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Crítica: 'Leçons de ténèbres' de Couperin y la 'Passio Jesu-Christi' de Soler en el Festival de Pascua de Cervera

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Autor: Diego Civilotti

CERVERA RESCATA LA PASIÓN

Por Diego Civilotti

Cervera. 3/04/15. V Festival de Pascua de Cervera. Iglesia de Sant Agustí. Marta Matheu, soprano. Marta Infante, mezzosoprano. Toni Marsol, barítono. Josep Bracero, viola. Oleguer Aymamí, violonchelo. Dani Espasa, clave y dirección. David Malet, órgano y dirección. François Couperin: Leçons de Ténèbres. Josep Soler: Passio Jesu-Christi.

   La penúltima jornada del V Festival de Pascua de Cervera (del 26 de marzo al 4 de abril) coincidía con el Viernes Santo. Sin desmerecer la importancia del resto de conciertos que tuvieron lugar ese día, una de las citas ineludibles era la que nos llevó a la Iglesia de Sant Agustí de Cervera, donde se preparó un programa de altura: las Leçons de Ténèbres para el Miércoles Santo de Couperin, indiscutible obra maestra del género, y la cantata Passio Jesu-Christi de Soler, una partitura esencial para entender su producción y una de sus creaciones más admirables, lo cual es decir mucho en un compositor tan prolífico.

   Digámoslo desde el principio: la tarde del viernes nos infundió grandes dosis de esperanza en un panorama muchas veces desalentador. Y ello por el concierto, pero también por este V Festival dedicado a la música catalana. Cuando decimos “dedicado” es dedicado de verdad, hecho con gran dedicación y sin olvidar nada, restaurando el eslabón entre nombres ilustres del pasado como Toldrà o Mompou, y realidades más recientes. Por eso, si su cartel nos informa que se centra en la música clàssica catalana, no se trata de un lema propagandístico sino de una realidad, lamentamos decir que a veces heroica, teniendo en cuenta las grandes lagunas que aún hoy existen en la conservación y cultivo del propio patrimonio musical, cosa que debería ser estructural y no extraordinaria. En este sentido, la labor de su director artístico Xavier Puig –director y profesor de la ESMUC– es ejemplar por muchas razones. Entre ellas, porque el proyecto del Festival parte de una autocrítica tan saludable como poco frecuente. También porque apunta en la dirección correcta para superar las carencias que diagnostica  –apostando por la transversalidad con conciertos, audiovisuales, conferencias y otras actividades, y por la creación de un punto de encuentro de intérpretes jóvenes y consagrados, compositores, musicólogos, editores...–. Y porque tanto Puig como todos los que lo hacen posible, se remangan y se entregan para defenderlo con pasión: somos testigos. Algunos ejemplos de esta quinta edición son el rescate del olvido de la obra de Joan Manén (quien además sirve de inspiración para uno de los ejes de la cita, la figura del compositor-intérprete), la invitación de nombres consolidados (Joan-Albert Amargós, entre otros) junto a otros más jóvenes con un inmediato futuro esperanzador (Jordi Cornudella, Francesc Guzmán, Carles Marigó...), o la conmemoración del 80 aniversario de dos compositores menos presentes de lo que deberían –por la calidad y la influencia de sus creaciones– en los principales auditorios del país: Jordi Cervelló y Josep Soler.

   Así pues, el programa del viernes estaba marcado por dicho aniversario. La inclusión de Couperin junto a la obra de Soler es interesante y no nos parece gratuita: el influjo del primero sobre el segundo se hace notar en varios aspectos de su obra, como es el caso de la audacia contrapuntística en L’Art de toucher le Clavecin, y concretamente en las Leçons de ténèbres, en la utilización de disonancias con un profundo sentido dramático o en la preponderancia estructural del texto, como sucede en el recitativo lírico con el texto latino (fiel a las Lamentaciones de Jeremías) que sigue a los melismas, extendidos sobre cada una de las letras del alfabeto hebreo que numeran los versículos. La filiación estética de las Leçons con la Passio de Soler se manifiesta también en otros detalles como el uso dramático del silencio. Pudimos escuchar una buena versión de la obra de Couperin, en la que la soprano Marta Matheu desplegó una brillante paleta de recursos expresivos en las dos primeras lecciones a una voz. Marta Infante se incorporó en la tercera y última con sabia administración de los recursos, mostrando junto a Matheu un excelente manejo de las dinámicas especialmente en los largos melismas y transmitiendo con inteligencia la exuberante retórica couperiniana. La solidez y discreción armónica y melódica del continuo que ofrecieron Oleguer Aymamí y Dani Espasa resolvió los desafíos acústicos de la iglesia, hasta donde técnicamente se podían resolver. Como se hizo con la Passio tras el descanso, durante las Leçons se proyectaba el texto en catalán sobre una pantalla colocada en el altar. Dada su importancia y el carácter dramático de ambas obras, la decisión fue acertada.

