
Crítica de Pablo Sánchez Quinteiro de los conciertos del Festival de Música de Sobrado dos Monxes
Entre la piedra y el sonido
Por Pablo Sánchez Quinteiro
Sobrado dos Monxes, La Coruña. Julio y agosto de 2025.Monasterio de Sobrado dos Monxes. Festival de Música de Sobrado dos Monxes.
Entre la amplia oferta de festivales y eventos musicales clásicos estivales en Galicia, algunas iniciativas destacan por su especial arraigo, por el entorno en que se realizan y por estar dotadas de una visión artística propia. Tal es el caso del "Festival de Música del Monasterio de Sobrado dos Monxes". Se trata de una propuesta impulsada con entusiasmo y constancia por la "Asociación de amigos del monasterio de Sobrado", quienes, edición tras edición, han logrado diseñar una programación atractiva y con personalidad, capaz de atraer a un público cada vez más numeroso, tanto de la comarca como de otros rincones de Galicia. Así, el pasado año disfrutamos de la presencia de la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por su antiguo titular, Dima Slobodeniouk. Este 2025, el festival ha apostado por una oferta igualmente sugerente y variada, que antes de ser comentada, merece ser enmarcada en el espacio único en el que se desarrolla: la iglesia abacial del monasterio.
Fundado en el siglo X y reformado en profundidad a partir del siglo XII por la orden cisterciense, que todavía en la actualidad le confiere una floreciente vida terrenal y celestial, el monasterio conserva su grandeza espiritual y arquitectónica pese al paso del tiempo y al terrible deterioro originado por la infame amortización. En la actualidad, la iglesia barroca, construida en piedra desnuda, carece obligadamente de todo ornamento superfluo. El antiguo retablo mayor, del cual apenas quedan las huellas de sus puntos de anclaje en el ábside, fue desmontado hace décadas y su paradero sigue envuelto en incógnitas, probablemente en manos de algún coleccionista privado. Esa desnudez arquitectónica no resta, sino que amplifica la potencia del espacio: una reverberación imponente y una acústica que exige a los intérpretes una precisión extrema, convirtiendo cada concierto en una verdadera experiencia inmersiva tanto para el público como para los músicos. Este marco —simbólico, sonoro, estético— confiere al festival un carácter especial, convirtiendo cada uno de sus eventos en una liturgia contemporánea, un verdadero diálogo entre lo antiguo y lo vivo, entre la piedra y el aliento de la música.
Entre un amplio abanico de actividades corales y camerísticas, esta edición del festival destacó por acoger dos conciertos de carácter bien diverso que llenaron por completo la iglesia de Santa María. El primero de ellos tuvo un significado especial: fue el escenario de un encuentro entre dos excelentes orquestas juveniles españolas, magnífico espejo del nivel que atesoran los jóvenes músicos de nuestro país. Por un lado, la Joven Orquesta de Lugo Terra Nova, de la que dimos cuenta recientemente en Codalario por su papel central en la inauguración del nuevo auditorio de Lugo. Por otro, la Joven Orquesta Sinfónica de Jaén, ambas dirigidas por sus respectivos titulares: Nicolás Ravelli Barreiro y Rafael de Torres.
Aunque en un principio las interpretaciones estaban planteadas como independientes —Scheherazade de Rimsky-Korsakov por parte de la formación jienense, y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák a cargo de la orquesta gallega—, un notable grupo de músicos de ambas orquestas decidió participar espontáneamente en los dos programas. Una prueba elocuente de su entrega y entusiasmo que no solo evidenció el compromiso de los intérpretes, sino también su alto nivel de preparación.
La sorpresa vino con la Joven Orquesta de Jaén, una formación poco conocida en esta parte de la península, que deslumbró con la interpretación de Scheherazade. Sus jóvenes músicos afrontaron con solvencia y madurez una obra tan extensa como exigente, desplegando un sonido empastado y afinado, lleno de matices, color y sensualidad orientalizante. La excelente concertino, Jessica Pardo, fue tan solo la punta del iceberg de un conjunto sólido, cohesionado y sorprendentemente maduro.
