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Crítica: Las dos Ifigenias de Gluck en el Theater an der Wien

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Autor: Alejandro Martínez
23 de octubre de 2014

CUANDO MENOS ES MÁS

Por Alejandro Martinez

21/10/2014 Viena: Theater an der Wien. Gluck: Iphigénie en Aulide et Tauride. Veronique Gens, Lenneke Ruiten, Christoph Pohl, Michelle Breedt, Stéphane Degout, Rainer Trost, Maxim Marinov y otros. Leo Hussain, dir. musical. Torsten Fischer, dir. de escena.

   ¿Es posible reducir dos óperas a un sólo espectáculo sin que haya en ello una merma difícil de asumir? Habida cuenta de la representación con las dos Ifigenias de Gluck que contemplamos en en Theater an der Wien, la respuesta es afirmativa y sin matices. Y es que lejos de constituir un atentado contra las partituras originales, la tarea de cortar y ensamblar los fragmentos y escenas está planteada de tal manera que las dos óperas tienen coherencia como una sola, con dos capítulos. Un trabajo que nos parece admirable, habida cuenta de la convicción con que está realizado. No es por cierto ésta la primera vez que se representan juntas estas dos Ifigenias de Gluck. Ya se hizo en Bruselas (2009, Christophe Rousset) y en Amsterdam (2011, Minkowski) con una producción de Pierre Audi, editada en DVD.

   Lo cierto es que la dos obras guardan una indudable y evidente continuidad narrativa, un poco al modo de los dos episodios (Troya y Cartago) que constituyen de hecho Les Troyens de Berlioz, que bien podrían haber dado lugar a dos óperas en lugar de a una sola, tan extensa. Las dos Ifigenias de Gluck constituyen pues, a su manera, una suerte de díptico, por lo que no es en modo alguno descabellado programar ambas conjuntamente. Los cortes en esta ocasión afectan principalmente  a la Ifigenia en Aulide, mientras que la Ifigenia en Tauride permanece casi intacta, al margen de cierta abreviación en los recitativos y la supresión de algunas repeticiones. Se trata en todo caso de unos cortes ejemplares, por cuanto aportan fluidez, agilidad y coherencia. Es un tema controvertido este de los cortes, vistos casi siempre como un atentado contra el original del compositor. Pero lo cierto es que pueden tener sentido y justificación, en función de cuál sea la propuesta en la que se insertan. En esta ocasion la duración total de la representación fue de algo más de tres horas de música, aproximadamente una hora menos de lo que supondría representar las dos óperas en su integridad.

   La producción de Torsten Fischer, responsable de hecho de los cortes y de armar conjuntamente las dos Ifigenias, posee un indudable atractivo estético. Desde un planteamiento austero, jugando con colores básicos y formas geométricas muy simples, construye una narración donde la gestualidad clásica reina por encima de todo. La escenografía circular, del propio Fischer, sirve muy bien a la evolución del libreto, generando una apreciable variedad de espacios y perspectivas con gran agilidad y sencillez. Su propuesta escénica genera cuadros de gran impacto, como ese muro con el nombre de Ifigenia escrito en sangre. El lenguaje de la violencia, como en un ciclo recurrente, del que la escenografía circular se diría perfecta encarnación, atraviesa toda su propuesta con la dosis exacta de expresividad, sin una recreación innecesaria pero con toda la fuerza que marcan los hechos. La dirección de actores peca, en todo caso, de ser en ocasiones enfática en demasía, aunque son los menos los momentos en los que así sucede, primando en el trabajo de Fischer el acierto general a la hora de poner al día con otros ropajes el lenguaje de la tragedia clásica que Gluck tan bien restauró. Hay escenas de un cierto estatísimo, sobre todo en la segunda mitad de la representación, donde Fischer se antoja menos hábil a la hora de tratar con un libreto donde a menudo el desarrollo emotivo de los personajes sustituye a la acción propiamente dicha. El trabajo de Fischer, en cualquier caso, es una gran elaboración de esta tragedia clásica, con un mensaje sobrecogedor sobre la inevitable presencia de la barbarie, la guerra y la violencia en nuestras sociedades.

   La gran protagonista de la noche en el apartado vocal fue la gran Veronique Gens, que desgranó su Diana, primero, y su Ifigenia, después, con una suma de fuerza, teatralidad y convicción digna de admirar. En escena su impacto es indudable, con esa firme fragilidad y ese perfil callasiano, como el de una efigie clásica, con esa figura estilizada y poética, ese cabello negro recogido y ese gesto tan adusto como expresivo. Estamos sin duda ante una consumada actriz trágica. Lo vívido del acento, la honestidad del timbre y la hondura de su recreación escénica se conjugan en ella para dar vida a una encarnación sobresaliente.

   La joven Lenneke Ruiten, también en su doble desempeño como Ifigenia primero y como Diana después, convenció asimismo por su elegancia, por la sencillez bien medida de su canto, donde el acento se impone a la naturalidad de un timbre no singularmente dotado, en modo alguno ingrato, pero un tanto falto de personalidad. Ya nos habíamos referido a Maxim Mironov al hilo de su Rodrigo en un Otello en Gante. Voz blanca, afalsetada arriba, canta con gusto, se esmera en cuidar el estilo pero la blancura del timbre es a veces obstáculo para una apreciación más entusiasta de su labor.

   Leve decepción en esta ocasión con el trabajo de Stephane Degout, más tosco y engolado de lo que le recordábamos y forzando un tanto el tono dramático de su parte, abunando con ello en una emisión menos limpia y más física de lo que debiera. Mucho mejor, en conjunto, en sus intervenciones más líricas, hacia el final de la representación, encontrando un tono más medido y cálido al que sus medios cuadran mejor. Muy estimable el trabajo del barítono Christoph Pohl con las partes de Agamemnon y Thoas. Voz bien timbrada y actor entregado.

   Michelle Breedt, solista no demasiado afín a esta repertorio, es una actriz de indudable entrega aunque su vocalidad no demasiado idónea para esta partitura, por evidente que fuera su entrega durante toda la representación en la parte de Clitemnestra. Muy corto de acentos y medios el tenor Rainer Trost en la parte de Pylade, tirante arriba y sin facilidad para sostener la línea y expandir el fraseo.

   En el foso Leo Hussain dispuso una gran versión musical, con la dosis exacta de aproximación historicista y extrayendo un resultado espléndido de la Sinfónica de Viena. Intensidad y profundidad sin artificios marcaron su dirección, a la que tan sólo cabe reprocharle un tiempo apresurado en demasía en el tramo final de la representación. Un trabajo que nada tuvo que envidiar a Minkowski, la referencia hoy en este repertorio. Hussain extrajo un espléndido sonido, un extraordinario rendimiento, de la Sinfónica de Viena y el Arnold Schoenberg Chor.

Fotos: Armin Bardel

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