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Crítica: G. Antonini dirige el 'Réquiem' de con la OCNE

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Autor: Hugo Cachero
30 de abril de 2015

OCNE ARMÓNICA

Por Hugo Cachero
Madrid. 22-05-2015, 19:30 horas. Orquesta y Coro Nacionales de España. Temporada 14/15. Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica. Giovanni Antonini, director. Roberta Invernizzi (soprano). Lidia Vinyes Curtis (mezzosoprano). Steve Davislim (Tenor). Charles Dekeyser (Bajo). Obras de Haydn, Kraus y Mozart

  Siempre resultan cuando menos interesantes las ocasiones en que es posible escuchar a directores que se identifican con la música barroca actuando en otros terrenos, aunque sea como en esta ocasión el del Clasicismo, realmente no tan alejado de su “campo de actuación” habitual. De la misma forma, también es una circunstancia a valorar el comprobar cómo estos directores, la gran mayoría de los cuales disponen de grupos propios que son auténticas proyecciones de sus ideas musicales, son capaces de acoplarse con otras formaciones y trasmitir a través de ellas su visión. Es natural que en el caso de Giovanni Antonini su nombre aparezca automáticamente asociado al de Il Giardino Armonico, el conjunto italiano que tantas extraordinarias interpretaciones, y grabaciones, nos ha ofrecido; pero no es menos cierto que resultaría injusto encasillar al milanés en la catergoría exclusiva de directores especialistas en Barroco, puesto que su campo de actuación es mucho más amplio. De igual forma, no son infrecuentes sus presentaciones con otras orquestas, sin ir más lejos es obligado recordar su concierto de la temporada pasada con en el mismo escenario también con la Orquesta Nacional de España, que dejó un gran recuerdo.

   Así pues es natural que se hubiera generado una cierta expectación ante los conciertos de los días 22 y 23 de mayo (las consideraciones que siguen se refieren a la función del día 22), y no solo por el ascendiente que sobre el aficionado tiene una obra como el Requiem de Mozart, presentando la sala sinfónica del Auditorio Nacional una excelente entrada, prácticamente llena con la sola excepción de un sector en la zona tras la orquesta. Situada la obra de Mozart en la segunda parte, la primera ofreció dos sinfonías, la Nº 26 en re menor de Franz Joseph Haydn y la Sinfonía en do menor de Joseph Martin Kraus. Se entenderá que ambas obras hayan sido elegidas para configurar un programa coherente con el Requiem, sin más que atender a los nombres con que son conocidas estas sinfonías, “Lamentatione” y “Fúnebre” respectivamente, además de otras circunstancias como estar compuestas en tono menor, todo lo cual da una idea del color y atmósfera de las mismas, en particular la obra de Kraus. La lectura de Antonini de ambas responde en cierta forma a la pregunta ¿que cabe esperar que un director “barroco” –perdóneseme el adjetivo reduccionista- aporte a otros repertorios? En general, un juego dinámico rico y contrastado, sonido limpio, tempi rápidos... de todo ello hubo, aunque en atención a las características de las obras en esta ocasión la lectura fue equilibrada, sin excesos “barroquistas”; tal vez el primer movimiento de la obra de Haydn podría haber admitido algo más de ímpetu, acento (algo más de Sturm und Drang, si se me permite la licencia), que sí encontramos en el tercer movimiento, donde quedó perfectamente subrayada la particular escritura llena de contrastes, entrecortada casi, del mismo, un minueto que no llega nunca a desarrollarse plenamente. Mención especial al hermoso solo del oboe en el segundo movimiento. Un Haydn de gran calidad en resumen, que viene a confirmarnos la privilegiada relación de éste con Antonini, enfrascado recordemos en un ambicioso proyecto discográfico que se encuentra dando sus primeros pasos, “Haydn 2032”, la grabación de la obra sinfónica integral del compositor. En cuanto a la obra de Kraus, la traducción de los tonos oscuros, casi ominosos, que trasmite la sección de viento reforzada y la percusión discurrió en el borde del precipicio de lo romántico, donde no llegó a caer por suerte; incluso una sección del cuarto movimiento, de escritura contrapuntística, permitió poner de manifiesto el grado de integración con la orquesta en unos momentos que recordaron casi a un concierto de Bach, salvando todas las distancias. Mención especial también para el solo de trompa y señalar un error cometido en el programa: la Sinfonía Fúnebre, como bien se indica en las notas al programa de Joseba Berrocal, consta de cuatro movimientos, y no de los tres señalados, que son los de otra sinfonía del mismo autor, también en do menor, de ahí probablemente el error, compuesta en 1783.