Buena parte de este éxito se debe a su director, Rafael de Torres, cuya juventud contrasta con una trayectoria ya notable: formado en Granada y Weimar, fue alumno y asistente del maestro Eiji Oue en la Hochschule de Hannover, colaborando con orquestas como la Filarmónica de Tokio o la NDR de Hamburgo. Estamos ante un director técnicamente impecable, por su gesto claro y preciso y por unas ideas musicales que evidencian madurez y profundo trabajo de partitura. Pero, sobre todo, más allá de cualquier forma de divismo, lo que define su labor es una entrega absoluta a la música, una actitud casi religiosa, trabajando con los jóvenes músicos con la máxima intensidad y con todos los sentidos alerta, extrayendo de ellos todo lo mucho y bueno que pueden dar de sí.
En la segunda parte de la velada, tomó el relevo la Orquesta Juvenil Terra Nova, que abordó una de las obras fetiche de su repertorio: la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín Dvořák. Esta obra había sido interpretada recientemente por la formación lucense en la temporada de conciertos de la Sociedad Filarmónica de Monforte de Lemos, con una excelente acogida. En esta ocasión, a pesar de contar con una plantilla algo reducida —incluso en algunas secciones clave—, el resultado artístico volvió a estar a la altura de las expectativas, lo cual demuestra la capacidad que tiene su director para aglutinar en torno a él a un grupo de jóvenes que representan lo mejor del talento musical gallego.
La orquesta mantuvo en todo momento una interpretación cohesionada y enérgica, demostrando que, más allá de la cantidad, lo que realmente cuenta es la calidad de los músicos y la visión de conjunto que aporta su director. Nicolás Ravelli Barreiro volvió a dirigir con la intensidad y el compromiso que le caracterizan: gesto enfático, lectura apasionada y una clara intención expresiva, capaz de articular tanto los pasajes más líricos como los más enérgicos con una lógica interna profundamente musical.
Tanto Ravelli como De Torres debieron enfrentarse a la reverberación del espacio —tan monumental como acústicamente desafiante—, pero ambos supieron hacer de la dificultad virtud. Si bien, en determinados momentos el sonido tendía a saturarse, esta misma saturación aportó una corporeidad y una resonancia que convirtieron la experiencia auditiva en algo único. Es precisamente esa interacción entre espacio, sonido y emoción lo que hace de este ciclo de conciertos una vivencia irrepetible, donde cada nota se funde con la piedra y con el silencio cargado de siglos que habita el monasterio.
La segunda gran cita del festival vino de la mano de uno de los músicos gallegos más singulares ¡e internacional! del panorama actual: Abraham Cupeiro, quien presentó en Sobrado su espectáculo Mythos, acompañado por otra extraordinaria orquesta joven, la Orquesta GAOS, bajo la dirección de su creador y alma mater Fernando Briones.
Aunque el programa se aleja del repertorio clásico al uso, Mythos se revela como una propuesta de altísima exigencia artística. Cupeiro despliega en escena un formato híbrido, un “concierto-monólogo” donde narrativa, emoción y música se entrelazan con una naturalidad abrumadora. Durante más de una hora, el público se adentra en un viaje sonoro por antiguas mitologías: sonidos ancestrales que dialogan con lo contemporáneo. La música en su forma primigenia es original de Abraham Cupeiro, quien no solo compone sino que también reconstruye e interpreta una asombrosa variedad de instrumentos antiguos —desde el aulós griego hasta el carnyx celta— lo que aporta a cada timbre una historia y un carácter emocional único.
En el plano visual, el espectáculo se enriqueció al máximo gracias a una cuidada iluminación y proyección diseñada por Alberto Casas, quien envolvió el espacio del monasterio en unas sugerentes atmósferas cambiantes de luces y sombras, realzando la fuerza simbólica y escénica de cada sección.
La Orquesta GAOS respondió con talento y precisión a los múltiples registros que exige la partitura, en un programa que es de hecho una sucesión de piezas concertantes en las que la compenetración con el solista y los condicionantes acústicos del espacio constituyen un reto mayúsculo. Fue clave en este sentido la dirección de Fernando Briones, atentísima y precisa en todo momento, pero igualmente empática con la música y con Cupeiro, sosteniendo con sensibilidad el equilibrio entre expresión, ritmo y color.
Por su parte, el propio Cupeiro, con entrega total, construyó un diálogo vibrante entre lo humano y lo mitológico. En conjunto, Mythos no fue solo un concierto, sino una experiencia sensorial y simbólica, una invocación del pasado desde el presente, que halló en la arquitectura reverberante de Sobrado un marco a la vez arcaico y visionario.
Fotos: PSQ