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Crítica: «El dúo de La africana» de Manuel Fernández Caballero en el Teatro Campoamor de Oviedo bajo la dirección de Miquel Ortega

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Autor: Nuria Blanco Álvarez
18 de mayo de 2019

Tergiversar la zarzuela

Por Nuria Blanco Álvarez / @miladomusical
Oviedo. 11-V-2019. Teatro Campoamor. XXVI Festival de Teatro Lírico Español. El dúo de La africana, Manuel Fernández Caballero. Beatriz Díaz, Alejandro del Cerro, Jorge Eleazar, Josep Zapater, Noelia Pérez, Alfonso Aguirre Zorroza, José Antonio Lobato, Carmen Gloria García. Oviedo Filarmonía. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Pablo Moras, director de coro. Joan Font, director de escena. Miquel Ortega, director musical.

   El Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo acaba de poner en escena una nueva producción del Teatro Campoamor y la Fundación Municipal de Cultura de la icónica zarzuela de Manuel Fernández Caballero y Miguel Echegaray, El dúo de La africana. De nuevo nos encontramos ante una versión, en este caso a cargo de Joan Font, de una obra emblemática del género chico y, una vez más, tenemos que llevarnos las manos a la cabeza.


   Como es bien sabido, la acción de la obra original, transcurre entre los bastidores de un teatro mientras una compañía de ópera de segunda fila ensaya La africana, repitiendo constantemente el inicio del famoso dúo entre Selika y Vasco de Gama del cuarto acto, que siempre se ve interrumpido por uno u otro motivo. El 13 de mayo de 1893 se estrena en el teatro Apolo esta zarzuela que, sin ser una parodia de la ópera póstuma de Meyerbeer -a la que evidentemente hace referencia su título-, la utiliza como excusa para hacer una sátira y poner en la palestra la situación que se vivía en España en aquella época respecto a la supremacía italiana en la escena española. De ahí que sea una compañía de «ópera barata» la que intente representar nada menos que una Grand opéra de cinco actos, que para más inri es francesa pero traducida al italiano, como así era lo habitual entonces para poder ser representada en el Teatro Real. La ostentosidad de La africana con sus lujosos decorados y un dispendio de 1.770.000 reales para su puesta en escena en Madrid, contrasta sin duda con esta compañía de medio pelo, dirigida por un tacaño Querubini, que busca la forma de no pagar a sus artistas y que reutiliza decorados y vestuario de otras obras. La burla continúa al hablar constantemente en una suerte de italiano inventado, que también utiliza su hija Amina, para hilaridad de un público que, además, reconoce en escena a esos cantantes que se veían obligados a italianizar su nombre en pro de su carrera como cantantes de ópera, como es el caso del tenor de la compañía, Giussepini (Pepe, acabado en -ini) y la tiple, Antonia, que pasa a llamarse La Antonelli, una italianización vulgarizada por la anteposición de ese artículo y que además es andaluza por los cuatro costados.

   Joan Font ha demostrado que no ha entendido en absoluto la obra original ni sus circunstancias. Ha hecho desaparecer de un plumazo toda referencia al mundo de la ópera y a lo italiano en el texto, recortando cuando así le interesaba frases del libreto original, añadiendo alguna escena y eliminando la idiosincrasia de personajes como Querubini y Amina, que ahora hablan un perfecto español, desapareciendo también el carácter de la que lleva el nombre de la protagonista de “La sonámbula” y que como tal, así está perfilada en el libreto original, estando más cuerda de lo previsto. Además, resulta muy confuso, pues al inicio de la obra él sí habla durante una escena en ese idioma, cosa que nunca retoma en el resto de la obra, pero que sí mantiene cuando canta, por no decir que se ha eliminado además toda la gracia de los juegos de palabras que se hacían originalmente con ese italiano macarrónico, por parte de ambos personajes. Resulta así ininteligible la trama y la idea de la obra. Se justifica el director de escena catalán argumentando que lo que se está ensayando ahora es una zarzuela y no una ópera, pero nada de lo que ocurre en escena lo avala. Si lo que pretendía hacer, aunque con nulo resultado, era simular un ensayo de la zarzuela El dúo de La africana, la idea resulta muy poco original, pues esa obra ya existe, se llama Los africanistas y fue escrita por Gabriel Merino y Enrique López Marín, con música de Mariano Hermoso y el propio Manuel Fernández Caballero y estrenada en el Teatro Romea el 5 de abril de 1894. Y es que, tanto éxito tuvo en España la ópera La africana, estrenada el 14 de octubre de 1865, que en esa temporada se representó 43 veces y su presencia en el Teatro Real fue habitual durante décadas. Cuando terminó la temporada de 1925, se había ejecutado 268 veces, siendo la quinta ópera más representada en dicho coliseo hasta entonces. Esto desencadenó una verdadera «africomanía» en Madrid, donde proliferaron obras, como la que ahora nos ocupa, que de una u otra manera hacían referencia a esta ópera francesa.


