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Crítica: 'Il viaggio a Reims' y 'La pietra del paragone' en el Rossini Opera Festival de Pésaro

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de agosto de 2017

DOBLE SESIÓN EN PÉSARO

   Por Raúl Chamorro Mena
Pésaro. 14-VIII-2017. Festival Rossini 2017. 11:00 Horas. Teatro Rossini. Festival Giovane. Il viaggio a Reims (Gioachino Rossini). Francesca Tassinari (Corinna), Marigona Qerkezi (Madama Cortese), Sofia Mchedlishvili (Contessa di Folleville), Valeria Girardello (Marchesa Melibea), Alasdair Kent (Cavalier Belfiore), Ruzil Gatin (Conte di Libenskof), Daniele Antonangeli (Lord Sydney), Roberto Lorenzi (Don Profondo), Michael Borth (Barone di Trombonok),  Gurgen Baveyan (Don Alvaro), Elcin Huseynov (Don Prudenzio). Filarmonica Gioachino Rossini. Dirección Musical: Michele Spotti. Dirección de escena: Emilio Sagi.

20:00 Horas. Adriatic Arena. La pietra del paragone (Gioachino Rossini). Aya Wakizono (Marchesa Clarice), Gianluca Margheri (Conte Asdrubale), Marina Monzó (Donna Fulvia), Maxim Mironov (Cavalier Giocondo), Aurora Faggioli (Baronesa Aspasia), Davide Luciano (Macrobio), Paolo Bordogna (Pacuvio), William Corrò (Fabrizio). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Nacional de la RAI. Dirección musical: Daniele Rustioni. Dirección de escena: Pier Luigi Pizzi.

   Il viaggio a Reims, última ópera en italiano compuesta por Rossini, está especialmente relacionada -hasta el punto de ser una especie de buque insignia- con el Festival Rossini de Pesaro y su Fundación, pues su reexhumación en tiempos modernos con las famosas representaciones de 1984 –bajo la dirección musical de Claudio Abbado y escénica de Luca Ronconi- después del descubrimiento de la partitura y de la correspondiente edición crítica, fueron todo un acontecimiento de repercusión Mundial. Il viaggio es una composición de una inspiración sobrehumana en que cada número es aún más fabuloso que el anterior. Inolvidable, asimismo, para los que pudimos presenciarlo, fue el estreno en España de la obra (La Coruña 2000) bajo la dirección del gran Alberto Zedda, profeta de Rossini en la tierra y a cuya memoria va dedicada la 38 edición del Festival. Precisamente fue el Maestro Zedda el mentor de las representaciones de Il viaggio a Reims para cantantes jóvenes de la Accademia Rossiniana que se ofrecen a modo de matinè en las últimas ediciones del Festival. También puede considerarse todo un clásico el montaje de Emilio Sagi que data del año 2001, que pudo verse en el Teatro Real de Madrid (también con dirección de Zedda) y que llegará al Liceu de Barcelona el próximo mes y que, cómo no, volvió a funcionar como un reloj. Para un reparto de jóvenes cantantes Il viaggio a Reims presenta una doble cara. Por un lado, es una obra adecuada por cuanto necesita muchos personajes, además de resultar fresca y burbujeante, pero por otro lado, la escritura para la voz es ardua, pues estamos ante una especie de “torneo de canto” en el que cada solista debe enfrentarse a piezas de gran exigencia virtuosística.

   Ante todo hay que destacar la frescura, entusiasmo y dinamismo con el que discurrió esta función matinal que comenzó a las 11 de la mañana. Cuidada, ágil, con gran sentido del ritmo y atento acompañamiento al canto, la dirección musical del jovencísimo Michele Spotti, que demostró espontaneidad y naturalidad no exenta del debido sentido del mando. En el reparto, presidido, es preciso insistir, por la frescura, el entusiasmo y la jovialidad, destacó el Don Profondo de Roberto Lorenzi, de timbre grato y bien emitido y con unas remarcables desenvoltura y sentido teatral. Interesante también la prestación de Marigona Qerkezi como Madama Cortese (papel que afrontará en el Liceo de Barcelona), de buena proyección, agudo fácil y bien timbrado, aunque un punto ácido y con cierto exceso de metal en una cantante que buscó siempre la ortodoxia en la colocación. Más modesto y liviano el material vocal de Sofia Mchedlishvili, condesa de Folleville de finas maneras, pero con margen de mejora en la coloratura. La Marchesa Melibea de Valeria Girardello tuvo sus mejores bazas en un centro y grave bien armados, aunque deberá resolver técnicamente los ascensos al agudo. Francesca Tassinari delineó con gusto y musicalidad la parte de Corinna estrenada por la gran Giuditta Pasta. Daniele Antonangeli como Lord Sydney lució un timbre de cierto espesor y empaste, aunque falto de ductilidad para este repertorio y, sobretodo, ante una escena tan espinosa como la que debe afrontar. En cuanto a los tenores, Alasdair Kent (Cavalier Belfiore) cantó con buena línea y musicalidad aunque con medios vocales muy modestos, frente a un Ruzil Gatin (Conde Liebenskoff) más sonoro y con agudos más fáciles y timbrados. Resuelto y bien caracterizado el Barone di Trombonok de Michael Borth. Cumplidores todos los demás.

