el fondo del escenario.
Musicalmente, la dirección de tempi ágiles y de básico sonido de Iván López-Reynoso dio más con el trasfondo “giocoso” de la partitura que con el dramático. Algo que remedió sólo en parte Mariano García en una versión algo más chispeante en lo teatral y tímbricamente más trabada pero en la que desatendió un tanto a los cantantes, lo cual se reflejó en no pocos desajustes en este sentido.
En cuanto a las voces, Alessio Arduini, a quien ya vimos como Figaro hace tres años, compuso un Don Giovanni más bien plebeyo y de medios modestos. El barítono lombardo evidenció una mayor comodidad en los recitativos, de indudable idiomatismo y penetración expresiva, que en la expansión lírica del canto propiamente dicho, mostrando serios problemas tanto de fiato como de un mínimo sentido del legato en “Deh vieni alla finestra”. Su alter ego en el otro reparto fue un Jan Antem de mayor presencia y atractivo vocal y con un fraseo de mayor calidad con el que remató una interpretación francamente superior. Por su parte el Leporello de David Menéndez, que también lo cantó en la producción de hace once años, fue difícil de escuchar en sus pasajes cantados pese a convencer con un una gran entrega escénica y en los recitativos. Daniel Noyola, que sustituyó in extremis al previsto Emmanuel Franco debido a una lesión de última hora, convenció con un Leporello de voz más timbrada y canto más acerado. La Donna Anna de Ekaterina Bakanova posee un material de bello color y volumen considerable que solo en parte logró controlar a lo largo de la función, dando una de cal y otra de arena con intentos de regulación muy interesantes que alternaba sin solución de continuidad con frases sumamente estridentes que arruinaban todo atisbo de refinamiento, reflejando así insuficiencias de índole técnica. Aunque si hablamos de estridencias, esto mismo fue lo que caracterizó prácticamente toda la actuación de una Bryndís Guðjónsdóttir, por otra parte muy segura y más regular que su compañera.
Indiscutiblemente el personaje mejor cantado de ambos repartos fue el Don Ottavio de Marco Ciaponi que puso su hermoso timbre al servicio de una línea de canto elegantísima dotada de extraordinario buen gusto con la que rubricó una actuación memorable; su bellísima “Dalla sua pace” nos llevó a lamentar que se le privara del aria “Il mio tesoro” sin motivo alguno. Más bisoño y no tan seguro, pero muy plausible la versión del mismo personaje por Pablo Martínez. La Donna Elvira de Julie Boulianne resultó demasiado apocada y lineal, tanto en lo escénico como en lo canoro, frente a una estupenda Karen Gardeazabal de medios más contundentes y mayor entrega, que se llevó una de las ovaciones más cerradas tras su excelente “Mi tradi quell’alma ingrata”. La pareja de campesinos estuvo en ambos repartos muy bien servida, destacando la caracterización más completa y sensual de la Zerlina de Marina Monzó frente a la estupendamente bien cantada de Montserrat Seró; al igual que los mejores medios y presencia vocal del Masetto de Ricardo Seguel frente a la adecuación estilística del ofrecido por Yoshihiko Miyashita. Muy similares los Comdendadores de George Andguladze y Luis López, ambos con buenas intenciones pero de voces en exceso claras, carentes de la rotundidad y proyección vocal requeridas.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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