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Crítica: Grigory Sokolov en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia

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Autor: José Antonio Cantón
27 de febrero de 2024

Crítica del recital del pianista Grigory Sokolov en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia

Grigory Sokolov en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia

 Grigory Sokolov, paradigmático pianista

Por José Antonio Cantón
Murcia, 20-II-2024. Auditorio ‘Víctor Villegas’.  Recital de piano de Grigory Sokolov. Obras de Juan Sebastián Bach, Federico Chopin y Roberto Schumann.

   Las actuaciones del pianista Grigory Sokolov se convierten en auténticos acontecimientos musicales por la excelencia del arte que atesora este gigante del teclado. Así ha sido en esta ocasión presentándose con obras de tres de sus compositores favoritos; Bach, al que dedicó la primera parte del programa y Chopin y Schumann que ocuparon la segunda. 

   Para el inicio del recital escogió Cuatro Duetos, BWV 802 a 805 de Bach originalmente escritos para órgano, que significaron toda una revelación de cómo  domina esta música hasta el punto de suscitar en la imaginación del escuchante la sonoridad barroca del más grande de los instrumentos. Del primero desentrañó su invertido contrapunto demostrando una profusión técnica arrolladora, que naturalizaba la complejidad de su estructura hasta producir asombro, como también ocurrió con el cuarto en la exposición de sus secuencias cromáticas, resaltando sus aportaciones armónicas, en un gesto de suprema musicalidad. Con suma belleza construyó el segundo y el tercero, destacando la alegría y el carácter pastoril respetivamente de cada uno de ellos. Como si se tratara de obras de ensayo, estos dúos los expuso teniendo en cuenta que contenían "música de músicos", sin afectar a sus intrincados secretos y así procurar una espontánea y fácil percepción.

   Seguiría con el mismo autor realizando un soberbia recreación de la Segunda Partita en do menor, BWV 826 que supuso la constatación de la identificación que tiene  con el pensamiento musical del que fue supremo Cantor de la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig. Con gran distinción, Sokolov contrastó las tres secciones que contiene la Sinfonía que abre la obra, pasando del dramatismo de la primera a la vitalidad de las dos restantes con absoluta seguridad de intención. Se centró con excelsa naturalidad en la sutileza rítmica del hábil contrapunto que propone Bach como también se pudo apreciar en la Allemande, enriquecida por un elegante tratamiento de sus motívicas sugerencias. En la Courante hizo gala de una capacidad de articulación absolutamente sublime, efecto que mantuvo, desde su particular serenidad rítmica, en la Sarabande. Las dos piezas restantes, Rondeaux y Capriccio le sirvieron para mostrar toda la enorme técnica que posee superando con inmenso poderío mecánico el desafiante Capriccio final con una suficiencia casi insultante en exposición polifónica, que particularmente me llevó a sentir superada estilísticamente la impresión que me produjo Alexis Weissenberg cuando le escuché la Cuarta Partita en el concierto inaugural de la vigésimo cuarta edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada el 23 de junio de 1975, recital que quedaría marcado para siempre en mi memoria.

   El tratamiento que imprimió a las siete mazurcas que interpretó de Federico Chopin hay que enmarcarlo en una elevación de concepto más allá de cualquier manierismo al que predisponen estas obras tan populares de su catálogo. De las cuatro  que integran el Op. 30 hay que destacar los sutiles colores del diálogo de la primera en Do menor y los arrebatos dinámicos de la segunda en Si menor, que sirvieron para ahondar en su dramatismo. Con un controlado y a la vez apasionado carácter rapsódico expuso la tercera para hacer una declaración elocuente en la parte central de la que cierra este conjunto. De las tres que pertenecen al Op. 50 destacó el carácter lírico dado a la segunda en la tonalidad de La bemol mayor desarrollado desde una técnica suprema de pulsación, que le permite modular e imitar el sonido a ese ámbito natural del canto humano generando un asombrosa impresión en su escucha. Para terminar con el insigne compositor polaco hizo un alarde de contrastes folclóricos con la mezcla de danzas que contiene la mazurca que cierra este opus, como rúbrica al redescubrimiento que significan estas piezas en la mente y las manos de este genial pianista.

   El recital entró en su recta final con una magistral versión de las Escenas del bosque, Op. 82 de Roberto Schumann. La música interna que caracteriza la composición de este gigante el romanticismo fue la constante seña de identidad que empleó Sokolov en la lectura de cada una de sus nueve piezas. Esta preocupación se mantuvo desde la asimetría del fraseo de la primera, Entrada, hasta el Adiós de la final. Todas fueron un ejemplo absoluto de música descriptiva mental y formal, destacando la magistral interpretación de la séptima, Vogel als Prophet (Pájaro como profeta), la pieza más vanguardista de la colección para su época, con la que se pudo admirar el sublime pianismo que detenta Grigory Sokolov desde que fuera ganador con sólo quince años  de la tercera edición del Concurso Internacional Tchaikovsky de Moscú en marzo de 1966, manteniéndose todavía hoy en día como el más joven ganador de este importante certamen, supervisado en aquella ocasión por un jurado presidido, nada más y nada menos, que por el admirado pianista Emil Guilels y en el que se encontraban dos de los más grandes violonchelistas del siglo XX, Mstislav Rostropóvich y Pierre Fournier, lo que da una idea del nivel y la trascendencia de la valoración de aquel galardón.

   Como es habitual en las actuaciones de Sokolov, el recital se prolongó con seis bises que hicieron las delicias de un público absolutamente conturbado. Dos danzas de Jean-Philippe Rameau, Les Sauvages y Le tambourin, tocadas en primer y tercer lugar respectivamente; dos sustanciales apuntes de Chopin, la Mazurca Op.63-2 y el Preludio, Op. 28-15, para terminar definitivamente con una Chacona de Henry Purcell y la genial trasposición que escribió Alexander Siloti del Preludio en si menor BWV 855a de Juan Sebastián Bach, cuya música nos hizo mejores personas a los privilegiados que embelesados tuvimos la inigualable experiencia de escuchar a este paradigmático pianista.

Foto: Francisco Martínez López

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