CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: Concierto del Ensemble Praeteritum Sinfónico en Lugo

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Pablo Sánchez Quinteiro
3 de octubre de 2025

Crítica de Pablo Sánchez Quinteiro del concierto ofrecido por el Ensemble Praeteritum Sinfónico en la Sociedad Filarmónica de Lugo

Concierto del Ensemble Praeteritum Sinfónico en Lugo

Praeteritum, presente en Lugo

Por Pablo Sánchez Quinteiro
Lugo, 24-X-2025. Salón Regio del Círculo de Bellas Artes. Sociedad Filarmónica de Lugo. Ensemble Praeteritum Sinfónico. Pablo Suárez Calero, violín. Obras de Shostakóvich.

   La pasada semana se inició una nueva temporada de conciertos de la Sociedad Filarmónica de Lugo. Como cada año, es mucho más que la apertura de un nuevo curso musical: es renovar un compromiso con la cultura que dura ya casi un siglo. La Sociedad Filarmónica de Lugo, una de las entidades culturales más antiguas y activas de Galicia, lleva décadas sosteniendo una programación de muy alto nivel, marcada por la fidelidad de su público y por un espíritu que une culto a lo clásico con la curiosidad por nuevas propuestas. Abrir la temporada 2025-2026 con el Ensemble Praeteritum Sinfónico representó toda una declaración de intenciones: una apuesta por la energía de una nueva generación de músicos que, sin renunciar a la tradición, entiende la interpretación no como una reconstrucción de las sagradas escrituras del pasado, sino como una experiencia viva, llena de riesgo y de emoción. Incluso el aparentemente secundario hecho de tocar de pie adquiere con este grupo un sentido profundo: no se trata solo de una postura física, sino de una actitud estética que intenta huir de lo convencional, para realzar el valor de compartir la música. Una disposición que convierte el escenario en un espacio más permeable y flexible, donde la música circula y respira con otra libertad.

   El Ensemble fue fundado en 2011 por el violinista Pablo Suárez Calero, naciendo como un conjunto de cámara, y distinguiéndose muy pronto por su búsqueda de nuevas formas de afrontar el repertorio. Suárez Calero, formado con maestros de la talla de Nicolás Chumachenco, Salvatore Accardo o Agustín Dumay, es un músico de sólida escuela centroeuropea, de carácter discreto, pero de una desbordante energía tanto interior como exterior, tal como se refleja en la aventura de ampliar desde 2023 el grupo al formato sinfónico, funcionando sin director, únicamente bajo el liderazgo concertante de Calero desde el violín. Esa manera de trabajar —sin batuta, con la escucha constante como principio organizador— se traduce en una inmediatez sorprendente: el sonido parece surgir del diálogo interno entre los músicos, no de una autoridad exterior. Por si fuera poco, la mezcla de juventud y experiencia en la formación se percibe en un maravilloso equilibrio entre frescura y disciplina. Fue sin duda una de las señas de identidad de la velada.

   El programa no pudo ser más coherente ni más literario: tres obras de Shostakóvich -obertura, concierto y sinfonía- que recorren su biografía musical como si fueran capítulos de una misma novela. La Obertura Festiva, op. 96, escrita en 1954, abrió la noche con un brillo engañosamente jubiloso. Música enérgica y arrolladora, escrita para una celebración oficial, pero en cuyo interior late la ironía de quien ha sufrido el peso de la historia, pero no puede expresarlo en palabras, sólo en notas musicales. El Praeteritum la abordó con impulso y precisión, en una lectura de carácter radiante pero controlado, donde las fanfarrias de metal y los golpes de timbal sonaron con vigor, pero sin exceso. La intimista atmósfera del Salón Regio del Círculo de las Artes no necesita afortunadamente excesos dinámicos, siendo mucho más problemático que proyectar el sonido, el cohesionar las distintas secciones. El reto fue resuelto adelantando las cuerdas y parte de los vientos lo máximo posible, ubicando el resto de las secciones -percusión, arpa y resto de vientos- en el escenario propiamente dicho. 

Concierto del Ensemble Praeteritum Sinfónico en Lugo

   Ya desde el comienzo de la noche, la cuerda dio una excelente muestra de clase y musicalidad, produciendo un sonido compacto, brillante y poderoso, que ya de entrada disipó las hipotéticas dudas acerca de cómo sonarían los monumentos sinfónicos que conformaban el programa, muy especialmente, la Quinta Sinfonía. En la obertura, las cuerdas sostuvieron un tejido firme sobre el que emergieron los metales con claridad arquitectónica. El resultado fue una obertura enérgica, técnicamente impecable, que sirvió como carta de presentación de la orquesta y como declaración de principios: entusiasmo y vitalidad, sin precipitación ni alardes.

   Suárez Calero dirigió desde el violín con gestos mínimos, apenas sugeridos, pero suficientes para marcar dinámicas, matices y respiraciones. Su dirección encontró su epígono en la figura de Aldo Mata, el veterano violonchelista que, desde el otro lado del escenario, realizó durante toda la velada un trabajo fascinante de “controlador aéreo”, ofreciendo entradas, respiraciones y señales casi coreográficas, con una coordinación silenciosa que sostuvo el equilibrio del conjunto. Al mismo tiempo, desde el interior de la orquesta se percibía una conexión absoluta entre las secciones, un engranaje perfectamente afinado que resultaba asombroso si se tiene en cuenta la diversidad de procedencias de los músicos y el escaso tiempo de ensayos de que dispusieron. Todo funcionó con una precisión y sensibilidad colectiva que hizo de la noche un auténtico deleite.

