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Crítica: «Eduardo e Cristina» en el Festival Rossini de Pésaro

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Autor: Raúl Chamorro Mena
17 de agosto de 2023

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Eduardo e Cristina de Rossini en el Rossini Opera Festival de Pésaro

«Eduardo e Cristina» de Rossini en Pésaro

Merecida recuperación

Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro, 14-VIII-2023, Vitrifrigo Arena. Rossini Opera Festival. Eduardo e Cristina (Gioachino Rossini). Daniela Barcellona (Eduardo), Anastasia Bartoli (Cristina), Enea Scala (Carlo, Rey de Suecia), Grigory Shkarupa (Giacomo), Matteo Roma (Atlei). Giulio Zappa, piano. Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Nacional de la RAI. Dirección musical: Jader Bignamini. Dirección de escena: Stefano Poda.

   La insuperable combinación de Rossini, Sol, playa y gastronomía italiana, con temperaturas soportables dentro del calor, que ofrece la ciudad de Pésaro cada mes de agosto, se enriquecía especialmente en esta edición 2023 con la programación de tres óperas de las más infrecuentes y difíciles de ver representadas del corpus del cisne de Pésaro.

   Efectivamente, Eduardo e Cristina, Aureliano in Palmira y Adelaida de Borgogna son obras que rara vez entran en las temporadas de los teatros y con su programación el Festival Rossini de Pesaro consagra su gran máxima, musicología y teatro. Particularmente fuera de repertorio se sitúa Eduardo e Cristina estrenada en el Teatro San Benedetto de Venecia el 24 de Abril de 1819 y que carga con el apelativo, fomentado por Stendhal, de Il centone -pastiche- pues se basa, en su mayor parte, en música de óperas anteriores del maestro. Fundamentalmente Ermione, Adelaida de Borgogna, Ricciardo e Zoraide y Mosè un Egitto. Obviamente, el público veneciano no conocía la música de estas obras, tres de ellas estrenadas en Nápoles y una en Roma, lo que permite a Rossini, en plena fiebre compositiva y asediado por los encargos, demostrar su talento para utilizar música preexistente aplicada a situaciones dramáticas totalmente diferentes para la que fue concebida, además de la habilidad para coordinar la escritura vocal al nuevo texto, una adaptación a su vez, de un libreto de Giovanni Schmidt para Odoardo e Cristina de Stefano Pavesi.

   Con el Teatro Rossini no disponible, el Vitrifrigo Arena acoge las principales propuestas en esta edición del Festival, que ha saldado su deuda con Eduardo e Cristina en la que es la primera reposición italiana de esta ópera en tiempos modernos. La obra se ofrece sobre edición crítica a cargo de Andrea Malnati y Alice Tavilla -autores de magníficos artículos en el imprescindible libreto-programa publicado por el ROF- y se ha demostrado que se trata de una obra muy interesante, injustamente proscrita.

   Retornaba al Festival Rossiniano Daniela Barcellona, que hace ya tiempo frecuenta repertorios muy distintos. La ya veterana cantante mostró claro declive vocal, mermada de brillo y volumen, con una coloratura ya un tanto trabajosa y un registro grave insuficiente para este papel de contralto in travesti. Sin embargo, la Barcellona mantiene total dominio del estilo, el mayor de todo el elenco, y la intérprete toma las riendas con sus acentos, la jerarquía de su fraseo y su capacidad para expresar tanto la nobleza como el arrojo del personaje de Eduardo. Líder militar, que mantiene una relación en secreto con Cristina, hija del Rey de Suecia, fruto de la cual ha nacido un hijo.

«Eduardo e Cristina» de Rossini en Pésaro

   Anastasia Bartoli, hija de la soprano Cecilia Gasdia, posee una voz de lírica con cuerpo, de generosa presencia sonora. Sin embargo, se trata de una cantante que ya ha afrontado papeles como Santuzza, Abigaille y Lady Macbeth, y parece un tanto alejada estilísticamente de Rossini, echándose en falta una línea de canto más depurada. Asimismo, su coloratura resultó aproximativa, pero la Bartoli demostró garra, entrega y expresión dramática como demostró en su gran escena del segundo acto. Una soprano interesante, pero que, insisto, considero más en su salsa en otros repertorios.

   El tenor siciliano Enea Scala encarnó al Rey Carlo con emisión retrasada, esforzada y muscular, así como timbre ingrato y desigual. Tanto su canto, sin un correcto apoyo sul fiato y que resultó siempre crispado y tensionado, como sus gestos siempre exagerados, comprometieron la propiedad estilística de su interpretación. Scala, bien es verdad, sacó adelante su gran aria del primer acto -cuya primera y tercera sección corresponden con el aria de Pirro «Balena in man del figlio» de Ermione- una pieza paradigmática de canto di sbalzo, basado en tremendos saltos interválicos. Los graves, un tanto exagerados, pero eficaces y cierta habilidad para la coloratura di forza pueden permitirle descollar en la especialidad de baritenore en la que encontrará poca competencia.

   El bajo Grigory Shkarupa demostró debilidad en la franja grave, timbre grato y canto correcto, pero monótono, en su caracterización del noble príncipe escocés Giacomo, enamorado sin esperanza de Cristina. Matteo Roma apechugó con la difícil aria de Atlei con emisión sin liberar y timbre poco atractivo, si bien defendió bien los muy requeridos ascensos.

   La dirección musical de Jader Bignamini atesoró intensidad y cierto pulso -apreciable la progresión del concertante final del primer acto- al frente de una orquesta Nacional de la RAI a notable nivel -magníficas las maderas- pero faltaron contrastes y fantasía. Incluso su labor resultó discutible en cuanto a estilo, demasiado aguerrida en algunos pasajes y con una percusión de todo punto excesiva en los momentos marciales, lo que no justifica la insólita inclusión del «tamburlan» en la instrumentación de la obra. Cumplidor, aplicado y profesional el Coro del Teatro Ventidio Basso.

   Afirma el director de escena Stefano Poda en su escrito del programa de mano que pretende alejarse de «los riesgos del realismo» y que concibe la puesta en escena como una instalación de arte contemporáneo. Efectivamente, en la parte frontal del escenario se observa una serie deslavazada de fragmentos arqueológicos que parecen simbolizar el caos de la guerra y, a ambos lados, unos soportes metálicos que contienen cuerpos humanos. Sobre el escenario desfilan una pléyade de figurantes y bailarines - impecable su profesionalidad- que hacen muchas tonterías y añaden confusión y molestia al espectador. El vestuario es ingrato a la vista, pero, eso sí, la caracterización de personajes y el movimiento escénico están bien trabajados, de lo que se beneficia la vertiente dramática de la ópera.

Fotos: Amati Bacciardi

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