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Crítica: El Festival Rossini de Pésaro conmemora su 40 aniversario con una gala lírica bajo la dirección de Carlo Rizzi

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Autor: Raúl Chamorro Mena
27 de agosto de 2019

40 años a la gloria de Rossini

Por Raúl Chamorro Mena
Italia. Pesaro. 21-VIII-2019. Rossini Opera Festival. Vitrifrigo Arena. Gala XL aniversario del ROF. Por orden de aparición: Franco Vassallo, Paolo Bordogna, Lawrence Brownlee, Anna Goryachova, Ruzil Gatin, Nicola Alaimo, Juan Diego Flórez, Claudia Muschio, Valeria Girardello, Carlo Cigni, Michele Pertusi y Angela Meade. Música de Gioachino Rossini. Coro del Teatro Ventidio Basso de Ascoli Piceno (Maestro del coro Giovanni Farina). Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI. Director: Carlo Rizzi.

   El Rossini Opera Festival de Pesaro cumple este año 40 ediciones, totalmente consolidado, con tres títulos por año, al que se añaden las dos funciones del Viaggio a Reims del Festival Giovane, así como recitales, conciertos y numerosos actos y actividades paralelas. Desde aquella edición de 1980, en que era gestionado por el Ayuntamiento de Pesaro y sólo programó dos títulos (La Gazza ladra y L’ingannno felice) y apenas 5 funciones, el Festival en plena colaboración con la Fundación Rossini ha dado a conocer las óperas olvidadas del Cisne de Pesaro (algunas de las cuales han pasado a formar parte del repertorio de los teatros), por no hablar de la impagable labor de estudio musicológico y publicación de ediciones críticas en colaboración con la Ricordi. Es decir, que la labor musicológica y editorial tiene su plasmación y consecución en el ámbito teatral. La inmejorable fórmula “musicología más teatro”.

   Esta gala celebraba estos primeros 40 años del ROF y, ante todo subrayar que eché de menos la presencia, aunque fuera testimonial, de alguno de los históricos cantantes, entre los que aún viven, lógicamente, que han cimentado la gloria del renacimiento rossiniano y de las sucesivas ediciones del Festival. El evento se celebró en el Vitrifrigo Arena a la espera de que en los próximos años pueda recuperarse el Palafestival y por tanto, el Festival no salga de los límites urbanos de Pesaro.

   Antes del comienzo, se anunció la repentina indisposición del tenor Sergey Romanovsky, lo que supuso fuera sustituido por Ruzil Gatin en el Dúo Melibea-Libenskof de Il viaggio a Reims y que se suprimiera el aria de Pirro «Balena in mal del figlio» de Ermione, pues hay muy poquitos tenores en el mundo capaz de afrontar esta pieza tan exigente, genuino ejemplo de la vocalidad de baritenore del mítico Andrea Nozzari.


   El evento, que contaba con piezas del repertorio buffo en su primera parte y del serio en su segunda, tardó en alcanzar nivel, pues comenzó de forma gris, con una anodina obertura de Il barbiere di Siviglia a cargo de Rizzi y la orquesta. A continuación, uno contempló perplejo como el barítono Franco Vassallo (que poco tiene que ver con Rossini, ni por repertorio ni por estilo, y cuya presencia en esta gala no se explica, más allá de algún tejemaneje de agentes) cantó la cavatina de Figaro ¡con apoyo de partitura! (debe ser porque es una pieza «muy rara», además de pertenecer al único papel Rossiniano que ha cantado unas cuántas veces). Difícil imaginar una interpretación más rústica y vulgar de la famosa aria. Aún así, Vassallo volvió a comparecer en la segunda parte para volver a "deleitarnos" con la "sutilidad" de su canto en una página tan bella y expresiva como «Sois inmobile» de Guillaume Tell.  

