Crítica de Raúl Chamorro Mena de Il Califfo di Bagdad de Manuel García en el Festival de Ópera de Sevilla
Espléndido marco para una justa recuperación
Por Raúl Chamorro Mena
Sevilla, 27-IX-2025. Festival de Ópera de Sevilla. Real Alcázar, Patio de la Montería. Il Califfo di Bagdad (Manuel García). Leonor Bonilla (Zetulbé), Juan De Dios Mateos (Isaún), Alicia Naranjo (Kesia), Nerea Berraondo (Lemedé), Eugenio María de Giacomi (Emir), Pepe Hannan (Jemalden). Joven coro de Andalucía. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: Alessandro d'Agostini. Dirección de escena: Guillermo Amaya
Esta primera edición del Festival Sevilla ciudad de Ópera, inspirado en la gran cantidad de obras, algunas de ellas emblemáticas, ambientadas en la ciudad, implica a diversos espacios de la misma. Una de las citas más atrayentes de esta primera edición, que tendrá en principio, periodicidad bianual, lo constituía la representación en un marco tan incomparable como el patio de de la Montería del Real Alcázar, de Il califfo de Bagdad de Manuel García, ópera estrenada en 1813. La composición del legendario tenor, empresario, docente, aventurero y padre de dos cantantes de la categoría de las sopranos María Malibran y Pauline Viardot y del referencial tratadista de canto Manuel Patricio García, recibe influencias de Rossini, Cimarosa y la ópera napolitana en general. Sobre un libreto de Andrea Leone Tottola, estamos ante una obra ambiciosa, de respetable duración, llena de arias, dúos, tercetos y números de conjunto, muestra del gran oficio de García, pero en la que rara vez asoma genuina inspiración. En cualquier caso, una obra muy disfrutable que merecía esta recuperación en la tierra natal de García.
El marco del patio de la Monteria del Real Alcázar resulta incomparable, pero el espectáculo se vio afectado por una serie de elementos, entre los que no fue menor la incomodidad de las sillas de madera dispuestas de forma excesivamente abigarrada. Un toque a rebato de unos 5 minutos de las campanas de la vecina Catedral convirtió en inaudible el aria de salida de Zetulbé. Con el máximo respeto a las celebraciones litúrgicas, el Ayuntamiento organizador del Festival podría haber tenido en cuenta esta circunstancia hablando con quién fuere necesario. La lluvia también quiso participar y el espectáculo estuvo suspendido por unos minutos, para reanudarse posteriormente sin mayores problemas.
El responsable de la dirección escénica, Guillermo Amaya, elabora una dramaturgia, apoyado en una funcional escenografía de Juan Ruesga, en la que es fundamental la reelaboración de las partes habladas. La trama se sitúa en el siglo pasado en el contexto de la mítica sala de fiestas Bagdad de Barcelona y los diálogos, que se desarrollaron con una amplificación exagerada, atesoraron, en general, chispa y comicidad, con la excepción de algún momento de trazo grueso y discutible gusto. El movimiento escénico no careció de dinamismo, a pesar de la escasez de dimensiones del escenario, y funcionó apropiadamente, con la suficiente agilidad y ligereza. El público se divirtió, desde luego.
Adecuada, en estilo, vivaz y conocedora la dirección musical de Alessandro d'Agostini al frente de una Real Orquesta Sinfónica de Sevilla de sonido pulido, aunque no especialmente brillante. D'Agostini, sin especial fantasía, acompañó con morbidez y cuidado a los cantantes. Muy flojo el coro convocado, ratonero y desempastado, incapaz de ocultar su amateurismo.
En el elenco brilló la soprano Leonor Bonilla, de magnética presencia escénica y generosa a la hora de irradiar frescura juvenil, comunicatividad y gracia sevillana genética. A destacar su exuberante interpretación del aria «Per rendermi constante», en la que imita el comportamiento amoroso de cuatro mujeres, italiana, francesa, española y alemana. En lo vocal, su atractivo timbre, que puede apreciarse en radiantes notas altas di natura, se vería realzado por un legato de mayor factura y una emisión más asentada, en la que el sonido estuviera totalmente liberado y apoyado sul fiato.
Muy desenvuelto en escena, Juan de Dios Mateos firmó un califa fatuo, chuleta y pagado de sí mismo, además de acometer con seguridad mediante su timbre de tenor ligero agudísimo, la agilidad y empinada tesitura de su parte. Nerea Berraondo, si bien no resultaba creíble como madre de Leonor Bonilla por ser de edad similar, mostró también dominio de la escena y un sugestivo, sombreado, material de Mezzosoprano. Lástima la justa proyección vocal. Mucho desparpajo el destilado por Alicia Naranjo, que no desaprovechó ni una frase, ni un acento de sus diálogos, para hacerse notar. Muy liviano y filiforme el timbre del tenor Pepe Hannan, aunque cantó con musicalidad. La exultante comicidad salvó a un muy desguarnecido vocalmente, Eugenio María Degiacomi.
Fotos: Festival de Ópera de Sevilla
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