Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera I lombardi alla prima crociata, de Verdi, en el Teatro Real de Madrid
Apasionante mosaico
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 9-VII-2025, Teatro Real. I lombardi alla prima crociata (Giuseppe Verdi). Lidia Fridman (Giselda), Francesco Meli (Oronte), Iván Ayón Rivas (Arvino), Marco Mimica (Pagano), David Lagares (Pirro), Miren Urbieta-Vega (Viclinda), Manuel Fuentes (Acciano), Mercedes Gancedo (Sofia), Josep Fadó (Un prior). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Daniel Oren. Versión concierto.
Después del arrollador éxito de la primera función de Nabucco, el empresario del Teatro alla Scala de Milán Bartolomeo Merelli dejó en blanco el lugar para la cantidad a percibir en el contrato ofrecido a Giuseppe Verdi para su siguiente ópera. El Maestro acogió el consejo de Giuseppina Strepponi y consignó la misma cantidad que Vincenzo Bellini percibió en su día por Norma.
Verdi y su libretista Temistocle Solera se afanaron en dar continuidad al apabullante triunfo de Nabucco y captar la atención de los espectadores de La Scala Milanesa desde el primer momento, con la aparición de la basílica de Santo Ambrogio, coros patrióticos tributarios del “Va pensiero” y una trama histórica-religiosa-amorosa, heterogénea sí, deslavazada también, inconexa, todo lo que ustedes quieran, pero que permite al Maestro expresar su creatividad y ofrecer pasajes de gran fuerza, originalidad e inspiración en ese anhelo constante de experimentación y evolución como músico y hombre de teatro.
Por tanto, I Lombardi constituye, en opinión del que suscribe, una obra fascinante por su sugestiva variedad dentro de su heterogénea desigualdad.
El Teatro Real ofrecía la oportunidad de escuchar esta infrecuente ópera, aunque en una versión concierto de esas con los atriles y los cantantes tiesos como una vela.
La verdad es que asombra apreciar cómo la jovencísima soprano Lidia Fridman, -a la que ya había visto cantar Amelia de Un Ballo in maschera y Abigaille de Nabucco, ambas con Riccardo Muti- afronta con semejante aplomo combinado con seguridad musical, así como frescura y arrojo juvenil, un papel tan temible, como todos los sopraniles del Verdi temprano, como Giselda. La Fridman puede presumir de material vocal de calidad, caudaloso, amplio, carnoso y de gran riqueza tímbrica. Aún hay camino por recorrer en cuanto a afianzamiento técnico –los agudos, un punto abiertos, no pueden librarse de cierta acritud- la emisión y articulación, con fonación eslava resultan un punto extrañas, sin esa morbidez que uno espera en repertorio italiano. Asimismo, también hay margen de mejora en legato, fraseo y acentos, si bien la soprano rusa ostenta un gran fondo musical desde el que poder apuntalar su construcción vocal y resolver las carencias señaladas desde sus gloriosos 29 años. Destacar la entrega sincera y arrojo vocal –sin excesos ni aspavientos- con la que Fridman abordó la gran escena de Giselda con el espléndido cantabile “Se vano il pregare” y la incandescente cabaletta “No! giusta causa” trufada de saltos interválicos, espinosa coloratura di forza y acentos vibrantes y encendidos. Un fragmento, por cierto, que anticipa las futuras venganzas del mundo musulmán hacia Occidente. Verdi también era un visionario.
El timbre del tenor Francesco Meli sonó bello, luminoso, con importante presencia sonora en la sala del Teatro Real. La Italianità solar del timbre y de la expresión, cercana, comunicativa –esa cordialità del canto italiano- se impusieron sobre un fraseo poco variado y más bien vulgar. La falta de respaldo técnico se traduce en ascensos esforzados, tensos y musculares. Ciertamente Oronte es un papel más bien corto, pero que dispone de bellísimas páginas de honda inspiración melódica como “La mia letizia infondere”, “Come poteva un angelo”, “Per dirupi e per foreste”, “In cielo benedetto” y, especialmente, el sublime terceto “Qual voluttà trascorrere”, cumbre del talento verdiano.
Arvino es un tenor más que comprimario con abundantes intervenciones en las que el peruano Iván Ayón Rivas lució su timbre atractivo y luminoso, incluido un agudo radiante y mantenido, que provocó las sonrisas de Meli y el aplauso de Fridman.
Marco Mimica en el papel del malvado parricida Pagano, que se redime ayundando a los cruzados en Oriente dotó de voz sonora y potente al personaje, pero, una pena, con un canto plebeyo y rudo.
Casi un lujo la Viclinda de Miren Urbieta-Vega. Sólidos los bajos Manuel Fuentes y David Lagares, mientras Mercedes Gancedo encarnó a Sofia con su bonito timbre y modos refinados habituales.
Gran parte del interés y voltaje de la interpretación escuchada correspondió a la batuta de Daniel Oren. Gran conocedor del repertorio italiano y, particularmente, del Verdi temprano fue capaz de contagiar su entusiasmo (gritos, saltos, gestos exuberantes) y motivar a orquesta y coro. El director israelí combinó el aliento, fuoco e ímpetu rítmico innegociable es esta ópera con impecable acompañamiento, mórbido, atentísimo, al canto. Cierto es que el Oren actual es más analítico que el de antaño y se recreó en algunos acompañamientos demasiado lentos como en "Come poteva un angelo" y en "Se vano il pregare". Espléndida prestación de la violinista concertino Gergana Gergova en el interludio del tercer acto, que constituye el concierto para violín y orquesta de la producción verdiana. Una pieza escrita, como no podía ser de otra forma, en estilo Paganiniano y, por tanto, de gran exigencia virtuosística.
Magnífica prestación del coro, que sonó potente, empastado, flamígero y entusiasta en los coros patrióticos, pero también con una sección femenina capaz de mostrarse etérea y angelical en los pasajes correspondientes.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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