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Crítica: Janine Jansen, Valery Gergiev y la Filarmónica de Múnich, en el Auditorio Nacional para Ibermúsica

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Autor: Aurelio M. Seco
19 de enero de 2016

UNA VIOLINISTA EXCEPCIONAL

Por Aurelio M. Seco
Madrid. 15/I/16. Auditorio Nacional. Ibermúsica. Serie Barbieri. Janine Jansen, violín. Director: Valery Gergiev. Orquesta Filarmónica de Múnich. Obras de Debussy, Shostakovich y Berlioz.

   Hay artistas que parecen estar tocados por la mano de Dios. Hablamos de Janine Jansen, la principal protagonista del primero de los dos conciertos que la Filarmónica de Múnich ofreció bajo la dirección de Valery Gergiev el pasado fin de semana dentro de las series Barbieri y Arriaga de Ibermúsica. Jansen, sin duda una de las más destacadas violinistas de la actualidad, ofreció una deslumbrante versión del Concierto para violín y orquesta nº 2 de Shostakovich.

   La jornada del viernes fue importante para el Auditorio Nacional. Mientras en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se presentaba La Madrileña, un nueva orquesta española centrada en instrumentos antiguos, y la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España programaban El holandés errante de Wagner por la tarde, los abonados a Ibermúsica debían esperar hasta las 22:30 horas para asistir a uno de los dos conciertos más destacados del año dentro del ciclo, con la Filarmónica de Munich, Valery Gergiev y la ya mencionada violinista Janine Jansen. Mereció la pena esperar.

   Valery Gergiev debutó en Ibermúsica en 2005, al frente de la London Symphony, conjunto que pronto estará en manos de Simon Rattle. La presente ocasión era fruto de su primera visita a España con la Filarmónica de Munich desde que asumiera su titularidad el pasado año, una orquesta importante, de las más prestigiosas de Europa, sobre todo desde el período artístico asumido por Sergiu Celibidache, artista añorado e irrepetible que ha marcado un antes y un después en el mundo de la dirección orquestal. Es una tentación imaginar que en el sonido noble, leñoso y falto de afectación que muestra la cuerda de esta orquesta todavía hay algo de la impronta del gran director rumano.

   Valery Gergiev es muy diferente a Celibidache. Empezando por el uso de la batuta. A lo largo de los años le hemos visto dirigir sin ella, con una especie de palillo y, como este fin de semana, con una pequeña batuta. Casi caemos en la tentación de entender el mensaje como un rasgo de inseguridad que poco a poco va superando al hilo de su calidad como intérprete porque, si todavía no lo hemos dicho, Gergiev es un gran director de orquesta, una especie de brujo sin varita que, con la fuerza de su carácter, mirada y gestualidad, parece hechizar a los músicos cuando les dirige. 

   El programa de este primer concierto era complicado y de interés, e incluyó el Preludio a la siesta del fauno de Debussy, el citado concierto de Shostakovich y la Sinfonía fantástica de Berlioz. Gergiev dejó su sello en el Preludio desde la interpretación inicial de la flauta. Su estilo interpretativo resultó personal, sensible y elocuente, aunque también podría haber buscado algo más la sonoridad impresionista y desde un sentido dinámico más amplio. Es admirable el grado de perfección técnica que puede llegar a alcanzar la cuerda de este conjunto, tan compenetrada que a veces nos recordó a un cuarteto. 

   El Concierto nº 2 para violín y orquesta de Shostakovich nos pareció de referencia. Jansen posee uno de los sonidos de violín más bellos del actual circuito, y no sólo porque toque un Stradivarius (el “Baron Deurbroucq”, de 1727), sino porque parece buscar ese preciosismo en cada detalle, incluso en una obra que, como ésta, prefiere el énfasis expresivo a la sonoridad matizada. Todo en el discurso de la violinista nos pareció ejemplar. La claridad temática expuesta, la elección en el uso del vibrato,  su energía y musicalidad hablan a las claras de una intérprete muy perfeccionista, capaz de solventar al instante la más mínima imprecisión de afinación o carácter. Fue un verdadero placer asistir a la interpretación de esta obra, y una pena que la artista no ofreciese ninguna propina. La Sinfonía fantástica de Berlioz se presta a la estilización e incluso exageración de líneas. Gergiev volvió a preferir el trazo claro, seguro y consistente, eso sí, siempre llevado por la brillantez interpretativa de una orquesta dúctil y comprometida, capaz de afrontar el momento expresivo más extremo desde la más absoluta redondez sonora.

Fotografía: ANP

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