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Crítica: Concierto de The Hilliard Ensemble en el Festival Abvlensis de Ávila

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Autor: Mario Guada
28 de agosto de 2014

The Hilliard Ensemble recala en Ávila, en lo que supone el antepenúltimo concierto de su historia en España, dejando una extraña sensación de angustia vocal

Web de The Hilliard Ensemble

DESPEDIDA AGRIDULCE

Por Mario Guada

26-VIII-2014, 20:00. Ávila,Iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás.Festival Abvlensis. Entrada 12, 10 y 8 €uros. In paradisum. Obras de Tomás Luis de Victoria, Giovanni Pierliuigi da Palestrina y anónimos. The Hilliard Ensemble.

   El Festival Abvlensis se ha convertido, en tan solo tres años, es una referencia en el panorama español de la musical coral y la polifonía renacentista. Si en la pasada edición fueron los responsables de traer a The Tallis Scholars a España –en la gira de su 40 aniversario–, este año tenía como protagonistas a The Hilliard Ensemble, cuarteto vocal británico de leyenda que también celebra los 40 años de existencia y aprovecha además para anunciar su retirada de los escenarios. Sí, 40 años, muchos, se mire por donde se mire para un conjunto de la exigencia y la exposición vocal del Hilliard. Fundado en 1974, únicamente uno de los cuatro miembros fundadores continúa en la fundación, el contratenor David James. El tenor Rogers Covey-Crump y el barítono Gordon Jones llegaron algunos años más tarde, completando la actual formación el tenor Steven Harrold –que suplió el 1998 la baja del mítico Paul Hillier. De mano, hay que señalar que la exquisitez con la que han acercado al público las polifonías medievales y renacentistas más imponentes ha sido sobresaliente a lo largo de su carrera, convirtiéndose, sin duda, en un conjunto referencial en el panorama de la música vocal. A lo largo de estas décadas han conseguido mantener una esencia sonora, creando uno de los sonidos más propios y reconocibles de cuantos haya en los conjuntos vocales a nivel mundial, que han sabido articular y hacer suyo a lo largo de decenas de registros discográficos dedicados a música de los siglos XIII, XIV, XV y XVI, así como  a la creación contemporánea, que han hecho suya a lo largo de las últimas dos décadas.

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   El concierto que nos ocupa, bajo el título de In Paradisum, presentaba un programa concebido en 1997 para la grabación discográfica homónima en el sello ECM, una reconstrucción litúrgica de un posible Requiem, conformado por extractos del canto gregoriano procedente de una copia del Graduale Romanum de 1627–conservado en Toul–, al que se añaden fragmentos polifónicos de Tomás Luis de Victoria [c. 1544-1611] y Giovanni Pierluigi da Palestrina [1525-1594]. Un programa bien concebido, aun con un toque imaginativo algo desmedido –el encuentro entre ambos compositores no está demostrado de manera fehaciente y la mezcla de obras resulta, a efectos de la praxis, bastante inverosímil–, compuesto por la lectio Tædet animam meama 4, procedente del Officium Defunctorum a 6 [1605], y los responsorios Libera me y Peccantem me quotidie, de su Requiem a 4 [1592]. Del maestro italiano se nos presentabansus motetes Domine quando veneris, Ad Dominum cum trubularer y Heu mihi Domine, publicados en su Motectorum liber secundus[Roma, 1584], además de Miserere mei Deus, aparecido en el Cantus ecclesiasticus officii maioris hebdomadae [Roma, 1587] de Giovanni Guidetti [1530-1592]. La música es de una calidad fuera de dudas, pues los responsorios de 1592 de Victoria son un ejemplo de su refinada y honda escritura, destacando la belleza de su Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison final. Además, la fuerza expresiva y el impacto sonoro del Tædet animam meam sigue siendo un descubrimiento en cada nueva escucha. Por el contrario, la música de Palestrina, menos libre y más ceñida a lo académico, se presenta con su complejidad desbordante en un claro ejemplo de la calidad de la escritura del maestro romano, capaz de hacer muy fácil lo realmente difícil. A pesar de todo, el «estilo» de ambos maestros en estas piezas concurre y ser acerca más de lo que a priori pudiera parecer –aunque Victoria fue un gran admirador de la obra de Palestrina.

