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Crítica: François-Xavier Roth, con Chouchane Siranossian y Les Siècles en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
20 de abril de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto ofrecido por François-Xavier Roth, Chouchane Siranossian y Les Siècles en Ibermúsica

François Xavier Roth en Ibermúsica

Decepcionante

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 18-IV-2024, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para violín, op. 61 (Ludwig van Beethoven). Chouchane Siranossian, violín. Sinfonía núm. 41 «Júpiter» (Wolfgang Amadeus Mozart). Les Siècles. Director: François-Xavier Roth. 

   Continúa la presente temporada del ciclo Ibermúsica con el debut en el mismo del conjunto Les Siècles fundado en 2003 con aspiraciones historicistas y el afán de interpretar cada obra con los instrumentos de época apropiados. 

   La agrupación se presentó con su fundador y director titular François-Xavier Roth al frente en este concierto dedicado a la memoria de Sir Neville Marriner en el centenario de su nacimiento. A pesar de las expectativas creadas por algunos de sus registros audiovisuales, he de señalar, que, lamentablemente, el resultado del concierto fue decepcionante. Empezando por el sonido de la orquesta, que más allá de anunciarse que tocarían con afinación a 430, fue gris, sin color, con una cuerda pobretona y sin mordiente y unas maderas de sonido achatado y desvaído. 

   En todos estos asuntos y polémicas del historicismo inflexible y los detractores de este movimiento, se mezcla el sectarismo de los que nos quieren hacer creer, que ya no vale el Beethoven de Wilhelm Furtwängler, Otto Klemperer o Herbert von Karajan, ¡Pásmense!, o los que niegan absolutamente los elementos positivos, que los hay a pesar de la inflexibilidad que muestran tantas veces, en el movimiento historicista. Al final, lo fundamental es si existe talento o no en los músicos de que se trate. 

François Xavier Roth en Ibermúsica

   La búsqueda de realizar «algo distinto» suele ser muy arriesgada siempre, pero aún más con la música de Beethoven, pues sigue sonando tan genial y moderna como hace dos siglos. El paradigmático concierto para violín del genio de Bonn, que sentó las bases de los grandes conciertos románticos para este instrumento, contó con una magnífica solista, la francesa de origen armenio Chouchane Siranossian, especialista en repertorio barroco y clasicista, pero la propuesta orquestal resultó estrambótica, con algunos momentos que me dejaron atónico, en lo que fue un Beethoven desnaturalizado, ya desde la larga introducción orquestal en el que pudo apreciarse que la música no fluía con naturalidad sino encallada, como a trompicones. Ni rastro del carácter de Beethoven, con una transición del segundo al tercer movimiento extrañísima y abrupta. Por no hablar del acompañamiento plano y a ras de tierra del sublime segundo capítulo o esa brusca eclosión de los timbales en el tercero, tan chocante como la cadencia interpretada por la solista en ese movimiento final. 

   Sin embargo, la violinista Siranossian completó una notable actuación, ayuna de un punto de expresividad y carácter, que hubiera brillado más en otro contexto orquestal. Su sonido, no especialmente amplio, pero sí presente y con expansión, se apreció atractivo y bien cuidado. Siranossian exhibió un fraseo muy bien trabajado, muy atenta a los diálogos con la orquesta y una destacada capacidad para resolver todos los escollos técnicos que plantea el concierto, que son muchos. Entre ellos esa cadencia central del primer movimiento, que ahora se ha puesto de moda arrumbar la de tradicional de Fritz Kreisler, magnífica, e interpretar la prevista por Beethoven –con acompañamiento de timbales- para la versión para piano de esta composición. La violinista francesa, desde la sobriedad, sin aparatoso exhibicionismo, pero con primorosa facilidad, reprodujo todas las exigencias virtuosísticas del pasaje. A pesar de la claudicación orquestal, Siranossian delineó la romanza con todo su tono elegíaco en una lucha por conferir vuelo y alado canto a la sublime melodía mientras la orquesta se movía a ras de suelo. En el tercer movimiento, la violinista francesa de origen armenio apuntaló su total dominio del arco y capacidad para reproducir pasajes vertiginosos, incluida una sorprendente cadencia cuyas dificultades sorteó de forma admirable. Ya sola en el escenario y como regalo ante las ovaciones del público, la Siranossian ofreció el cien por cien de su arte con una deslumbrante interpretación, como propina, de uno de los «casi intocables» caprichos de Pietro Locatelli, considerado el «Paganini del siglo XVIII». 

   Por seguir ahondando en lo expresado más arriba, la clave, lo fundamental, es, lógicamente, el talento. Hace poco pudimos disfrutar en el Auditorio Nacional, una espléndida Júpiter de Mozart por parte de un músico adscrito al movimiento historicista, Giovanni Antonini, al que le he visto también magníficas traducciones de sinfonías de Beethoven. Un gran músico con talento y fantasía.

   En este caso, el Sr. Roth y su orquesta Les Siècles ofrecieron una 41 de Mozart presidida por la grisura con un fraseo alicorto, sin vuelo alguno, un discurro orquestal que no fluía y un sonido pálido en único color, el gris plomo. Tampoco pudo apreciarse elegancia alguna en la batuta, ni transparencia en la ejecución, pues los tutti resultaron más bien borrosos. Para sellar interpretación tan anodina, ese prodigioso cuarto movimiento, cumbre del genio Mozartiano, traducido sin contraste alguno, sin aristas, sin planos sonoros. Una lisa meseta tan chata como superficial. El público se mostró, desde luego, poco entusiasmado, pues apenas ofreció unos aplausos de cortesía y eso que se trataba de una de las sinfonías más populares e interpretadas.

Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica 

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