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Crítica: «El mensaje de paz» de Grigory Sokolov en el Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
16 de marzo de 2022

Recital de Grigory Sokolov en el Konzerthaus de Viena, con obras de Beethoven, Brahms y Schumann

Sokolov

Su liturgia mágica concluye con un concluyente mensaje de paz

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 13-III-2022 Gran sala de Konzerthaus. Grigory Sokolov, piano. Variaciones “Eroica” op. 35 de Ludwig van Beethoven. Tres intermezzos para piano op. 117 de Johannes Brahms. Kreisleriana op. 16 de Robert Schumann.

   El pasado 8 de diciembre, el gran Grigory Sokolov tenía programado su recital anual en el Konzerthaus. Sin embargo, el último confinamiento que sufrimos en Viena se llevó por delante toda la programación de la ciudad durante 21 días, por lo que el concierto se reprogramó para este día 13. Ni el cambio de fechas ni el del programa han retraído al público y la sala presentaba un lleno absoluto, con filas adicionales de butacas en la parte delantera del patio, y en el propio escenario.  

   Pocos podíamos imaginar lo que ha podido cambiar -lamentablemente a peor- el mundo en estos 3 meses. Además, la situación ucraniana se vive en Viena con más intensidad, y por qué no decirlo, con más temor de lo que se vive en España. En primer lugar, estamos a solo unos 700 km de la frontera occidental de Ucrania. Y segundo, no debemos olvidar que estamos en una ciudad que vivió entre 1945 y 1955 una ocupación aliada similar a la de Berlín. No hubo muro, porque el de la capital alemana se construyó años más tarde, pero las personas mayores te comentan los problemas cotidianos que sufrían al pasar de una zona a otra. Y sin ir más lejos, la parte norte de Wieden, el distrito 4, que estuvo bajo ocupación soviética, está a poco más de 100 m del Konzerthaus.   

   Así las cosas, las pancartas antiguerra se ven por todas partes, y los homenajes a Ucrania se suceden día a día en la práctica totalidad de entidades culturales. Entre los días 7 y 13, el Konzerthaus ha establecido la «Semana de Solidaridad con el pueblo de Ucrania». Durante toda la semana se ha recogido dinero para apoyarles participando no solo la institución, sino también los artistas programados y el público. Antes de empezar el recital, el intendente Mattias Naske se dirigió al público para agradecer su respuesta, comunicando que Grigory Sokolov, nombrado en 2015 miembro honorario -Ehrenmitglieder- de la Konzerthausgesellschaft, la Sociedad privada sin ánimo de lucro que gestiona el Konzerthaus, había colaborado donando todo su caché a la causa.

   Los aplausos del público no se hicieron esperar, y contribuyeron sin duda a que la habitual liturgia del pianista petersburgués nos subyugara aún más de lo habitual. El escenario en penumbra, conexión intérprete-público, concentración absoluta por parte de ambos, ni un solo ruido, y ni una sola tos durante dos horas y media dan una idea de lo que consigue una vez se sienta y deja deslizar sus manos por el teclado. Por muchas veces que lo hayamos visto, lo hayamos comentado o lo hayamos escrito, Sokolov nos sigue asombrando una y otra vez. 

   Ya he comentado en anteriores reseñas que si Sokolov me parece un pianista excepcional, cuando se enfrenta al genio de Bonn se eleva un grado más. Y da igual que sean obras maestras como la Tempestad, la Hammerklavier o la Sonata en do menor op. 111, o que sean menores como las sonatas iniciales o las bagatelas, que en sus manos se encumbran a lo más alto. Las Variaciones Eroica, escritas en 1802, se basan en el célebre tema en mi bemol mayor, que Beethoven utilizó en varias ocasiones: en la séptima de las Doce contradanzas para orquesta WoO 14, en el final de Las criaturas de Prometeo, op.43 o en el más conocido, el tema final de Sinfonía heróica.  Desde la introducción, imperial el acorde, Sokolov marcó las dobles octavas con un pianísimo de cortar el hipo y con la articulación tan clara como siempre. La exposición del tema fue nítida, con un tempo reposado. Con las primeras variaciones fue desarrollando un discurso cada vez mas imponente. La belleza de la 5ª o de la 8ª te llegaba a dentro, tanto como la digitación precisa e intachable en la 6ª, y o el sonido casi catedralicio de la 7ª, de la 9ª o de la 12ª. Las disonancias de la 13ª o el reposo delicado de la 14ª fueron el anticipo de una subyugante 15ª y de la locura que provocó en la fuga final, de construcción impresionante, de sonido brillante y de ejecución sencillamente mágica. Por momentos lamenté su decisión tomada hace años de no dar conciertos con orquesta y pensé en un imposible como sería oírle ese Emperador que tantas veces tocó y que difícilmente le volveremos a oír.

   Sin haber podido olvidar sus magistrales versiones de las piezas op.118 y 119 que ofreció hace 3 años en Madrid, con los Tres intermezzos op.117 nos encontramos al Sokolov seductor, de sonido bellísimo, lírico, pleno de expresividad, que se recrea en cada nota. Difícil decantarse por cual fue mejor.

   Tras el descanso fue el turno de la Kreisleriana, op. 16, obra compleja que exige por igual una técnica excelente y una musicalidad de primer nivel. Con Sokolov todo parece fácil. Desde las intrincadas dificultades de Äußerstbewegt o Sehrrasch, a la bella tranquilidad que demostró en Sehr innig und nicht zu rasch o en el segundo de los Sehr langsam, el ruso volvió a embriagarnos, a hipnotizarnos y a llevarnos a su huerto, convenciéndonos de que ese es el camino. Con él parece que no hay otro tempo posible, por mucho que sepamos que sí lo hay, y que haya otros que en otro momento nos hayan gustado o impresionado más. Da igual. No tiene importancia. Como tampoco la tiene el que hubiera algún que otro fallo. Tu mente está absorta en él, y tu vista está completamente fijada en ese teclado que vislumbras en la penumbra de una sala al mínimo nivel de luz.

   Tras las aclamaciones de rigor, empezamos un nuevo tercer tiempo apasionante, que se inició con una Mazurka en si menor, op 30-nº 2 de claridad meridiana y de ritmo perfecto. Con el cambio de fecha del recital nos perdimos los Diez preludios op.23 de Rachmaninov. Afortunadamente Sokolov nos hizo menos dolorosa esa pérdida regalándonos 3 de ellos. Un bellísimo y lírico nº 4, un estremecedor nº 9 de articulación perfecta, ejemplo perfecto de virtuosismo de ley, y un maravilloso nº 10 sencillamente mágico. De ruso a ruso, Sokolov continuo con uno de sus bises clásicos, un Preludio op.11 nº 4 donde su manera de acariciar las notas altas del teclado nos recordó al mismísimo Sofronitsky. El colofón no pudo ser mejor. Sokolov volvió a las esencias. Volvió a Bach. Al arreglo del coral Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639 que realizó Ferrucio Busoni. Con una tranquilidad sublime pero también con una firmeza espeluznante, el ruso trasmitió a su manera, como solo él sabe, el mensaje que todos estamos deseando escuchar: «Queridos compatriotas, dejen de una vez a Ucrania en paz». 

   Tras la sexta y última propina, todos sabíamos que ahora sí, la velada terminaba. Toda la sala que seguía abarrotada -las deserciones en antes de las dos últimas propinas fueron mínimas- se puso en pie para darle no solo una última ovación, sino para darle también las gracias por el cúmulo de sensaciones vividas que será imposible de olvidar.    

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