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   40 años dan para mucho, para toda una carrera plagada de hitos, pero también para aguardar inevitablemente un declive artístico considerable. Ayer presenciamos un ejemplo de la complejidad del ser humano, una lucha encarnizada contra las fuerzas de la naturaleza y el inexorable paso del tiempo por mantenerse y ser. Y es que la práctica de la música está abocada, cada vez queda más patente, a un irrenunciable final, me temo que más pronto que tarde. Y si cualquier instrumento es esclavo de la técnica, y por ende del estado físico del que lo tañe, la voz humana supone, por razones obvias, el ejemplo más claro de los problemas de este tipo cuando se llegaa cierta edad. Si bien David James nunca gozó de un timbre especialmente bello –ni en su años de veintañero, cuando comenzaba su carrera–, la cuestión se ha agravado considerablemente con el paso del tiempo, resultando en exceso anguloso, demasiado directo y hasta un punto estridente. Rogers Covey-Crump, que siempre fue un dechado de perfección técnica, con un registro agudo más que envidiable, adoleció de problemas serios durante los 80 minutos de concierto, mostrando una imagen que personalmente –me permito el lujo de dejar aquí una impresión íntima– me causó una gran tristeza. En cuanto a Gordon Jones, su registro grave resulta ya demasiado cavernoso, muy poco fluido y natural, estando realmente más cómodo y mucho más elegante en el registro agudo. Solo Steven Harrold –a pesar de que también tuvo algunos problemas momentáneos– fue el único que rindió de manera real a lo que se supone el nivel habitual del Hilliard –la diferencia de edad con sus compañeros le permite mantener una exigencia técnica mucho mayor. El resultado global resultó, como digo, lastimoso, por ver a los que han sido un mito relegados ya a una posición en la que nunca deberían estar. Ya no existe esa frescura tan característica, la tensión se pierde por momentos de manera alarmante –las cadencias eran, casi una tras otra, una agonía–, los problemas con la afinación más que notables, el balance muy desajustado y el empaste casi inexistente. Victoria realmente salió mal parado, con unas lecturas demasiado agitadas, en las que la inteligibilidad de las líneas resultó muy costosa. Algo mejor su Palestrina, al que quizá tienen más trabajado y asumido con el paso de los años.

   Pero la grandeza de grupos como este siempre sale a relucir, y aún con todo, existieron momentos «muy Hilliard», especialmente en el canto llano, con un Jones entonando los versículos de manera grácil.Sorprende el impresionante feedback existente, siendo capaces de realizar unas entradas y unos cortes apenas sin mirarse de la manera más pulcra posible.

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   El numeroso público que abarrotó la nave central de Santo Tomás, sabedor de que estaban presenciando un adiós, supo relegar a un segundo plano estas carencias técnicas causadas por el paso de los años, y rendir un sentido homenaje a toda una cerrera, con poderosos aplausos, bravos y poniéndose de pie para mostrar su cariño y admiración –un gesto que les honra.El cuarteto respondió a tan caluroso tributo con la interpretación de Most Holy Mother of God, que el  compositor estonio Arvo Pärt [1935] compusiera expresamente para el grupo en 2003, en la que fue, sin ninguna duda, la mejor interpretación de la noche, y en la que se percibió mayor disfrute por parte de los intérpretes.

   Sin duda, un evento histórico. Otro tanto más para Abvlensis, que ha sabido mostrar al público de la hermosa ciudad de Ávila lo que es The Hilliard Ensemble antes de su adiós definitivo. No podemos quedarnos más que con una sensación agridulce, agria por el resultado y por comprobar tan notoriamente como el tiempo no pasa en balde para nadie, y dulce por observar que aun así, la música es capaz de sobrepasar ciertas barreras que el público es capaz de interpretar, en este caso, de manera sabia.

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