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CRÍTICA: LA ORQUESTA SINFÓNICA ESTATAL DE ESTAMBUL EN EL AUDITORIO DE ZARAGOZA, BAJO LA DIRECCIÓN DE ENDER SAKPINAR

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Autor: Alejandro Martínez
1 de noviembre de 2012
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Ender Sakpinar

Auditorio de Zaragoza. 30/10/12. Orquesta Sinfónica Estatal de Estambul. Director: Ender Sakpinar. Marin Gheras, flauta de pan. Obras: Obertura "Köçekçe" U. C. ERKİN, Suite de transcripciones para flauta de Pan y orquesta, "Danzas Rumanas" de BARTOK, "Solo Vey" de  BIEV, "La Alondra" de DİNİCU, "Una noche en el Monte Pelado", Poema Sinfónico de M. MUSSORGSKY. "Danzas Eslavas ", extractos de los op. 46 y 72 de DVORAK

CONCIERTO EXÓTICO PERO DESCAFEINADO 

      La Orquesta Sinfónica Estatal de Estambul se presentaba en el Auditorio de Zaragoza con un programa un tanto folclórico, compuesto por breves obras de variados compositores (Erkín, Mussorgsky, Bartók, Biev y Dinici), en la primera parte, y una selección de las Danzas Eslavas de Dvorak, Op. 46 y Op. 72, para la segunda parte. Obras todas ellas con el denominador común de recrear temas y melodías populares del este de Europa y sus contornos orientales. Es una pena que el Auditorio de Zaragoza siga ofreciendo un programa de mano sin notas que ilustren el repertorio que se interpreta, algo que sería muy ilustrativo cuando entre las obras y compositores presentes en el concierto se encuentran figuras desconocidas para el gran público como el turco U. C. Erkín, u obras descriptivas con una historia detrás, como el poema sinfónico de Mussorgski con orquestación de Rimsky-Korsakov que aquí se presentaba. Erkin, por ejemplo, es el representante más señero de una desconocida generación de compositores turcos, conocidos como "Los Cinco Turcos", pioneros en el desarrollo del sinfonismo occidental en esas latitudes, y con un estilo caracterizado por amalgamar las melodías populares otomanas con los esquemas del sinfonismo clásico, precisamente en el contexto de modernización y occidentalización de los modos e instituciones turcas, en tiempo de Atatürk.
      El Auditorio presentaba un aforo de aproximadamente el ochenta por ciento, lejos de los llenos casi totales que acostumbraba en sus mejores ediciones del Ciclo de Grandes Conciertos de Otoño. No en vano este concierto era uno de los menos atractivos, a primera vista, de la programación de este año.

Marin Gheras

      Sea como fuere, la Orquesta Sinfónica Estatal de Estambul presenta un sonido profesional, técnicamente bien resuelto y homogéneo, esforzado en las cuerdas, que ofrecen lo mejor de la formación, pero irregular en los metales, que incurrieron en no pocos ataques imperfectos a lo largo de la noche. A modo de curiosidad, un dato relevante sobre la formación: sorprendía la abundante presencia femenina entre los componentes de la orquesta. A pesar de no facilitarse la plantilla de componentes para poder hacer un recuento detallado, era un hecho apreciable a simple vista y una grata constatación. Al frente de todos ellos, la batuta de Ender Sakpinar, de cuyo desempeño apenas puede decirse que resultó genérico y de perfil bajo, pero quizá no tanto por sus capacidades, como por la escasa envergadura del programa que presentaba, sin ninguna  obra de verdadero fuste donde valorar el desempeño de esta formación y de su director, dadas sus latitudes originarias. Hubiera sido interesante ver cómo se las veían con el repertorio central del sinfonismo clásico.
      Durante la primera parte, apenas se limitaron a sonar correctos en la obertura de Köçekçe, el poema sinfónico de Erkin, y algo más implicados en Una noche en el Monte Pelado de Mussorgski, quizá lo mejor de la noche. El cartel del concierto lo cerraba Marin Gheras, solista de flauta de pan, todo un virtuoso del instrumento, que cerraba con su intervención la primera parte del concierto. Si bien apenas epató en las Danzas Rumanas de Bartók, su participación fue a más, desplegando todos sus recursos en el "Solo Vey" de A. Biev y encandilando al público con sus destrezas en "La Alondra" de G. Dinicu. Dos piezas, en cualquier caso, de muy escaso interés como partituras, pero significativas en el, imaginamos, reducido repertorio con acompañamiento sinfónico para la flauta de pan. Como propina, además de repetir una sección de la citada obra de Biev, ofreció la Badinerie de la Suite No. 2 de Bach, BWV 1067, interpretada obviamente con su flauta de pan.
      La segunda parte, con la selección de las Danzas Eslavas de Dvorak, dejó bastante que desear, no porque la resolución técnica de las mismas fuera insuficiente o torpe, salvo por algún puntual embarullamiento, sino porque faltó convencimiento en su lectura. Por mucho que sean unas obras un tanto ramplonas y superficiales, lo cierto es que pueden recrearse con mayor enjundia y en esta ocasión a las Danzas les faltó brillo y arrebato. Al cierre del concierto, y como propina a unos arrastrados aplausos, se repitió la danza n.º 2 del Op. 72, la más lírica y popular de este catálogo del compositor checho. Casi fue lo mejor del concierto, mucho mejor recreada que en su primera lectura. En conjunto, pues, un concierto algo descafeinado que podría haber ganado enteros con un programa más ambicioso.

 

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