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Crítica: «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky en el Teatro Comunale de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
11 de abril de 2019

Una gran noche de Danza

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. 5-IV-2019. Teatro Comunale. Temporada de danza 2019. Balet “El lago de los cisnes” [Piotr Tchaikovsky/Vladimir Begičev y Vasilij Gel’cer]. Coreografía: Ricardo Núñez desde Marius Petipa y Lev Ivanov, retomada por Patrizia Manieri. Maia Makhateli [Odette-Odile], Alessandro Staiano [Siegfried], Ertugrel Gjoni [Rothbart/Rasputin] Natalia Mele [Reina Madre]. Compañía de danza del Teatro San Carlo de Nápoles, director: Giuseppe Picone. Orquesta del Teatro Comunale, director: Aleksej Baklan.

   El lago de los cisnes se estrenó en el Teatro Bolshoi de Moscú en febrero de 1877 y no tuvo el éxito esperado por su compositor. Éste le llegaría en 1895 gracias a la extraordinaria coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, sobre la que se basa el montaje de Ricardo Núñez, que logra conjugar con acierto la gran tradición del balet ruso con ideas personales. En efecto mantiene la misma estructura con alternancia de cuadros en el palacio y en el lago, pero tiene la feliz idea de ambientar la historia en la corte zarista y de representar a los personajes principales exaltando el parecido con los cortesanos de la época. Indiscutible la semejanza de Rothbart y Rasputin; en Sigfried se podría ver al último zar Nicolás II, así como a su esposa Alejandra en Odette.

   Giuseppe Picone, de quien sería largo enumerar los premios recibidos, es el director de la Compañía de Danza del Teatro de San Carlo de Nápoles y en esta producción pone en el escenario un magnífico plantel de bailarines -más de cincuenta, de los que veinticuatro son cisnes- que interpretan la historia con habilidad y precisión. Ya en el primer acto, además de las danzas en el palacio real, podemos admirar el famoso Pas de trois donde Sara Sancamillo, Claudia D’Antonio y Salvatore Manzo han mostrado técnica y estilísticamente la belleza del balet, suscitando el primer entusiasta aplauso de la noche.


   En el segundo acto, a orillas del lago, admiramos el romántico encuentro entre Siegfried y Odette, mientras hacen su acompasada entrada los cisnes que intentan proteger a su reina. Magnífica la danza que evoca con virtuosismo los movimientos de las aves, y soberbio el “Pas de deux” de los enamorados. En el tercer acto nos encontramos de nuevo en la sala del trono donde entra con majestad la Reina Madre, Natalia Mele, que asiste a la fiesta en que Siegfried debería escoger a su esposa entre las jóvenes de diferentes países. Es la oportunidad para disfrutar del estupendo pasodoble de la solista Candida Sorrentino, de la tarantella donde Giovanna Sorrentino y Carlo De Martino destacan con su habilidad y oficio, y del magnífico a solo de Luisa Ieluzzi en la Danza rusa. En especial hemos admirado a Maia Makhateli, bailarina principal del Dutch National Ballet, premiada en varios países, sublime en el doble papel de Odette-Odile, que pasa con total naturalidad del dulce papel del cisne blanco al sensual y determinado del negro. Digna de nota su delicada fluidez gestual, que le confiere gran expresividad con el simple ademán de la cabeza y los ondulantes movimientos de sus brazos.

   Sin duda de gran nivel Alessandro Staiano, también pluripremiado, que encarna a un Siegfried con energía, carácter y naturalidad expresiva. Ertugrel Gjoni en el papel de Rothbart /Rasputin, con pericia técnica borda un personaje tenebroso, vestido de oscuro, que exhala siempre una inquietante ambigüedad. Toda la compañía ha dado una excelente prueba de su capacidad, exhibiendo un alto nivel de danza y arrancando aplausos y ovaciones repetidas veces a lo largo del espectáculo.


   La música, ejecutada con rigor y nitidez de timbre y ritmo por la Orquesta del Teatro Comunale bajo la batuta del famoso Aleksej Baklan, que sabe cuidar a músicos y bailarines, nos reenvía a un momento del tardo romanticismo que Tchaikosvky siente por afinidad espiritual, inclinada naturalmente al patetismo pero más atenta a recuperar las formas clásicas (Mozart, Beehtoven, Mendelssohn, Schumann) que a reflejar la evolución, en acto en aquél momento, hacia el desmantelamiento de las formas en pos de la máxima libertad de expresión. La adhesión de Tchaikosvky a los valores formales clásicos y profundamente rusos de su música se impuso a sus compatriotas por su esencialidad y autenticidad, sin despojarlos de la universalidad que los hace comprensibles y entrañables también para nosotros. El maestro consigue alcanzar a veces cumbres de rara intensidad y subrayar la magia expresiva de esta música que no exige demasiado al sentido crítico del espectador.

   La extraordinaria escenografía de Philippe Binot, que recuerda las pinturas de finales del siglo XIX, presenta el interior y exterior del Palacio Real, alcanzando el máximo nivel cuando la fábula se desarrolla a orillas del lago, especialmente en la tormenta final con relámpagos. La iluminación de Marco D’Angió juega un papel muy importante. El vestuario, del mismo Binot, es rico y refinado, una verdadera fiesta de colores cálidos y brillantes. Hemos asistido a una gran velada de danza, ambiciosa e inteligente, sin duda un total acierto para el Teatro Comunale.

Foto: Andrea Ranzi-Studio Rocco Casaluci

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