   Después de un buen almuerzo, el irrenunciable gelato y bañito en la playa, la navetta del ROF condujo al que firma al Adriatic Arena donde se representó a las 20 horas La pietra del paragone, ópera buffa que constituyó el primer encargo del Teatro alla Scala a Gioachino Rossini y que, después de un gran éxito (53 representaciones), pasó a conocerse en toda la Lombardía como Il Sigillara merced al hilarante Finale Primo, en que el Conde travestido de Turco utiliza la palabra “sigillara” (sello) en respuesta a todas las objecciones que le realizan los demás personajes. Este fragmento, junto a la hilarante aria de Pacuvio “Ombretta sdegnosa del Missipipì”, la bella aria del Cavalier Giocondo o la cavatina con eco de Clarice en el acto primero consituyen momentos propios del genio del cisne de Pesaro, aunque el que suscribe ha de confesar, que no es La pietra del Paragone, en estos momentos, una de sus obras favoritas de Rossini. Se proponía renovado el montaje de Pier Luigi Pizzi del 2002 que recaló en el Teatro Real de Madrid cinco años después. Enmarcada en una escenografía vistosa que sitúa la acción en una especie de chalet de diseño con piscina ambientado en el siglo XX, en el que se desarrolla el “amabile conversare di oziosi benestanti” -como se refería el maestro Zedda a esta ópera y así titula su artículo del estupendo libreto-programa- la producción transcurre con vivacidad y dinamismo teatral, transmitiendo bien esa mezcla de despreocupación y alegría de vivir de los personajes. En cuanto al apartado musical y canoro hay que subrayar,  que la parte más decepcionante corrió a cargo de la dirección musical y los dos protagonistas de la obra. Efectivamente, Daniele Rustioni completó una labor competente, de factura técnica y rigor musical irreprochable al frente de una Orquesta Nacional de la RAI que volvió a alcanzar un buen nivel. Pero… sin chispa, sin pulso, sin contrastes, sin esas burbujas rossinianas.

   Un trabajo definitivamente plano, plúmbeo y aburrido, lo que es un gran pecado en Rossini en general y en el buffo en particular. En el papel de Marquesa Clarice escrito para la contralto Maria Marcolini, la japonesa Aya Wakizono naufragó irremediablemente al presentar un material vocal desguarnecido en la zona central y grave y que solamente gana brillo y timbre en las notas altas. Asimismo, su canto aseado, pero de fraseo insulso, tampoco levantó el vuelo. Gianluca Margheri, por su parte, lució cuerpo de gimnasio y buenos abdominales, pero en el terreno del canto (el que interesa), un timbre gris y de justísima presencia, además de emisión calante y coloratura pobre. Su aria final pasó sin pena ni gloria. Más allá de la muy desdibujada Baronesa Aspasia de Aurora Faggioli, alcanzaron mayor nivel los papeles secundarios. En primer lugar, el tenor Maxim Mironov de timbre escuálido, blanquecino y filiforme, pero que escanció buenas dosis de clase y elegancia en su línea de canto, completando una musical y muy estimable interpretación de su bella aria “Quell’alme pupille”. Buena prestación la de la jovencísima soprano valenciana Marina Monzó en una Donna Fulvia de esplendorosa presencia escénica y apropiadas soltura y desenfado. Su vocalidad de soprano ligera, con centro escasamente nutrido lució en las notas altas debidamente timbradas y luminosas. Muy desenvuelta su actuación gestual acompañando a Paolo Bordogna en la intepretación de la genial y divertidísima aria “Ombretta sdegnosa del Missipipì”. Para muchos la comicidad desbordante y actividad éscénica sin fin del citado cantante buffo milanés compensa su desigual vocalidad, aunque otros preferimos el buen concepto del canto, así como el timbre homogéneo, bien colocado y de grato color de Davide Luciano, notable intérprete de Macrobio, que aprovechó bien -dotándola del apropiado relieve-, su aria del acto primero “Chi è cole che s’avvicina?”. William Corrò lució apreciable sonoridad en su Fabrizio. El coro del Teatro Ventidio Basso de Ascoli Piceno sonó un tanto desempastado, sin alcanzar el nivel que logró en Le siége de Corinthe.

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