
Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera El cuento del Zar Saltán de Nikolai Rimsky Korsakov en el Teatro Real de Madrid
Una gran puesta en escena
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-V-2025, Teatro Real. El cuento del Zar Saltán de su hijo, el célebre y poderoso príncipe bogatyr Gvidón Saltanovich y de la bella Princesa-cisne (Nikolai Rimsky Korsakov). Ante Jerkunica (Zar Saltan), Svetlana Aksenova (Zarina Militrisa), Bogdan Volkov (Zarevich Gvidon), Nina Minasyan (El cisne-Princesa), Evgeny Akimov (El anciano), Stine Marie Fischer (Hilandera), Bernarda Bobro (Cocinera), Carole Wilson (Babarikha), Alejandro del Cerro (mensajero/marinero). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Ouri Bronchti. Dirección de escena y escenografía: Dmitri Tcherniakov.
Por fin llegaba al Teatro Real la ópera El Zar Saltán de Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908), quien no ha logrado imponer en el repertorio Occidental ninguna de sus 15 óperas. Ya era hora también de que esta coproducción con La Moneda de Bruselas se presentara en el escenario del Coliseo de la Plaza de Oriente. Estrenada en la capital belga en 2019, el que firma presenció una de las funciones y publicó la correspondiente reseña en esta revista.
La ópera resulta prácticamente inédita fuera de Rusia, si bien contiene un fragmento muy popular. Se trata del «Vuelo del moscardón» como se le conoce en español, aunque es más correcto «el vuelo del abejorro». El libreto corresponde a Vladimir Belski sobre un poema narrativo –con raíz en un cuento tradicional- de Alexander Pushkin (1799-1837) - figura ineludible de la literatura rusa moderna y también sostén de los textos de la mayoría de las grandes óperas rusas-, del que se conmemora el 225 aniversario de su nacimiento.
Como ya resalté en la crítica de 2019, hasta ese momento no había visto una sola puesta en escena que me agradara de Dmtri Tcheniakov, pero, ciertamente, con este montaje de El cuento del Zar Saltán, el ruso roza la genialidad. Una producción magnífica en todos los aspectos. Creatividad, imaginación, trabajo con los actores, movimiento escénico, belleza visual, con uno de las mejores utilizaciones de las proyecciones –responsabilidad de Gleb Filshtinsky- que he visto nunca.
Realmente hábil e inteligente la manera en que Tcherniakov inserta el argumento fabulesco de la ópera, el cuento, en un contexto actual, en el que una madre nos narra, antes de comenzar la música, que vive sola con su hijo que es autista y no habla con nadie, excepto con ella. No conoce a su padre, que ha sido el único amor de su vida. Para hacerle comprender a su hijo cómo se ha llegado a esta situación, recurre a un cuento, pues «sólo los cuentos de hadas son reales para él», el del Zar Saltán. Tanto Bogdan Volkov como Sveltana Aksenova bordan sus papeles como Zarevich y Zarina, respectivamente en un gran trabajo interpretativo bajo la guía del director de escena. De hecho, el elenco fue el mismo que vi hace 6 años en Bruselas, excepto un importante cambio, la soprano Nina Minasyan en lugar de Olga Kulchynska en el papel de Princesa Cisne.
El cuento se desarrolla bien integrado con la esfera actual, en la mente del niño, con los personajes vestidos –fantástico el vestuario de Elena Zaytseva- como en la ilustración que realizó en su día Ivan Bilibin del cuento de Pushkin. Contemplamos como el Zar rechaza a las infatuadas e impertinentes hermanas mayores y contrae matrimonio con la pequeña, una especie de Cenicienta, que sufrirá sus iras y envidias en las que colabora la anciana Barbarikha, una especie de bruja.
Zar y Zarina viven 20 días de felicidad hasta que el primero ha de partir a la guerra. Las malas artes del trío consiguen, por un lado, hacer creer al Zar que el hijo que ha engendrado es un monstruo y por otro, mediante una orden falsificada del propio Rey, que introduzcan a Zarina y Zarevich en un tonel y lanzarlos al mar.
El cuento ha excitado la imaginación del niño y todos los sucesos van surgiendo fruto de su imaginación, todo ello plasmado en magníficas proyecciones que se desarrollan, de forma infantil, como dibujos que realiza el niño con lápices, que serán de colores en la aparición, de ensueño, de la princesa-cisne, que forma un cuadro de gran belleza plástica. Excelente también, magníficamente realizada, la escena en la que el Zarevich Guidon convertido en abejorro interviene picando a los personajes negativos del cuento.
Sin embargo, al final de la ópera comprobamos que la vida real es muy distinta y si los cuentos suelen terminar felizmente, no ocurre así en la realidad. El encuentro entre el padre y el niño, que no se conocen, altera el mundo fantástico del niño y no le produce bien alguno. Al contrario, vuelven los espasmos, el dolor y sufrimiento, ante la desolación de su madre que emite un grito sordo, pero muy expresivo, antes de que las luces de sala se apaguen.
Es justo volver a destacar el compromiso escénico -y excelente prestación dramática- de todo el elenco con el montaje. Como he subrayado, el reparto es el mismo de hace seis años en Bruselas con el único importante cambio en el importantísimo papel de la Princesa-Cisne. Nina Minasyan posee una voz ligera, con vibrato y centro muy débil, pero que gana brillo y timbre en la zona alta, precisamente donde se desarrolla fundamentalmente la tesitura de su parte. Por tanto, expresó bien, tanto en lo vocal como en lo escénico, el carácter onírico, de hada buena, del personaje.
La soprano Svetlana Aksenova borda su personaje en el aspecto interpretativo, un trabajo realmente encomiable. En lo vocal, estamos ante una soprano lírica con cierto cuerpo en el centro, pero que acusa tensión en la zona alta, con notas un tanto agrias. Vale la pena volver a resaltar el trabajo teatral del tenor Bogdan Volkov, de voz sana y bien emitida y correcto canto, siempre alumbrado por el buen gusto, pero en el que hay que destacar sobre todo, su enorme trabajo escénico. El Zar del bajo croata Ante Jerkunica destacó por la robustez y caudal de su instrumento, frente a un canto vulgar y unas notas altas imposibles.
Muy bien compenetradas, apropiadamente odiosas, el trío maléfico formado por las dos hermanas mayores de la Zarina interpretadas por Stine Marie Fischer y Bernarda Bobro, de buena factura vocal y la anciana Barbarikha encarnada por la mezzo Carole Wilson con apreciable presencia sonora y notas graves bien armadas.
Bien Evgeny Akimov como el anciano y destacar la actuación del tenor Alejando del Cerro, único español del reparto.
Como subraya Santiago Martín Bermúdez en su bien trabajado artículo del programa de mano, la orquestación de El Cuento del Zar Saltán es especialmente sinfónica. La influencia Wagneriana está presente, así como ese continuum musical que ya en 1900 estaba totalmente consolidado en el Teatro Lírico Europeo. De tal forma, hay que valorar positivamente la labor del director musical Ouri Bronchti, sustituto de Karel Mark Chichon, pues planteó un discurso orquestal coherente, bien organizado y elegante, obteniendo un buen sonido de la orquesta del Teatro Real. Sin especiales matices ni detalles, la batuta puso de relieve las bellezas de la escritura orquestal e hizo apreciable justicia a la rica orquestación de Rimsky Korsakov. Muy bien el coro, tanto en el aspecto vocal como escénico.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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