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Crítica: 'Il viaggio a Reims' de Rossini abre la pre-temporada en el Teatro del Liceo de Barcelona

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Autor: Robert Benito
26 de septiembre de 2017

EL BEL CANTO TOMA LAS AGUAS EN UN BEAUTY FARM

  Por Robert Benito
Barcelona. 20-IX-2017. Gran Teatro del Liceo. Il viaggio a Reims, Rossini. Irina Lingu /Adriana González (Corinna), Maite Beaumont/MarinaViotti (Melibea), Sabina Puertolas/Leonor Bonilla(Folleville), Ruth Iniesta/Marigona Qerkezi (Madame Cortese), Taylor Stayton/Juan de Dios Mateos (Belfiore), Lawrence Brownlee/Levy Sekgapane (Libenskof), Roberto Tagliavini/Baurzhan Anderzhanov (Sidney), Pietro Spagnoli/Pedro Quiralte (Profondo), Carlos Chausson/Vincenzo Nizzardo ((Trombonok), Manel Esteve/Gurgen Baveyan (Alvaro), Alessio Cacciamani (Pridenzio), Jorge Franco (Luigino), Paula Sánchez (Delia), Marzia Marzo (Maddalena, Tamara Gura (Modestina), Beñat Egiarte (Zefirino), Carles Pachon (Antonio). Dirección de escena: Emilio Sagi. Dirección musical: Giacomo Sagripanti. Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo.

   Si hay un espectáculo que es capaz de ser un canto a la armonía del trabajo conjunto de gente venida de los cuatro puntos cardinales y de todos los polos y hemisferios del planeta Tierra es el género operístico. Y un título que lo demuestra por su argumento y por su realización en esta versión que inaugura la pretemporada del Liceu catalán es este Viaggio a Reims con un doble cast del generoso reparto para el que Rossini escribió su Cantata escénica en honor de la coronación del rey Carlos X de Francia. Casi una veintena de solistas venidos desde diversas partes de España hasta Sudáfrica, de EEUU a Kazajistán, de Italia a Moldavia. Una pequeña ONU canora.

   Christina Sheppelmann, directora artística del Gran Teatro del Liceu nos ha querido regalar como aperitivo de lo que será una interesante temporada 2017-18 con este título rossiniano cuyo argumento es casi nulo, lo cual es lo de menos ante el despliege de bel canto que cual casacada de arias, dúos y concertantes ha hecho las delicias para los amantes de la música lírica del primo Ottocento y en un doble reparto que mezcla cantantes con una dilatada y probada carrera junto a cantantes jóvenes ganadores de diversos concursos líricos o pertenecientes a diferentes opera-estudios de Europa. Una iniciativa a priori arriesgada pero cuyo fruto ha sido un éxito artístico aunque no del todo en la respuesta de asistencia de público.

   Este dramma giocoso en un acto dividido en dos partes y de generosa duración que estrenó Rossini en 1825 fue su carta de presentación en su nuevo flamante cargo de director del Théâtre Italien y que tras un estreno discreto delante de la corte se convirtió en un éxito que nuevamente llega en una versión minimalista de Emilio Sagi al Liceu conservando el recuerdo de su estreno en este teatro hace 14 años en la versión de Sergi Bellvert.

   Emilio Sagi concibió esta producción para la Academia de cantantes del ROF (Rossini Opera Festival) de Pesaro en 2001. Una producción que aunque pronto alcanzará la mayoría de edad conserva la frescura y elegancia, señas de identidad de este regista, que le ha llevado a representarse en teatros de diversas partes del mundo más allá del ámbito pedagógico para el que fue concebido. El admirado y añorado maestro Zedda fue quien encargó este montaje y quien realizó la edición musical en el que la parte del coro es asumida por diversos solistas obedeciendo a unas indicaciones del mismo compositor. Visualmente la escenografía es única contrastando el blanco de la pasarela, sillas y parte del vestuario con un ciclorama azul y con el negro del vestuario elegantísimo de Pepa Ojanguren para la segunda parte de la obra. Pero no nos hemos de engañar… tras esta simplicidad minimalista de concepto hay un trabajo teatral que potencia y acerca los detalles interpretativos de los solistas al público arrancando sonrisas y aplausos tras cada aria o dúo y que crea una implicación en los intérpretes mucho mayor que en otros montajes más tradicionales.

   Entre los momentos verdaderamente reseñables son la genialidad del concertante “Partiamo” con el que se cierra la primera parte y que Sagi sabe sacarle un partido escénico memorable al hacer durante el mismo un cambio de vestuario de todos los personajes en escena que arrancó un cerrado y prolongado aplauso. Otro de los momentos es el dúo de Corina y Belfiore, lleno de ironías con el uso del móvil y las insinuaciones pseudoeróticas de ambos. Es un trabajo que aunque parece simple a primera vista se convierte en complejo por la cantidad de psicologías que mueven a cada uno de los personajes y que en una sola visualización no se captan.

