Jaime Martín y el pianista Kristian Bezuidenhout visitan la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España.
Dos visiones opuestas del romanticismo
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 5-XI-2021. Auditorio Nacional de Madrid. Orquesta Nacional de España, Jaime Martín, director; Kristian Bezuidenhout, piano. Concierto para piano en la menor, op. 54 de R. Schumann y Sinfonía nº 6 en re mayor, op. 60 de A. Dvorák.
A pesar de ser Dvorák una generación posterior a Robert Schumann, a ambos se les ha agrupado históricamente bajo el amplio y polisémico paraguas del «romanticismo». Hoy no vengo a hacer una crítica historiográfica. De hecho, diré que quizás sea cierto. Salvando las distancias, en la música de ambos podemos escuchar una música poderosa que representa lo indómito del mundo natural y lo apasionado del hombre. El ideal de la revolución, el camino hacia la perfección adornado y a su vez frustrado por el patetismo intrínseco del ser humano.
En este quinto concierto de la temporada 2021/2022 de nuestra orquesta nacional se nos mostraron dos visiones encontradas sobre este romanticismo. La primera, de la mano de Kristian Bezuidenhout creo que no fue la más acertada. Optó por un recogimiento que solo destacó en el Intermezzo y en algún pasaje virtuoso del Allegro vivace en los que su sonido delicado funcionó para marcar un curioso contraste con la orquesta. El piano que nos mostró fue más «de salón» que de gran auditorio. De hecho, el sonido fue el adecuado para el Romanze de Clara Schumann que interpretó como propina. Pero el concierto de Robert... requiere de más fuerza. Tampoco funcionó bien esta propuesta ni con la orquesta ni con el maestro. Jaime Martín no fue capaz de asimilar este Schumann empequeñecido de Bezuidenhout y, a pesar de sus gestos grandilocuentes, no supo aportar nada a la interpretación del pianista, lo que provocó un primer movimiento carente de ese profundo sentimiento romántico, de ese duende que dirían los flamencos. Además, llegó a los tutti de forma muy artificial, un fallo enorme en una obra tan orgánica como el Concierto para piano en la menor que, como representativa del romanticismo, encarna tanto lo humano como lo natural. El resultado fue un Schumann nada ambicioso, anodino y sin gracia que levantó más bostezos que aplausos.
Nada que ver con la segunda parte. Aquí sí, Jaime Martín dio rienda suelta al romanticismo que arrolló al auditorio como un torrente desbocado. Esta vez, sus gestos grandilocuentes se siguieron a rajatabla por una orquesta que le obedeció en todo de forma absoluta. Gracias a ello pudimos ver unos contrastes de dinámicas muy bien ejecutados, un adecuado balance de los instrumentos, destacando siempre los temas principales y unos ritmos bien marcados y con una fuerza arrolladora que, en el caso del primer movimiento se dejó ver de forma exuberante en la fanfarria casi final de los metales.
En el Adagio hubo detalles a mejorar en unas maderas un tanto tirantes. Con la notable excepción de la sección de flautas compuesta por el solista Álvaro Octavio, quien supo dar unos soli muy precisos y musicales y Miguel Ángel Angulo que realizó un acompañamiento excepcional y un buen solo de flautín en el tercer movimiento. Estuvieron mejores en el Finale en el que el trío de oboe, flauta y trompa sonó de forma magistral.
Aunque si alguien destacó en este último movimiento fue la trompeta que con un sonido fuerte y seguro supo dirigir a la orquesta hacia un clímax que no es sino un juego de Dvorák, ya que a éste le sucede un anticlímax previo al final. Esto supone todo un reto para los directores. No obstante, Martín supo mantener al público pegado al asiento durante toda esta parte y llevar con una excelente direccionalidad a la orquesta hasta un atronador final que no pudo acabar de otro modo que con un igualmente sonoro aplauso del público.
Fotos: Facebook OCNE
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