   Sin el apoyo de la escena y, por tanto, de su comicidad desbordante, algunas veces excesiva, a Paolo Bordogna sólo le quedan las carencias y prueba de ello fue la deslavazada interpretación de «A un dottor della mia sorte» que canta Bartolo en el Barbero. Emisión desigual -cada sonido colocado en un sitio-, fraseo descuidado, problemas con el sillabato …, que certificaron que, por mucho que digan, Bordogna es un muy mal cantante y uno se asombra cuando escucha que es el sucesor como buffo italiano de los Bruscantini, Capecchi, Dara…


   La aparición de Lawrence Brownlee subió, por fin, las calidades del concierto y, ya era hora, pudo escucharse una voz bien colocada, aunque, bien es verdad, de limitada calidad tímbrica. Efectivamente, el simpatico tenor nortemericano interpretó un notable «Cessa di più resistere», aria con Rondò que canta el Conde de Almaviva hacia el final del Barbero. Musicalidad, impecable estilo, buena articulación y sobresaliente agilidad compensaron, insisto, un timbre no especialmente seductor.

   El siguiente fragmento, el referido más arriba Dúo entre la Marquesa Melibea y el Conde Libenskof en Il viaggio a Reims, certificó que la mezzo rusa Anna Goryachova se encuentra en su salsa en este repertorio, al contrario de lo que sucedió en la Carmen que interpretó en el Teatro Real de Madrid. Goryachova cuenta con un volumen limitado, emisión un punto gutural (lógica por su condición de eslava) y grave débil, pero el centro es sombreado y atractivo, además de ser una cantante fina y muy elegante. Ruzil Gatin certificó una buena sustitución de Romanovsky con una voz tenoril timbrada, bien proyectada y una holgada franja aguda. No se puede olvidar que uno de los hitos del ROF fue la recuperación de Il Viaggio a Reims en 1984 con Claudio Abbado a la batuta, Luca Ronconi en la regia y un reparto irrepetible.

   A continuación tuvo lugar otro de los grandes momentos de la noche, la espléndida interpretación que realizó Nicola Alaimo del aria buffa «Sia qualunque delle figlie» que canta Don Magnifico en La cenerentola. Realmente admirable la intención que confirió a cada palabra, los contrastes y por si fuera poco, toda una exhibición de canto sillabato rápido, fundamental en el repertorio de buffo caricato. Y todo ello con voz, pues Alaimo cuenta con un sonido de apreciable presencia y caudal. Alaimo sí podría ser candidato a sucesor de los Bruscantini, Montarsolo, Dara…

   Juan Diego Flórez es indudablemente, desde su debut en 1996, uno de los pilares de los últimos años del ROF. A pesar de haberse lanzado ya de lleno al repertorio de tenor romántico no quiere abandonar el Rossiniano (que tanta gloria le ha dado y por el que pasará a la historia)  y en este caso, se constituyó en la base de la gala, pues sumó cuatro apariciones, incluyendo una de tanta exigencia como la escena completa de Arnold del acto IV de Guillaume Tell. En la primera parte del concierto, Flórez interpretó el aria «Sì, ritrovarla io giuro» de Don Ramiro de La Cenerentola, papel emblemático en su carrera. Los agudos no tienen el desahogo de antaño, pero siguen estando ahí, al igual que su buen sentido de la línea y dominio estilístico.


   Otro emblema del repertorio buffo, L’italiana in algeri, concretamente el Finale primo con el genial concertante de los sonidos onomatopéyicos puso fin a la primera parte de la gala. Michele Pertusi, cantante cuyo desgaste vocal ha venido acompañado, como sucede muchas veces, de mayor expresividad y variedad de acentos compuso un hilarante y sonoro Mustafà (¡¡¡Esos bum bum!!!) bien acompañado por Brownlee, la elegantísima Goryachova, Muschio, Cigni (que sustituyó a Palazzi), Bordogna y Girardello.

   La segunda parte dedicada al repertorio serio fue ocupada por fragmentos de dos únicos títulos, la fabulosa Ermione y el grandioso testamento Guillaume Tell.

   Otro de los grandes momentos de la historia del Festival fue la recuperación en 1987 de Ermione, una ópera del glorioso período napolitano de Rossini, que llevaba siglo y medio de olvido. El inolvidable -y no exento de polémica- evento protagonizado por Montserrat Caballé, Marilyn Horne, Chris Merritt y Rockwell Blake permitió divulgar una ópera espléndida, con una música inspiradísima y una admirable concisión dramático-teatral.  