   La dirección musical corrió a cargo del joven director italiano Giacomo Sagripanti que nos mostró como se puede disfrutar de Rossini con rigor y frescura. Sus tempi sin ser excesivos favorecieron la dramaturgia intrínseca de esta ópera. Su gesto claro, mesurado favoreció un discurso en el que prevaleció la nitidez por encima del volumen, si bien en algunos momentos sobrepasó la orquesta a algunos cantantes con problemas de proyección o volumen. Otro de los méritos de este director, que está en plena carrera ascendente y que hay que seguir, es su pasión por el género ayudando con su gesto cómplice a cantantes e instrumentistas y con un completo dominio de la partitura.

   A la hora de hablar de estos largos elencos comenzaremos por reseñar el papel de los partiquinos menores que en esta producción refuerzan los números de coro suprimido pero que Sagi trata con una importancia de solista en cuanto a configuración de personaje y que todos ellos supieron salvar notablemente, destacando el Don Prudenzio de Alessio Cacciamani en su arietta de inicio de la obra, así como la participación de jóvenes cantantes españoles de gran interés como Beñat Egiarte, Carles Pachón, Jorge Franco o Paula Sánchez.

   Si hay otro aspecto a destacar en la propuesta que hemos podido ver en el Liceu es que cada personaje ha tenido una personalidad con matices dependiendo del cantante que lo interpretara en cada función y con quien interactuara ya que la idea de la dirección artística del Liceu ha sido no hacer dos cast cerrados sino que interactuaran cantantes jóvenes con cantantes con una mayor carrera profesional.

   Ruth Iniesta es una de las sopranos ligeras en carrera ascendente con un bello instrumento y una técnica impecable, sin problemas en el registro agudo y una gran versatilidad para la coloratura regalándonos una Madame Cortese fantástica llena de gracia y musicalidad. Marigona QeKezi no se le quedó a la zaga en el mismo personaje con una sonrisa y complicidad con el resto del cast admirable para su juventud.

   La Condesa de Fondeville estuvo defendida por dos cantantes españolas en la mayoría de las funciones por Sabina Puértolas que volvía al Liceu tras su éxito de la pasada temporada como Marie de La Fille du Regiment. En este Viaggio sin embargo solucionó muy bien todas las agilidades pero su voz igual que Leonor Bonilla no se proyectaron lo suficiente para un teatro como el de Las Ramblas sin por ello destacar su gracia en la interpretación endiablada de sus aria de inicio “Il mio male capir non potete”.

   Si hay un personaje por el que el que firma esta reseña tiene cierta debilidad es el de la Marquesa Melibea tanto por su personalidad dramática como por el dúo que mantiene con Libernskof. Las dos intérpretes que recrearon a la noble polaca fueron tan diferentes como interesantes. La navarra Maite Beaumont escogió una personalidad más noble y elegante en el aspecto teatral mientras que la italiana Marina Viotti nos mostró una marquesa más desenfadada y provocativa con los hombres. Ambas hicieron las delicias del público con sus interpretaciones en el sexteto de la primera parte y el dúo “Di chi son reo?”. Ambas dieron una lección de canto rossiniano, la navarra con un timbre más aterciopelado y la italiana con una mayor potencia vocal y un timbre más oscuro que nos recordó a Daniella Barcelona, pero ambas con una musicalidad sobresaliente.

   Si hay un personaje en esta obra un tanto insulso y difícil de interpretar es el de Corina por el peligro de pasarse de cursi en sus dos arias del principio y final de la obra y que nada tiene que ver con el dúo con Belfiore. Sagi sabe aprovechar más el dúo teatralmente mientras que las dos largas arias las acentúa más desde el punto de vista más pasivo y estático, si bien Irina Lungu supo otorgar más vida que Adriana González, aunque musicalmente fue lo contrario, la seguridad de la joven guatemalteca nos dejó estupefactos ante un instrumento tan bello como compacto, tan homogéneo de color en todos los registros como de una musicalidad perfecta y una técnica impecable. Irina Lungu por su parte convenció con unos pianísimos admirables pero que con frecuencia se rompían al final de los mismos lo que afeó en más de una función su aporte canoro.

   Pasemos ahora a los hombres de la producción. Si el calavera Belfiore en la voz de Taylor Satyton tenía más consistencia y volumen, el joven cantante de Almeria Juan de Dios Mateos nos ofreció un Cavalier más gamberro, más actual, más deshinibido que junto con una bella línea de canto le hizo triunfar en su dúo con Corina ya citado.