   La desolación de la Jerusalén asediada y destruida que lamenta Jeremías en las Leçons, es para el cristianismo una alegoría del desamparo de Jesús, abandonado por sus discípulos, despreciado y entregado por el pueblo, que finalmente se concentra en una interpelación sin respuesta: “Eloí, Eloí, lamá sabakthani?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Este lamento de Jesús en la Passio de Soler, que tras un silencio tiene su eco en el violonchelo y su oscuro diálogo con la viola, es el último fragmento cantado de la obra. Para el evangelista y narrador se recurre a la voz soprano y para Jesús a la voz barítono, que con el texto en latín Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me? (Marcos 15, 34) produce un potente efecto dramático. Algo que no pasó desapercibido para René Leibowitz, quien en un texto de 1968 –poco después de ser escrita– la caracterizó como “una de las cantatas más austeras y dramáticas” que había conocido, lo que le llevaba a ver en Soler “un compositor especialmente dotado para la música dramática y la ópera”. Escrita sobre una serie dodecafónica basada en seis intervalos de tritono encadenados por cinco intervalos de segunda, consigue una gran intensidad dramática con un mínimo de elementos, concentrados y reducidos a lo esencial tanto en el texto (seleccionado por el autor entre los evangelios de Lucas, Juan y Marcos) como en la música. La atmósfera agresiva de la obra está determinada por esa presencia constante del tritono, ya desplegada en los cuatro primeros compases por el solo de órgano. Por otra parte, destaca la textura homofónica de una música al servicio del texto y en extremo, el sólo recitado en favor de la claridad del texto evangélico en latín, que al mismo tiempo la tiñe de una atmósfera de desolación y le otorga una aureola trascendente.

   El compositor despoja al intérprete de todo lucimiento personal y lo pone al servicio del texto, casi a modo de comentario, cosa que fue perfectamente comprendida por los intérpretes, que lograron un resultado extraordinario. La disposición a izquierda y derecha de barítono y soprano, sin duda contribuyó a que así fuera. Con buen criterio, se decidió que Xavier Puig dirigiera marcando simplemente entradas y compás, ya que David Malet, quien había trabajado en la dirección de la obra, era el organista. Llegamos con el recuerdo de la excelente versión grabada en 1970 con la dirección de Ros-Marbà y los intérpretes que participaron en el estreno de 1969 (a excepción del barítono, ya que en la grabación Chico sustituye a Hemsley). Y debemos reconocer y subrayar que la que escuchamos no sólo se puede situar al lado de aquélla, sino que en nuestra opinión –y salvando las grandes diferencias que existen entre una grabación y una interpretación en vivo– ésta nos ofrece cosas que la anterior no. No quisiéramos ser injustos destacando a algunos y olvidando otros, ya que el trabajo de los seis intérpretes fue magnífico. Aún así, no podemos dejar de subrayar algunos puntos que individualizan. La maestría de Malet en el órgano y su sabia lectura de la obra es digna del mayor elogio. Oleguer Aymamí, violonchelo y Josep Bracero, viola, mantuvieron un gran equilibrio tanto entre ellos como en el diálogo con el barítono. El talento de la soprano Matheu supo ponerse al servicio de la obra gracias a una notable sensibilidad dramática y versatilidad. Mención aparte al barítono cerverino Toni Marsol: fue un Jesús difícilmente mejorable, no sólo por su magnífico caudal -beneficiado en este caso por la acústica- y una dicción precisa y cuidada, sino porque supo captar el sentido dramático de la obra y su lugar en ella. En el recitado final, sobre las últimas palabras: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum, la tensión dramática de Marsol encarnó a un Jesús desafiante, mucho más acorde a la concepción del compositor que la versión que habíamos escuchado. En definitiva, todos ellos abordaron con respeto, rigor y dedicación una obra que estrenada en Barcelona e interpretada en Alemania y Estados Unidos entre otros lugares del extranjero, ha tenido que esperar unas cuatro décadas para ser interpretada de nuevo en nuestro país. El resultado es memorable y pone de relieve una música condenada a existir pese a todo. El mérito es de los músicos. Y también de este V Festival de Cervera, un faro musical catalán que debemos mantener, y al que sinceramente deseamos lux aeterna.    

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