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Crítica:  «El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barbazul» en el Teatro Real

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Autor: Óscar del Saz
3 de noviembre de 2025

Crítica de Óscar del Saz de El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul en el Teatro Real de Madrid, bajo la dirección musical de Gustavo Gimeno

«El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barbazul» en el Teatro Real

Un maridaje bien pergeñado

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. Teatro Real. 02-XI-2025. Música de Béla Bartók (1881-1945). «El mandarín maravilloso», ballet pantomima en un acto, Op. 19, Sz. 73, basado en el relato homónimo (1917) de Menyhért Lengyel (1880-1974). Gorka Culebras (El Mandarín), Carla Pérez Mora (La Chica), Nicky van Cleef (Primer Vagabundo), David Vento (Segundo Vagabundo), Joni Österlund (Tercer Vagabundo), Mário Branco (Un Libertino), Nicolas Franciscus (El Poeta). «El castillo de Barbazul», Ópera en un acto, Libreto de Béla Balázs (1884-1949), basado en el cuento de «La Barbe bleu», de Charles Perrault (1697). Christoph Fischesser (Barbazul), Evelyn Herlitzius (Judith), Nicolas Franciscus (El Prólogo). Christof Loy, Dirección de escena y coreografía; Márton Ágh, escenografía; Barbara Drosihn, vestuario; Thomas Kleinstück, iluminación; José Luis Basso, dirección del coro. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Gustavo Gimeno, dirección musical. 

   La propuesta del director de escena Christof Loy de presentar en una misma velada dos obras, muy distintas (en argumento y en ambientación musical) del húngaro Béla Bártok, como son El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul, entendemos que se corresponde con una decisión artística profundamente pensada después de darle muchas vueltas a lo que significa -desde el punto de vista humano- la relación entre conceptos contrapuestos (duales) como el Amor y la Agresión, ya que el primero se sobreentiende que nos redime del segundo, de las bajezas humanas -que anidan en nuestras psiques-, porque aquellas siempre podrían pasar a ocupar un primer plano, especialmente en el contexto de una sociedad -la de nuestros días- que idealiza, por contraposición al Amor, el Poder, el Dinero y el Sexo.

   Loy comentó en la rueda de prensa que el proyecto le atrajo porque ambas obras tienen el mismo compositor y además porque le daba la oportunidad, para la primera, de idear una coreografía desde el punto de vista, no de un coreógrafo, sino de un director de escena, cosa que -según consta- fue solicitada por el propio compositor cuando concibió la obra y, por eso, creyó que era muy importante respetarlo.

«El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barbazul» en el Teatro Real

   Ambas obras exploran cómo el deseo amoroso, la pasión y la necesidad de conexión pueden transformarse en violencia, control o destrucción. En El mandarín maravilloso, el deseo masculino -individual o grupal; heterosexual u homosexual- se convierte en una persecución obsesiva, en la que el Mandarín, que finalmente queda enamorado de La Chica, y con su sobrenatural poderío, resiste la muerte -magnífico el coro entre bambalinas simulando voces de ultratumba- hasta que se consuma el acto amoroso entre ambos, que después se sublima en inmortal. A este fin, se utiliza una tercera obra cual fue la Música para cuerdas, percusión y celesta, también de Béla Bartók.

   En El castillo de Barbazul, la agresión es más psicológica: Barbazul no hiere físicamente a Judith, pero la somete a un maltrato/chantaje emocional que la hace reaccionar para intentar descubrir y comprender los secretos más oscuros del alma de su amado. Judith busca redimir a Barbazul a través de comprenderle y entregarse, intentando iluminar los rincones oscuros del alma -su castillo-. 

   Loy también parece querer mostrar que el amor no es solo ternura, sino también lucha, dolor y misterio. En este sentido, Bartók -con su música intensa, disonante y visceral- es el vehículo perfecto para expresar esa tensión. Veremos a continuación en qué medida se consigue el propósito de maridar ambas obras y analizar una a una desde todos los puntos de vista, así como todos los componentes escénicos y musicales.

   El maridaje de ambas obras se pergeñó utilizando un doble prólogo, por cada una de las obras, casi idénticos, aunque declamados de forma diferente cada vez. La primera vez, lo hace suyo un joven poeta entusiasta que invita a una reflexión inteligente sobre el teatro y la conexión que existe entre los actores y el público, añadiendo que ver una obra consiste en combinar la superficialidad con ver lo que hay escondido… 

   Algo, por cierto, que pasa mucho en las relaciones de pareja. La segunda vez es diferente porque cuando lo hace antes de que empiece El castillo de Barbazul (obra que contiene el mencionado texto, pero que normalmente se corta), ese poeta ya tiene experiencia de vida y es más maduro. 