   La sinfonía de Kraus, compuesta recordemos con ocasión del asesinato de Gustavo III, acontecimiento tan operístico, fue prólogo perfecto para el principal atractivo del programa del día, el Requiem K.626 de Mozart. No es el lugar aquí de entrar en todas las circunstancias que acompañan a la composición, con toda la mitología que le sigue y la discusión sobre las partes que el compositor llegó a completar y el alcance de la mano de Süssmayr en el resultado final. En cualquier caso es una obra capital tan esperada siempre como conocida, y por ello es muy complicado que sorprenda -positivamente, se entiende- pues todo el mundo tiene ciertas expectativas claramente formadas. De la versión de Antonini, lo primero que se debe destacar es que fue una versión rapidísima, con una duración de alrededor de 45 minutos (compárese con las versiones más canónicas o referenciales); aquí sí que se manifestó más claramente la filiación barroca del director, sin que por otra parte los tempi acelerados comprometieran la limpieza o la claridad de los planos sonoros; la consecuencia más evidente es que se evitó en todo momento un punto de vista que enfatizara lo triste, tenebroso o patético, incluso en los pasajes más propicios, como el Lacrimosa. Como no se puede tener todo, tal vez no habría estado de más que el director hubiera optado por recrearse un poco en favor del canto de los solistas (por ejemplo, en Tuba Mirum). La orquesta respondío con gran brillantez a lo que se le pidió, aún a costa de que el balance de sonido con respecto del coro fue un poco desequilibrado en algunas ocasiones a favor de la primera para mi gusto. Se comprenderá con lo dicho que el Coro Nacional de España fue sometido a particulares exigencias, y por tanto con su actuación quedaron elevados a la dignidad de triunfadores de la tarde, así en las notas rápidas del Kyrie, los impactantes incrementos de intensidad del Lacrimosa, muy emocionantes, o la sutileza de las mujeres en las frases sobre "voca me cum benedictis" del Confutatis. Una gran labor que tal vez fue premiada por el director concediéndoles un poco más de espectacularidad en la parte final, Sanctus y Benedictus, en beneficio de su lucimiento. Por último, para valorar a los cantantes solistas debemos partir de que casi en la totalidad de las ocasiones actuan conjuntamente, como un auténtico cuarteto, lo que requiere un grupo de cantantes que presenten una homogeneidad suficiente en volúmen y correcta integración entre sí; cuestiones que se cumplieron en lo segundo, mientras en lo primero la mezzo Lidia Vinyes Curtis no estuvo a la altura de sus compañeros, además de ser la voz más anodina. Bien los hombres, el bajo Charles Dekeyser y el tenor Steve Davislin, el primero con un aspecto imponente, altísimo de estatura y voz poderosa, aunque ni demasiado hermosa ni demasiado de bajo, y el segundo muy interesante, con un canto más homogeneo y liberado de lo que es habitual en la cuerda; ni que decir tiene que no se echó en falta precisamente al tenor inicialmente previsto, pero no es lugar de acordarse de los ausentes, sino de los presentes, en particular de la soprano Roberta Invernizzi, que dejamos para el final aunque era uno de los principales atractivos de la noche. Y es que esta excelente cantante, aunque tenemos la suerte de poder escucharla con cierta frecuencia, siempre consigue brillar, como lo hizo el día 22 con sus virtudes naturales, la luminosidad que despide su timbre, una técnica impecable que se manifiesta en la expansión de la voz por la gran sala del auditorio... y algún defecto, que afecta sobre todo a la expresión, un tanto “manierista”, y los ataques fijos que son casi marca de la casa, tal vez más adecuados en otros terrenos pero no de buen efecto como los que ejecutó en Lux aeterna.

 

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