   La supresión del aria de Pirro a causa de la indisposición del tenor Sergey Romanovsky, dejó en uno solo el fragmento de Ermione a interpretar, pero muy sustancioso, toda la escena de la protagonista en el acto segundo. Para el que suscribe fue el mejor momento de la noche, pues Angela Meade (a la que ví el papel completo en La Coruña hace unos años) completó una magnífica interpretación de una pieza temible. Larga, labrada en recitativos que exigen acentos áulicos e incisivos, alternados con fases melódicas, cantabile fugaces y tremendos momentos de agilità di forza. Un papel destinado a una Colbran en sazón y que anticipa lo que sería il soprano assoluto o sfogato o la también llamada soprano drammatica d’agilità. La Meade llenó la sala con una voz de verdad, robusta, extensa, bien colocada, -quizás le falta algo de color- bien apoyada sul fiato y sobre la que la soprano estadounidense ejerce total control con filados que quitan el hipo y que tienen timbre de verdad y no susurritos. Toda una actriz vocal, que es lo que hay que ser, sobre todo, en bel canto que acentuó de forma señorial, que reprodujo con incisividad la coloratura di forza y cumplimentó sin aparente problema la onerosísima extensión. Buena prestación del tenor Ruzil Gatin en las frases de Orestes.

   Meade debería haber sido Semiramide este año y debería protagonizar Elisabetta regina d’Inghilterra el próximo. No es así porque ni los directores de escena, ni los que mandan en los teatros la quieren por su físico corpulento. En esta edición, que debutaba en el ROF, le han dejado un recital y una participación en la gala. Así está la ópera hoy día. El elemento vocal es lo que menos importa. Es justo subrayar, asimismo, que tanto Angela Meade como Lawrence Brownlee representaron apropiadamente en esta gala a la fabulosa generación de cantantes estadounidenses que fueron fundamentales en el renacimiento Rossiniano del último tercio del siglo XX y, por supuesto, en las primeras ediciones del ROF.

 

 Una obertura de Guillaume Tell en la que Rizzi nos durmió hasta que llegó el galop y pudo lucir fuerza pachanguera y despertarnos a zambombazos, dio paso el dúo Tell-Arnold del primer acto en el que éste se debate entre su deber con la patria y sus ancestros y el amor por Mathilde, hija del tirano Gessler. Página bien cantada por Flórez, que resolvió con entrega los agudos del allegro, aunque le faltó empuje y acentos. Muy noble Pertusi.

   Después de la ya citada, olvidable y prescindible «Sois inmobile» ejecutada por Vassallo, llegó otro de los ápices de la Gala con la interpretación por parte de Juan Diego Flórez de la escena de Arnold totalmente completa  (Recitativo «Ne m’abbandone pas» Aria «Asile héréditaire», cabaletta a dos vueltas con toda una ensalada de agudos «Amis, amis, secondez ma vengeance») del acto IV de Guillaume Tell. La sola interpretación de este temible fragmento ya obliga al respeto y la admiración. Dicho esto, consignar que el cantabile estuvo impecablemente delineado con buen ascenso al Do 4 sobreagudo, pero que en la cabaletta faltaron acentos, robustez y slancio, llegando Flórez fatigado y al límite a la parte final con unos sobreagudos forzados y que no terminaron de proyectarse (tampoco le ayudó la ruidosa dirección de Rizzi que le echó todo encima). Esa pérdida de squillo, de punta, en los agudos de Flórez, que enmascaraban lo limitado del volumen, conlleva una inevitable pérdida de proyección y presencia sonora.  

   No pudo tener mejor broche la gala, que el sublime final de Guillaume Tell. Música celestial, que fue interpretada por Meade, Flórez, Pertusi, Girardello, Muschio y Cigni, además del coro del Teatro Ventidio Basso que ofreció una buena prestación durante todo el concierto. ¡Viva Rossini!    

Foto: Facebook Festival Rossini de Pésaro

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