   El centro del programa lo ocupó el infrecuente Concierto para violín n.º 2, op. 129, una de las páginas más íntimas y enigmáticas del Shostakóvich maduro. Suárez Calero lo interpretó con un equilibrio admirable entre contención y expresividad, sin caer nunca en el dramatismo fácil. El Moderato inicial se desplegó con sobriedad, sostenido por una tensión interior constante. La atmósfera brumosa y opresiva que lo abre fue perfectamente construida por la cuerda grave. A ella se unió el solista con un sonido firme, puro e intimista. Poco a poco, ese discurso contenido fue creciendo en densidad emocional, como si bajo la superficie latiera una voz reprimida que pugna por salir. Los diálogos con la percusión y los metales acentuaron ese carácter casi confesional. En el Adagio, el solista construyó un discurso sereno y concentrado, de una belleza que nacía de la sencillez, con un fraseo de aliento largo y una respiración casi camerística con la orquesta, perfectamente liderada en esta obra por Laura Delgado, principal en la BOS. Destacó de forma especial en este movimiento el diálogo con la flauta de Violeta Gil, de la ORCAM, cuyo sonido preciosista y contenido estableció un acertado contrapunto de melancolía frente al tono del violín. Los silencios jugaron un papel esencial en todo el movimiento: eran pausas que no interrumpían, sino que profundizaban en la emoción. El violín, lejos de buscar el virtuosismo exterior, se convirtió en portavoz de una angustia contenida. El sombrío monólogo concluyó el movimiento en una súplica desoladora, en la que solo la evocadora trompa de Iván Carrascosa, solista de la ORCAM, ofreció un mínimo rayo de esperanza. El Adagio–Allegro final permitió desplegar un virtuosismo nunca gratuito, con pasajes de gran agilidad y precisión técnica en los que la energía se mantuvo siempre controlada. En la entreverada cadenza, Suárez Calero mostró un dominio del arco elegante y firme, y en el cierre, construido de forma brutal -por no decir escítica-, con sus ritmos quebrados y su tensión acumulada hasta lo indecible, el Praeteritum logró una síntesis perfecta de drama y lucidez. En un momento tan frenético e incisivo, la sala del Círculo favoreció una comunicación inmediata entre intérprete, orquesta y público. La sensación de cercanía, de música compartida, se tradujo en una calurosa ovación que, sin embargo, no escondía el sobrecogimiento ante el eco de la tragedia interior que atraviesa una obra tan fundamental.

Concierto del Ensemble Praeteritum Sinfónico en Lugo

   La segunda parte abordó la Sinfonía n.º 5 en re menor, Op. 47, una obra monumental en la historia del siglo XX. Afrontar una obra que forma parte del ADN de tantos músicos y melómanos, con una orquesta de estas dimensiones y sin director es un desafío mayúsculo, pero el Ensemble Praeteritum demostró que la ambición no está reñida con la claridad. Desde el primer compás del Moderato inicial se advirtió una comprensión profunda por parte del grupo del lenguaje de Shostakóvich: cristalizada en una lectura que evitó el patetismo y apostó por realzar la arquitectura interna de la obra. La cuerda desarrolló un sonido homogéneo, de peso controlado y los clímax se construyeron con rigor, sin necesidad de estirarlos innecesariamente. Justo después de la disolución del gran clímax fue particularmente emotivo el solo de trompa, que representa la voz interior que Shostakovich hace surgir entre el silencio y la ruina. La intervención, en este caso, de Gustavo Castro —solista principal de la Orquesta de Extremadura— fue impecable en la emisión, pura en el fraseo y dotada de una hondura expresiva poco frecuente. El Allegretto fue realmente atípico; intencionadamente exento de lirismo y de delicadeza, y desplegando acidez e ironía a raudales. Fue una macroscópica grotesca danza detrás de la cual sólo se escondía amenaza y terror. Suárez Calero, enfatizando los cambios de rítmica, los solos infantiles y grotescos de las maderas, y los pasajes en pizzicato, estableció -como a pocos directores he escuchado- la sin duda nada casual, conexión con el Scherzo de la Sexta mahleriana. Por su parte, el solo de violín repleto de ecos de Stravinsky y su Petrouchka, fue igualmente revelador. El no menos mahleriano Largo alcanzó una hondura emocional excepcional. La cuerda se desplegó en largas líneas suspendidas al máximo, las maderas respiraron con dulzura y melancolía, y el silencio final antes del movimiento conclusivo fue uno de esos instantes en los que el tiempo parece detenerse. El Allegro non troppo final mantuvo el pulso firme y la tensión constante, huyendo intencionadamente de la grandilocuencia. El tema triunfal sonó anti-climático, más como un acto de resistencia que de victoria: una marcha hacia adelante con la dignidad de quien avanza pese al peso del dolor. La orquesta, disciplinada y expresiva, respondió con cohesión admirable, y el resultado fue una lectura valiente, intensa y de una madurez que sorprende en un conjunto tan joven.

   La Sociedad Filarmónica de Lugo abrió así su temporada con una propuesta de auténtico lujo, que conjugó juventud y excelencia, riesgo y profundidad, y que deja la sensación de que la música, cuando se hace desde dentro, sigue siendo el lenguaje más poderoso y verdadero. El público respondió con entusiasmo prolongado y sincero. Agradecimiento no sólo por la calidad del concierto, sino también por la autenticidad de una orquesta que no interpreta para exhibirse, sino para compartir. Ojalá muchos otros escenarios puedan disfrutar de este programa, capaz de unir rigor, emoción y verdad musical, porque allí donde se escuche provocará, sin duda, admiración y respeto.

Fotos: PSQ

Concierto del Ensemble Praeteritum Sinfónico en Lugo
  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico