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CD: 'Gottschalk: obra para piano' (Naxos)

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Autor: Albert Ferrer Flamarich

CÓCTEL DE TECLAS

  Por Albert Ferrer Flamarich
Gottschalk: Le banjo, Op. 15 (1854), The Last Hope, Op. 16 (1854), Pasquinade, Op. 59 (1869), Berceuse (Cradle Song), Op. 47 (1860), Grande fantaisie triomphale sur l'hymne national brésilien, Op. 69 (1869), Le songe d’une nuit d'été, Op. 9 (1849), Fantôme de bonheur (Illusions perdues), Op. 36 (1859-1860), Reflets du passé – Réverie, Op. 28 (1847), Symphonie romantique: La nuit des tropiques – Andante (1858/2013) (arr. Mayer). Steven Mayer, piano. Naxos American Classics 8.559693 DDD 64 minutos.

   La conexión, el diálogo y la interrelación entre diferentes universos sonoros ha sido una de las constantes en la historia de la música. Y entre éstas, la vinculante entre música popular y música culta, una de las más fructíferas en la historia de Occidente. Sólo algunas visiones han desvirtuado la intensidad y fluencia entre estos dos polos que, en algunos casos, ha ofrecido una hibridación tan exitosa como evidente en la obra de figuras como Gershwin y un sinfín de compositores del siglo XX. Antes de ello y sin retroceder al siglo XVIII hay compositores como Louis Moreau Gottschalk (1829-1869), conocido como el “Chopin de los criollos”, que anticipa ritmos como el ragtime y la samba en sus composiciones pianísticas. Lo demuestra este compacto editado por Naxos que complementa aportaciones editadas por el mismo sello sobre éste talentoso intérprete y compositor norteamericano y muerte prematura. Su legado pianístico, ya comercializado por discográficas como Hyperion, reaparece en el mercado gracias a Steven Mayer que en abril de 2014 grabó nueve de las aproximadamente 150 composiciones para piano.

   Steven Mayer, pianista y profesor, ofrece unas lecturas pulcras y ortodoxas pero que idiomáticamente no profundizan como otros registros. Domina un concepto homogéneo y algo académico, alejado de la necesaria exacerbación virtuosística y pirotécnica de un Gottschalk muy influido por Thalberg y el Liszt joven. No obstante, el melómano disfrutará descubriendo unas piezas que el pianista, otrora reconocido mozartiano, lisztiano y también defensor de Ives, aborda desde un occidentalismo depurado de arrebatos latinos y exhibicionismo yanqui.

   Nótese en Le banjo Op. 15, uno de los hits de Gottschalk, primero de los grandes compositores americanos, en que imita el sonido del banjo. La exuberancia reside más en la contundencia de los ataques (de codo y muñeca) que en el matiz de las secciones (repetición del tema principal, uso del pedal, sin grandes contrastes dinámicos) o los compases de introducción en una lectura temperada pero que mantiene una buena pulsación en un tempo que tiende a la uniformidad y alejado del extremo vertiginoso de otras propuestas. El sonido, además, es un poco seco lo que desvirtúa sucintamente la audacia del compositor en timbres y dinámicas, especialmente en el registro agudo.  

   La meditación religiosa The Last Hope Op. 16 se acerca al último Liszt, el más ascético, pero sin que Mayer logre un aura de elevación y contemplación remarcables. Carece de vuelo poético y el discurso fluye pero la superposición de la hermosa figuración en el registro agudo de la mano derecha a la cantilena principal apenas emociona. Algo que se repite en Berceuse Op. 47, en Pasquinade Op. 59, en Reflets du passé Op. 28 y en la chopiniana Fantôme de bonheur Op. 36 cuya lentitud no logra un profundo halo de misterio, ni suavidad, ni intimismo en un compositor que también busca esa faceta. Más acertada resulta la Gran fantasía triunfal sobre el himno nacional brasileño Op. 69, por lo menos en su grandiosidad.  

   En conjunto, el principal inconveniente es la falta de un espíritu más rapsódico, más flexible y vivo de lo que Mayer ofrece. Insisto, su lectura en general es correcta, ortodoxa, homogeneizante en el enfoque de las piezas. Algo válido y suficiente si no fuera porque la música de Gottschalk requiere interpretaciones menos literales y mucho más extremas, versátiles y atrevidas para lograr una personalidad que no remita a sus fuentes (Liszt, Chopin y la literatura de salón). Y también para sorprender con obras como la hermosísima y más evocativa que descriptiva Una noche en los trópicos de la que Mayer ofrece el primer movimiento en su propio arreglo. Se trata de una composición idiosincrática dotada de un lirismo, un temperamento latino y una efervescencia que todo melómano debería escuchar alguna vez. En fin, en primera instancia el disco es aceptable pero si no les convence, den una oportunidad a otros intérpretes.

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