   Desde el punto estrictamente escénico, para ambas obras, que comparten casi un mismo escenario, podríamos analizarlo en términos o argot «cinematográficos». En el Mandarín maravilloso, el «plano corto», o narración subjetiva, que muestra de cerca la acción de los personajes y su interacción conjunta -sus expresiones, las emociones, el dramatismo, los gestos, las coreografías-, entendimos que funcionó perfectamente, con unas muy elaboradas y muy físicas coreografías del propio Loy que se reflejaron con propiedad, agilidad y complejidad, encabezadas por los fantásticos bailarines Gorka Culebras y Carla Pérez, además de estar perfectamente engranadas con la música, incluyendo peleas, saltos, actos amorosos, sexo explícito, etc., con una virtuosa dinamicidad, entre obsesiva e hipnótica.

«El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barbazul» en el Teatro Real

   En esta obra, más discutible resultó el «plano abierto», que quedó demasiado desdibujado y en donde la vista amplia del entorno -como contexto de los personajes- quedó penalizada por la fealdad de lo que había sobre escenario: todo en negro, una casa de madera sobre pilares también de madera -que parecía un palafito-, una cabina telefónica iluminada, un pequeño charco de agua, basuras desparramadas por el suelo... 

   Poco de ello creemos que sumó positivamente para entender «el todo» o si lo que se quería era subrayar el aislamiento, o la grandeza, o la insignificancia de pertenecer a una sociedad distópica y enferma… De esto nos dimos cuenta al observar los monitores que están repartidos por todo el teatro y que, a menudo, muestran más planos cortos que abiertos. Esos planos contribuyeron mucho más a centrar el relato que los abiertos.

   En El castillo de Barbazul, ambos planos funcionaron mejor, entendiendo que en el plano corto la relación entre Judith y Barbazul va de menos a más en cercanía física y psicológica y ello estuvo muy bien reflejado, y en el plano abierto la estética de la escena -sin la cabina, pero con un colchón, una mesa y unas sillas de tijera- pudo dar lugar a que el espectador jugara con imaginar ese castillo de Barbazul, sus siete puertas y lo que éstas encierran (la cámara de tortura, el arsenal, el tesoro, el jardín, el reino, el lago de lágrimas, las tres esposas anteriores) detalles que se van describiendo por parte de los cantantes.

   Christof Fischesser, bajo profundo, asumió el papel de Barbazul con autoridad y presencia escénica y con capacidad canora para colorear adecuadamente toda la zona grave con densidad y proyección, aunque no falto de un incipiente exceso de vibrato. Desde el punto de vista psicológico, aunque supo transmitir el misterio y la amenaza silenciosa de su personaje, quizá le faltó un punto de rotundidad en el canto para manifestar el poder que puede ejercer un personaje de su alcurnia como figura dominante en el dúo. Por querer expresar maldad, quizá pecó, en algún momento, del refinamiento necesario en la emisión. A veces, es mejor sugerir algo que hacerlo patente sin filtros.

«El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barbazul» en el Teatro Real

   Evelyn Herlitzius, soprano dramática, supo alternar intensidad emocional extrema y capacidad para el lirismo o el desgarro, transmitiendo vulnerabilidad pero también fuerza interior, con un desarrollo psicológico más pegado a lo humano. Supo comunicar muy bien las cualidades del rol que una buena Judith debe tener en escena. 

   En la dirección musical, Gustavo Gimeno supo distinguir adecuadamente la gran diferencia de estilos de las dos obras, ambas plagadas de momentos intensos y expresivos como corresponde a un autor sucesor de Kodaly, Strauss o Debussy. En «El mandarín maravilloso», los temas son violentos, eróticos, grotescos, con una música en extremo visceral, ritmos frenéticos y atmósfera opresiva. Técnicamente creemos que solventó con nota las polirritmias y cambios continuos de compás sin perder claridad en la exposición. Sobresalieron por su mano las sección de metales y la de percusión, así como la demanda de virtuosismo del resto de profesores de la orquesta. 

   En El castillo de Barbazul, la ambientación conseguida por Gimeno es más psicológica y simbólica, y la música abre la mente hacia el descubrimiento progresivo de los secretos del alma de Barbazul, de forma contenida, cuidado de la dinámica y el color, con dedicación de cada sección a cada una de las puertas que le va correspondiendo -metales muy brillantes para la sala del tesoro y cuerdas oscuras para el lago de lágrimas-, estando muy pendiente de los cantantes en cada una de sus entradas.

   En este experimento, cuyo éxito escénico fue cuestionado al menos por una parte del respetable, con abucheos, y una sola bajada de telón como despedida, ha sido muy bien reflexionado por Christof Loy porque se ha fusionado música y escena para un par de obras no concebidas en principio para estar juntas en un mismo programa y con el objetivo de seguir explorando miserias y virtudes del alma humana a través de personajes complejos dentro de una música excelsa, no sólo con dirección de escena, sino también contribuyendo a la creación de unas coreografías muy efectivas y clarificadoras como se ha comentado.

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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