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Crítica: Jaime Martín y Bertrand Chamayou con la Orquesta Nacional de España

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Autor: David Santana
23 de noviembre de 2022

El Auditorio Nacional de Música de Madrid acoge un concierto de la Orquesta Nacional de España protagonizado por Jaime Martín y Bertrand Chamayou

Crítica de Jaime Martín y Bertrand Chamayou con la Orquesta Nacional de España

Egipcio impecable

Por David Santana | @DSantana
Madrid. 20-XI-2022. Auditorio Nacional de Madrid. Orquesta Nacional de España, Jaime Martín, director; Bertrand Chamayou, piano. Profondissima quiete de María Eugenia Luc, Concierto para piano y orquesta n.º 5 en fa mayor, op. 103, “Egipcio” de C. Saint-Saëns y Scheherezade, op. 35 de N. Rimski-Korsakov.

   Un programa clásico donde los haya el que nos ofreció el pasado fin de semana la Orquesta Nacional de España: breve obra de estreno a modo de aperitivo, concierto para solista y obra sinfónica. Todo ello con una batuta interesante y reconocida como es la de Jaime Martín y un pianista como Betrand Chamayou que, aunque aún no goza de un gran reconocimiento en España, su nombre suena siempre acompañado de buenas críticas en el panorama internacional.

   Las notas al programa de Teresa Cascudo nos hablan sobre paisajismo, un recurso que vertebra el programa teniendo en cuenta que el concierto de Saint-Saëns se apellida «Egipcio» y la marcada sonoridad oriental de Scheherezade. En el caso de la obra de María Eugenia Luc, las notas se quedan quizás un tanto grandilocuentes para una pieza que poco tiene que aportar a la música contemporánea. Sí, tenemos paisajismo otra vez, y el cliché de «sonoridades que nos recuerdan a…». Esta vez, eso sí con unos interesantes resabios a Xenakis en el tratamiento de las cuerdas y la textura, un interesante manejo de los timbres de la orquesta y unos matices que fueron ejecutados de forma excelente por Jaime Martín.

   Sobresalió Bertrand Chamayou con un Egipcio impecable. Comenzó el Allegro animato con un sonido de calidad, con el peso necesario para controlar los pasajes más rítmicos, pero sin perder agilidad. Comulgó muy bien con el sonido y la intención de la orquesta. 

   Martín comenzó el Andante creando en la sección de cuerdas un aura de tensión sobre la que Chamayou emergió con un sonido de solista espectacular. Mostró variedad en el timbre —dentro de las posibilidades del piano, claro— y el carácter, ejecutando unas melodías de gran lirismo con la mano derecha al mismo tiempo que realizaba el acompañamiento, rítmico y preciso, con la izquierda. Supo crear una profunda emoción en los momentos de este movimiento que permiten una mayor expresión como son el dueto con el oboe o el solo con el timbal. Toda una muestra de virtuosismo que no se apagó con el final del Andante, sino que prosiguió en los rápidos pasajes del Molto Allegro. Las cuerdas de nuestra Orquesta Nacional supieron igualar al solista en agilidad y Martín estuvo muy preciso con las caídas y los efectos sonoros de la orquesta, realizando así un acompañamiento ideal de este concierto. 

   Director y solista consiguieron para este concierto un grado de compenetración altísimo, permitiéndonos así disfrutar con una obra de tanto valor como es este concierto Egipcio. En la propina, Chamayou se reafirmaría en su destacado sentido de la expresividad con una Pavane pour une infante défunte de Ravel repleta de naturalidad, una falsa modestia que aparenta, sin ser cierto, un desinterés por la técnica en pos de un sonido mucho más orgánico.

   En la segunda parte, a Martín le falló el equilibrio de las secciones. Se echó en falta un mayor sonido de los graves en el primer movimiento, lo que nos evocó más bien un sonido de bajío —peligroso para la navegación— que de alta mar. Tampoco supo controlar Martín a unos metales que sacaron un sonido demasiado brillante y demasiado potente, especialmente las trompetas, muy exageradas en el movimiento final.

   Por otra parte, los solistas realizaron un excelente trabajo. La parte de Miguel Colom fue excelente, con un sonido nítido y potente no se dejó llevar por el exceso de rubato dejándonos una interpretación clara y precisa, ¿para qué pedir más? También fue interesante el solo del segundo movimiento del fagot principal, Enrique Abargues, en cuanto a la articulación; con unos matices bien marcados y un pelín de exceso en el rubato —aunque ya es una cuestión de gusto personal— pero que el oboe supo recoger muy bien en su respuesta al solo. 

   La percusión y, especialmente, la caja, estuvo excelente en el tercer movimiento, al igual que el clarinete. Martín se permitió algunas licencias para ganar en expresividad que, si bien no eran necesarias, tuvieron el efecto esperado.

   Finalmente, sorprendió la valentía del maestro al abordar el Festival en Bagdad con un ritmo arrollador que un director solo se puede permitir cuando tiene en la sección de vientos a solistas que pueden articular a la velocidad de Álvaro Octavio. Pero, aunque las cuerdas se notaron incómodas en algunos momentos del arranque del movimiento, mereció la pena para crear un espectáculo rítmico de muy alto nivel que hizo vibrar a todo el auditorio.

Foto: OCNE

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