Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Iris, de Mascagni en el Teatro Real de Madrid
El talento infravalorado de Pietro Mascagni
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 7-X-2025, Teatro Real. Iris (Pietro Mascagni). Ermonela Jaho (Iris), Gregory Kunde (Osaka), Germán Enrique Alcántara (Kyoto), Jongmin Park (El ciego), Carmen Solís (Dhiha/Geisha), Pablo García-López (El mercader/trapero). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Daniele Callegari. Director del coro: José Luis Basso. Versión concierto.
En opinión de quien esto firma, Pietro Mascagni es uno de los músicos más infravalorados de la historia. Condenado por el apabullante éxito de su primera ópera, Cavalleria Rusticana, instalada en el repertorio desde su estreno y proclamada junto a Pagliacci de Ruggiero Leoncavallo como emblema del repertorio llamado verista-naturalista. La inmensa popularidad de la inmortal Cavalleria ha ensombrecido la magnífica producción teatral de una de las grandes figuras de la Giovane Scuola. Aunque se le adscriba al llamado verismo, lo cierto es que el músico de Livorno fue muy creativo buscando siempre nuevos caminos para el melodrama italiano. Un ejemplo de ello es Iris (Roma, Teatro Constanzi, 1898), una obra que combina el realismo con elementos tan en boga en el período final del siglo XIX como el simbolismo, el exotismo Oriental y el decadentismo. El libreto de Luigi Illica no carece de bellos versos, pero, parece claro, que Mascagni se mostró más atraído por la poética que por una teatralidad muy discutible.
En lo musical, Mascagni muestra todo su talento en una orquestación riquísima, suntuosa, exuberante de colorido -la variedad instrumental incluye un pasaje en que la protagonista se acompaña tocando el shamisen- y una muy atractiva escritura para la voz. La ópera empieza y termina con el grandioso Himno del Sol, tributario del prólogo de Mefistofele de Boito y su correspondiente influencia Wagneriana.
Por fin, el Teatro Real volvía a programar Iris, que fue suspendida en 2020 a causa de la pandemia. Hay que celebrarlo, pero lamentar, al mismo tiempo, que sólo se pongan dos funciones y en versión concierto, mientras se ofrecen puestas en escena de oratorios y otras obras no destinadas al teatro.
La soprano Ermonela Jaho presentó una situación vocal -franja centro-grave totalmente áfona y desguarnecida, volumen limitado- claramente insuficiente para el papel de Iris. Su sonido gana brillo en la zona alta y, ciertamente, la cantante es musical y atesora sentido de la línea. Así las cosas, la Jaho carga las tintas en el aspecto dramático, en una caracterización de esta muchacha inocente y candorosa, basada en la habitual panoplia de gestos exagerados, caras de cine mudo y poses de pretendida “tragedienne”. Indudablemente, todo ello tiene efecto en gran parte del público, que la jalea, pues la soprano albanesa cuenta con numerosos fans. No me encuentro entre ellos y no hallo un átomo de verdad en todo su despliegue efectista y pasado de rosca.
El muy veterano Gregory Kunde superó su erosión vocal -centro agujereado, vibrato, fiato alicorto- con su enorme preparación musical, sabiduría, control y una franja aguda que conserva brillo y penetración tímbrica. Admirable la capacidad con la que Kunde sostuvo la inclemente tesitura, toda situada en el pasaje y zona aguda- de lo que es buen ejemplo la tan hermosa como exigente serenata “Apri la tua finestra”. Más allá de los problemas para rematar las frases largas y que la línea canora resultara a veces entrecortada, corresponde valorar la forma de frasear y acentuar del tenor estadounidense, que expresó toda la efusión y envolvente lirismo del magnífico dúo con Iris del segundo acto.
Cierto es que Kyoto es un papel ingrato y sin redondear, pero el barítono Germán Enrique Alcántara resultó más bien discreto, al exhibir un timbre sin calidad ni mordiente, aunque es verdad que intentó dar intención a sus intervenciones.
Tan rotundo y sonoro como granítico, pesante y poco flexible el ciego, padre de Iris, encarnado por el bajo Jongmin Park.
Notable la prestación de la soprano Carmen Solís en su doble intervención como Dhia y Geisha. Voz atractiva, esmaltada, carnosa y homogénea, de mayor calidad que la de la soprano protagonista, y canto de escuela, el mostrado por la soprano pacense, que no se entiende disfrute de tan escasas oportunidades en el Teatro Real. Mucha seguridad e intención en su canto la mostrada por el liviano tenor Pablo García-López.
Daniele Callegari puso en juego su oficio, sentido narrativo y atención a los cantantes en una labor en la que, con previsiblemente pocos ensayos, sólo pudo conseguir de la orquesta sinfónica de Madrid un sonido compacto y vigoroso, pero ayuno de matices, avaro en detalles, falto de refinamiento tímbrico y una indomeñable tendencia al estruendo. Callegari se mostró como magnífico acompañante de los cantantes, especialmente atento con la soprano protagonista, de lo que fue buen ejemplo la manera en que redujo el sonido orquestal en la espléndida aria della priovra. El coro también desplegó empaste y volumen, pero con mayor inclinación por el decibelio, el efecto sonoro y el trazo grueso, que por la sutileza.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
Compartir