   La presencia de cantantes de color en el teatro del Liceu no es nueva, si bien no todo lo frecuente que sería deseable para abrir mentalidades de un público tradicional por eso que el pricipe ruso Libenskof lo interpretaran dos cantantes de color fue una buena apuesta artística y musical.  Lawrence Brownlee es uno de los tenores ligeros más importantes de esta generación. De origen estadounidense es requerido por los mejores teatros líricos en los roles rossinianos y belcantistas. Su Libenstof fue impecable musicalmente, fraseo impoluto, agilidades perfectas, agudos brillantes y una gran vis cómica. El joven sudafricano Levy Sekgapane en carrera ascendente sin tener el volumen de Brownlee se vislumbra un instrumento importante con una gran sensibilidad musical y una gran naturalidad teatral.

   Si hay un aria en la obra que excede todo lo previsible en cuanto a duración es la del Lord Sydney “Ah! Perché la conobbi?” Destinada a una voz de bajo cantante que tiene que demostrar un buen fraseo y una gran ductilidad en un registro generoso. Baurzhan Anderzhanov cumplió con corrección acentuando más la seriedad que un equilibrado dramatismo. Roberto Tagliavini ofreció una versión más matizada de dicha aria y un sentido más teatral y elegante de su personaje con un guiño humoístico en su versión de “God sabe the Queen”.

   Dos personajes son los factótums de esta obra coral: Don Profonfo y el Baró de Trombonok para los cuales tuvimos el privilegio de ver a dos grandes cantantes rossinianos que debutaban estos papeles. El Don Profondo de Pietro Spagnoli fue in crecendo a lo largo de la función, de un discreto sirviente en el primer coro a un aplaudidísimo “Io…Medaglie incomparabile”, pieza maestra del silabato humorístico rossiniano que pasó a una segunda sección con un elegante fraseo por parte de Spagnoli. El cantante de Zaragoza afincado en Barcelona Carlos Chausson, bajo bufo de reconocido prestigio, se lo pasó y nos lo hizo pasar en grande con su Trombonock. Cual maestro de ceremonias hizo oír su sonora voz y ejerció en la preparación del montaje de maestro del cast más joven en estos vericuetos rossinianos nada fáciles de salir bien parado. Tanto como cantante como intérprete fue una gozada disfrutarlo en el escenario. Ambos papeles tuvieron unos cantantes jóvenes, Pedro Quiralte y Vincenzo Nizzardo, correctos en lo musical pero con un camino todavía que andar en estos papeles bufos.

   Dejamos para el final el personaje de Don Alvaro, noble español que cierra el triangulo amoroso entre Polonía, España y Rusia. El barítono Manel Esteve defendió con unas armas irrefutables este papel, una voz poderosa y adecuada en estas complicadas lides belcantistas junto con unas tablas escénicas cautivadoras en la parte más cómica del sexteto como en el tango que se marcó con Melibea en la música del ballet, y sobre todo en su arietta “Omaggio all’augusto duce” con un fraseo impecable y una proyección generosa que le abre las puertas para otros roles de mayor importancia que están llenando su agenda profesional en otros teatros. Con una digna desenvoltura el cantante Gurgen Baveyan interpretó el mismo rol en dos funciones si bien el registro grave necesitaría poder proyectarse más.

   Il Viaggio a Reims nos hace pensar al final de la obra en lo importante que es el trabajo en común y armonía de cantantes venidos de todo el mundo para emocionarnos con una música optimista, energética…rossiniana.

   Lástima que aunque al final se consiguió un éxito artístico  tuvo un inicio más que accidentado la última de las representaciones. A lo largo de la historia conocemos como los teatros han sido a veces campos de batalla en los que el público ha reaccionado con posiciones y actitudes encontradas ante las obras que se les presentaban, pero utilizar un teatro para enfrentar posiciones políticas en pleno s.XXI interrumpiendo la afinación de la orquesta no es de recibo por mucha tensión social que haya en el ambiente.

   Cuando una persona sin más que su propia iniciativa e imposición grita un "¡Visca Catalunya!" provocando abundantes gritos a favor y muchos en contra (aunque en la prensa como La Vanguardia no se reflejen y confunda Il Viaggio a Reims con Un Ballo in Maschera que ni siquiera se había estrenado… hace que pensar sobre las manipulaciones de ciertas plumas), de las palabras se pasaron a insultos mutuos, hasta el punto de tener que entrar a la platea los cuerpos de seguridad del teatro y acabar cantando el Himne dels Segadors con varias banderas esteladas ¿preparadas para la ocasión? como en los mejores tiempos de la dictadura con otros himnos o con la presencia de los reyes con el Himno Nacional a uno le hace pensar si no se repiten actitudes que tanto se critican a otros colectivos políticos. En definitiva trasladar al silencio previo de afinar una orquesta esta tensión no es la mejor obertura para una ópera en el que como hemos dicho se habla de armonía y entendimiento entre los pueblos.

Foto: A. Bofill

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