   Lo que se nos ha presentado en el Teatro Campoamor ensucia la deliciosa obra original en tantos aspectos... Aún no les he dicho que también se tomaron la licencia de incluir un mago, Raúl Alegría, quien, precisamente por arte de magia, aparece de vez en cuando para ofrecer manidos trucos, seguro que para deleite del director musical Miquel Ortega, gran aficionado a este entretenimiento en el que hace sus pinitos, pero que nada aporta a la zarzuela. Por no hablar de un número, metido a calzador, a cargo de una guitarra eléctrica que interpretaba el polifacético Josep Zapater, habitual colaborador de Font y encargado del papel de Inocencio, el asistente de Querubini. Estos añadidos resultan desde todo punto de vista injustificables, por mucho que intenten hacerlo dentro del, por otro lado nada infrecuente, hábito de ampliar una obra de género chico, por ende de corta duración, para ampliarla cuando se representa sola. Tanto dispendio innecesario cuando podría haberse hecho un esfuerzo en representar dos obras del género seguidas, como era la costumbre. En este sentido, no hubiera estado nada mal aprovechar la coyuntura para ofrecer en una misma velada El dúo de La africana seguida de su propia parodia, la mencionada Los africanistas. Apenas hubiera supuesto un desembolso extra, habida cuenta de que para ambas obras podría haberse utilizado el mismo decorado, vestuario y artistas y, sin duda, serviría para revitalizar el género, rescatando una zarzuela olvidada.

   Sin embargo, parte del presupuesto se despilfarró en incluir unas innecesarias proyecciones –la única que venía a colación fue la del patio de butacas del propio Teatro Campoamor lleno de público, como ya se hiciera en el estreno primigenio con un telón pintado del patio del Teatro Apolo-, al igual que un número extra escrito exprofeso para este estreno por el propio director musical de la velada Miquel Ortega, quien compuso una discutible «Danza africana», con el único fin de poder incluir una sencilla y brevísima coreografía de la asturiana Estrella García, para seis bailarinas. Parece que el celo por incluir a artistas de la tierra en las producciones del Ayuntamiento de Oviedo, hace forzar hasta el infinito la lógica de una obra. Si el criterio artístico se basa en la cuna, apaga y vámonos. Ya ocurrió algo similar con la, gracias a Dios olvidada, Maharajá, una pretendida zarzuela de nueva creación de este Festival hace dos años, como supuesto homenaje a la tierrina, llena de artistas asturianos, incluyendo a la mencionada coreógrafa, que aludía a una decrépita región, donde se veía de todo menos el paraíso natural que debería proyectarse si lo que se quiere es promocionar la región.


   Estuvo protagonizada por Beatriz Díaz que, en esta ocasión repite dando vida a La Antonelli, con mucho desparpajo escénico y una buena emisión vocal en la que dio muestras de su considerable fiato y buen gusto interpretativo. También parece haberse reaprovechado ahora parte del vestuario del despropósito pseudohindú mencionado, al utilizar la soprano como bajo falda el mismo sari que lució en aquella ocasión en su papel de Vane. Ahora el vestuario corre a cargo de Elda Noriega y no ha podido ser más discreto. También estuvo falta de gracia y frescura la puesta de escena, especialmente con  los movimientos del coro, unas veces casi estáticos y otras en las que se veían obligados a echar alguna carrerita final para llegar a tiempo al escenario al hacerles salir por el patio de butacas para su primera intervención. El mejicano Jorge Eleazar, a cargo del papel de Querubini, tuvo que pelear con su propio acento y escénicamente se mostró artificial, hablando frecuentemente hacia el público cuando debería hacerlo hacia sus parteneres. Su caracterización dejó bastante que desear y faltó carisma a su personaje, no obstante, lució una bonita voz de barítono en sus intervenciones líricas. Alejandro del Cerro desempeñó adecuadamente el papel de Giussepini y mostró una excelente dicción en todas sus intervenciones. El Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, dirigido por Pablo Moras, presentó el nivel vocal al que nos tienen acostumbrados con una exquisita dicción, dando muestras de una increíble ductilidad al doblegarse a los deseos de Miquel Ortega, donde el trabajo de dinámicas fue el protagonista de la velada. Sin embargo, la versión musical fue muy personal, extremadamente artificial, parecía regida por un metrónomo sin dejar espacio alguno a la agógica, además de demasiado edulcorada, no pudiendo así lucirse la Oviedo Filarmonía.

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