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[C]rítica: Gustavo Gimeno con la Filarmónica de Luxemburgo y Vilde Frang en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
15 de noviembre de 2018

No es un concierto de cámara

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 12-XI-2018. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para violín y orquesta, Op. 61 (Ludwig van Beethoven). Sinfonía núm. 5, Op. 64 (Piotr Ilich Chaikovski). Vilde Frang, violín. Orquestre Philarmonique du Luxembourg. Dirección: Gustavo Gimeno.

   En los conciertos de esta edición del ciclo Ibermúsica hay una pequeña novedad; al comienzo de los mismos, una chica con un micrófono realiza una especie de «presentación previa». A uno le gustaría que anunciara deportaciones a la isla del diablo para los dueños de esos móviles que interrumpen constantemente los conciertos (ayer, sin ir más lejos, nada más entrar el violín y en plena cadencia del primer movimiento), también para los de las toses huracanadas y los productores de los más variados ruidos, entre los que los esforzados artistas intentan hacerse escuchar. Pues no, este previo sirve para anunciarnos las obras que componen el programa, añadir algún breve comentario y recordar (vanamente como se puede comprobar cotidianamente) que se apaguen los teléfonos móviles. Pues bien, al que suscribe le llamó la atención ese pequeño comentario, que consistía en afirmar, que para la solista de esta noche el concierto para violín de Beethoven era «un concierto de cámara con orquesta». Ciertamente fue todo un presagio.

   Como subraya José Luis García del Busto en su artículo del programa de mano, el concierto para violín de Ludwig van Beethoven -estrenado en Viena en 1806- es un ejemplo paradigmático de la «época heroica» del genio de Bonn. Efectivamente, es innegable que se trata del punto de partida, del modelo de todos los grandes conciertos románticos para violín que vinieron después. Las tremendas exigencias al solista que ha de enfrentarse a una importante orquestación -de rango sinfónico- así como otros elementos modernos, inéditos hasta esa fecha, como es esa larguísima introducción orquestal, que retarda la entrada del violín solista y las amplias proporciones del concierto, complicaron la plena aceptación inicial de la composición.

   Pues bien, quedó claro desde el primer momento que esa declaración de intenciones que consagraba el comentario previo al evento, realmente escondía que la violinista Vilde Frang «no puede» con el concierto de Beethoven. La noruega debutaba en el ciclo, pero no en Madrid, ya que había interpretado el concierto de Stravinsky con la Orquesta Nacional de España. En el mismo causó una buena impresión al que suscribe, pues estamos ante una artista sensible y con un buen respaldo técnico, pero una cosa es el concierto de Stravinsky, obra de filiación neoclásica, en unas coordenadas muy distintas al de Beethoven.

   Desde el primer momento pudo apreciarse que el sonido del violín de Vilde Frang era muy justo en cuanto a riqueza, volumen y expansión sonora, insuficiente a todas luces para este concierto. Un sonido ayuno de anchura, densidad y redondez, con unas notas altas faltas de mordiente y penetración tímbrica. Indudable la musicalidad de la noruega, que logró buenos pasajes y apreciables diálogos con la orquesta, especialmente las maderas, pero la expresión y el fraseo –siempre musical- resultaron blandos e inanes. Ni rastro de la grandeza, de ese espíritu áulico, del pathos ya indudablemente romántico y hondura Beethoveniana, que encierra la obra. No es suficiente tocar «bonito« con un sonido formato estuche y una sólida técnica, con un fraseo insustancial, más bien candoroso y naïf, sin temperamento, ni garra alguna, un «conciertón» como este. En la misma línea mortecina y anodina se mostró la dirección de Gustavo Gimeno a una Orquesta Filarmónica de Luxemburgo –una agrupación de nivel medio- que cumple 85 años. El primer movimiento no arrancaba, caído y destensionado, no hubo contraste con el lirismo sublime del segundo y en el tercero, al menos apareció cierto brío, más bien atropellado. Como propina, Frang interpretó el Kaiserlied de Haydn, de cuya melodía proviene el himno de Alemania.

   Gimeno y la orquesta luxemburguesa de la que es titular ofrecieron hace dos años una estimable interpretación de La consagración de la primavera de Stravinsky, pero en esta ocasión con un repertorio muy distinto, el resultado global fue decepcionante. Y así se certificó en el segundo capitulo del evento, dedicado a la Quinta sinfonía de Chaikovsky, otro de los grandes músicos de todos los tiempos. Una obra en la que está presente la inquietud interior del músico, así como sus dotes de gran orquestador y esa pasión e intenso lirismo propio de la música rusa. Pues bien, la desdibujada introducción por parte de los clarinetes del famoso tema del destino (presente como hilo conductor durante toda la obra), con una ausencia total de misterio, de evocación de ese destino inexorable, ya anunció que el resultado no iba a ser satisfactorio. El largo solo de trompa del segundo movimiento resultó un tanto mecánico y el vals del tercero tampoco tuvo vuelo, ritmo, ni sentido del rubato. Las transiciones fueron más bien bruscas y el borroso último movimiento simbolizó bien una interpretación presidida por la intuición musical, antes que por el sentido de la construcción, los contrastes y la claridad de ideas.

   Como propina se ofreció la polonesa del acto tercero de la magnífica ópera Eugen Onegin.

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