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Crítica: Grigory Sokolov interpreta a Chopin y Rachmaninov en el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga

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Autor: José Antonio Cantón
4 de julio de 2021

Sokolov, taumaturgo del piano

Por José Antonio Cantón
Málaga. 02-IV-2021. Auditorio del Palacio de Ferias y Congresos. Obras de  Fryderyk Chopin y Sergei Rachmaninov. Grigory Sokolov, piano.

   En la historia musical de Málaga se ha producido un hecho singular con la primera visita de uno de los intérpretes más eminentes habidos en el panorama internacional durante las últimas seis décadas; Grygory Sokolov. La promotora Sol Classic Management ha tomado tal iniciativa, consciente de tan inadmisible ausencia para una ciudad de tan rica vida cultural, organizando dos recitales en días consecutivos en los que este pianista, nacido en San Petersburgo, ha ofrecido obras de pequeño formato donde queda esenciado el pensamiento musical de dos de los más grandes genios de la música para teclado.

   Sokolov ha querido dedicar la primera parte de su actuación a cuatro polonesas de Fryderyk Chopin, trascendiendo de manera paradigmática el carácter nacionalista que encierran desde una musicalidad sin apariencias, ensimismamientos y mistificaciones algunas. Su concepto del compositor polaco toma una orientación que se distancia de los recursos románticos al uso para adentrarse en un tratamiento dinámico de pura y aséptica declamación, lejos de cualquier tipo de elocuencia dramática. El fraseo, distinguido por el particular sentido chopiniano del rubato, responde plenamente a un sustancial sentido fonético de la lengua hablada, que imprime gran eficacia comunicativa al modo de tratar la línea melódica. En cuanto a su portentosa capacidad de  articulación, sólo cabe decir que la logra desde un planteamiento estrictamente musical tendente a manifestar la razón armónica de su existencia en ese momento crucial que necesita el compositor para enriquecer su discurso. En Sokolov la transición de un sonido a otro o el juego sobre uno mismo se convierte en un logro expresivo de imposible imitación ya que pertenece a lo más íntimo de su sentir musical, un estado de gracia estética cargado de un ethos que excede los términos de lo natural, sólo trascendido por los grandísimos de la interpretación como es el caso que nos ocupa.

   Para alcanzar tal excelencia y desde el punto de vista técnico hay que asombrarse de su particular arte de la pulsación que, a contrario sensu, parece como si las teclas quisieran ser atraídas por la yema de sus dedos, hecho que le permite sublimar la música a través de su portentosa manera de hacer que el piano prácticamente hable. En sus manos cada nota se convierte en un sílaba, cada compás en un vocablo y cada frase en un pensamiento desarrollando una recitación sencilla y noble a la vez, alejada totalmente de cualquier pathos espurio. Su concepto de la Polonesa en la bemol mayor, Op. 53 fue la mezcla de vehemencia contenida con un componente nostálgico de gran presencia, inmerso en una majestuosidad sensitiva indescriptible que se hizo más patente en su poderosa mano izquierda en el pasaje de las octavas repetidas que imprimen ese carácter heroico a esta obra. Terminaba así lo que se suponía la primera parte del recital que, sin solución de continuidad, discurrió con una de las colecciones para piano más singulares surgidas de la inspiración de Sergei Rachmaninov; sus  Preludios, Op. 23.

   Sokolov se adentró en la personalidad de su compatriota desde una esencialidad arrolladora que sólo autoridades del teclado como el ucranio Vladimr Horowitz o el lituano Lepold Godowsky supieron entender desde su particular magnificencia técnica. Con el poderío de su apabullante mecanismo, Sokolov va más allá en su planteamiento estético. La alucinante por alucinada expresividad del compositor queda reducida en este pianista a una condensación musical que probablemente hubiera sorprendido a la exuberante personalidad del mismísimo Rachmaninov. Fiel a la regulación dinámica indicada en la partitura de cada pieza, la penetración de su cuerpo en el teclado a través de la energía surgida de sus dorsales y su manera de equilibrar la totalidad de su físico en aras a conseguir ese inigualable toque “con peso” tan particularmente suyo, propició que en cada preludio ofreciera una absoluta lección magistral.

   Elevando el nivel estético conjunto de los diez Preludios, Op. 23, llamaba poderosamente la atención el encadenamiento de su mano izquierda en el que abre su cuaderno, posibilitando la escucha de las sugestivas disonancias que contiene. En el Maestoso que le sigue se pudo apreciar su poderoso arpegiar en la zona grave del teclado alcanzando en algunos momentos un espesamiento armónico siempre paradójicamente clarificado. El tercero lo transmitió con sumo sentido galante haciendo alarde de exquisito contrapunto. El canto por el canto mismo dio vida a su visión del cuarto donde quiso expresar una línea de continuidad melódica lejos de cualquier tipo de contraste, que dejaba una sensación de placidez realmente fascinante. La articulación martellato tuvo su máximo exponente en el popular quinto preludio que ejecutó con absoluto derroche técnico, contrastado con el sentido evocador con el que expresó la  exoticidad de sus contracantos. Fue un momento de grandiosa alteza. Una placidez que generaba enorme complacencia en su escucha plasmó en el aire Andante del sexto, inflamando la sensibilidad del oyente. Dio toda una lección del uso del pedal en el siguiente, un Allegro que exige fuerza contenida y expresividad a raudales transitando, por los extremos dinámicos que puede dar el instrumento, con suma naturalidad. El aire vivaz del octavo parecía quedar estático en pos de su, en apariencia, inconsecuente lirismo. Sokolov supo aderezar con una exquisita elegancia la figurada superficialidad de esta pieza, de muy difícil introspección. Con una facilidad cargada de fascinante resultado musical voló en las terceras y sextas del penúltimo para alcanzar el máximo grado nocturnal imaginable en el que cierra la colección, que Sokolov cantó con un sentido poético estremecedor.

   El público, enloquecido ante tanta belleza, llevó al pianista a corresponder con nada menos que seis bises que, en su duración, supusieron una completa parte del recital, que se alargaba así hasta superar las dos horas de duración. El esencial Brahms de su Op. 118 núms. 2 y 3,  el característico Chopin contenido en su Mazurca, Op. 68 núm. 2 y el Preludio, Op. 28 núm. 20 y el desconsuelo con el que trató el Preludio, Op. 11 núm. 4 de Scriabin desembocaron en el sobrecogedor coral Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ, BWV.639 de Juan Sebastián Bach que puso fin a un recital que quedará en la memoria de los melómanos malagueños como un día histórico. Aquel en el que les visitó por vez primera el inefable pianista Grygory Sokolov demostrando cómo lo excepcional y lo taumatúrgico se pueden convertir en regla desde la voluntad y la emocionalidad surgidas de una inteligencia recreativa musical verdaderamente superior.

Fotografía: Klaus Rudolph.

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