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Crítica: Jean-Efflam Bavouzet y Charles Dutoit con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
18 de diciembre de 2025

Crítica del concierto de la Orquesta Sinfónica de Sevilla, con el pianista Jean-Efflam Bavouzet bajo la dirección de Charles Dutoit

Jean-Efflam Bavouzet y Charles Dutoit con la Sinfónica de Sevilla

Olvidando las ausencias

Por Álvaro Cabezas
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 12-12-2025. Jean-Efflam Bavouzet, piano; Charles Dutoit, dirección; Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Programa: obertura El carnaval romano op. 9 de Hector Berlioz; concierto para piano y orquesta en sol mayor de Maurice Ravel; y 9ª sinfonía en mi menor op. 95 "Del Nuevo Mundo", de Antonin Dvorak.

   Ya se ha escrito suficiente sobre las continuas cancelaciones y las consecuentes ausencias de Martha Argerich en el Teatro de la Maestranza, ya se ha llorado bastante la falta de esta gran pianista sobre el escenario del coliseo sevillano, ya se han ponderado sus virtudes y demostrado que son muchas las ganas de verla y escucharla en la ciudad del Guadalquivir. No es necesario insistir más en ese terreno porque la que era sobre el papel una de las citas más importantes del año en un temporada del teatro maestrante –ya de por sí verdaderamente aquilatada por las visitas de grandes orquestas, por los atractivos espectáculos escénicos y determinadas y atrayentes rarezas–, lo fue incluso contando con la ausencia de la argentina gracias a que fue sustituida por el pianista Jean-Efflam Bavouzet. Uniendo su participación a la dirección de uno de los maestros más clásicos del panorama directorial como Charles Dutoit (que hizo su debut, a sus 89 años, tanto en el Teatro de la Maestranza como en el podio de la Sinfónica), el resultado fue tan extraordinario que se consiguió olvidar la destacada ausencia antes referida.

Jean-Efflam Bavouzet y Charles Dutoit con la Sinfónica de Sevilla

   Comenzando por la obertura El carnaval romano sobre temas de Benvenuto Cellini de Berlioz hay que destacar que tuvo nervio, fue marcadamente festiva y que, como haría durante todo el concierto, Dutoit consiguió extraer un sonido de la orquesta totalmente reconocible como francés, pero que lo hizo combinando la fantasía de un Prêtre, la elegancia de un Plasson y el refinamiento de un Soustrot. Habría, por formación, estilo y solera, que compararlo con, por ejemplo, Cluytens, ya que fue en todo momento rotundo y voluminoso, también decibélico, pero, cuando tocaba, estuvo imbuido por un recogimiento interior y hasta camerístico. En la recreación que hizo de la partitura berlioziana contó con la inestimable ayuda de Sarah Bishop con el corno inglés, que consiguió dibujar trazos campestres y soñadores en su intervención. El primer ataque de las cuerdas fue incisivo y, después, el papel de la percusión fue rítmico y provechoso hasta conseguir levantar al público de sus asientos. En todo momento el maestro suizo dirigió sin partitura, con una corta batuta y una prodigiosa memoria. Su gesto era inconfundible y claro, sus miradas a los músicos elocuentes y su expresión corporal tan asertiva que trasladó perfectamente la música al respetable. ¡Quién pudiera envejecer así, seguir trabajando en lo que más motiva, recibir el reconocimiento del público, descubrir a nuevos melómanos la que va a ser la pasión de su vida...!

   Cuando Bavouzet y Dutoit arrancaron el concierto en sol mayor de Ravel descorrieron el velo de tal forma que los asistentes quedaron deslumbrados por su virtuosismo. El gesto del pianista fue ampuloso, pero luego se centró mucho en los pequeños detalles, desplegó las reminiscencias españoles o fallescas con deleite, cargó mucho las tintas en el plano jazzístico y, sobre todo, permitió respirar a la orquesta, dándole su sitio, como cuando sucedió el momento mágico con la intervención del arpa de Iolkicheva –onírico, evocador–, en el primer movimiento. El segundo fue interpretado más rápido de lo habitual y, por ello, los valles del alma no fueron tan profundos y quejumbrosos, pero el sonido era refinado y transparente como una tarde de invierno. El movimiento final volvió por la senda del jazz y de la expresiva caricatura de determinados instrumentos como los metales. Pleno de ritmo el solista alcanzó el final y el éxito fue tal que muchos nos preguntamos si Argerich lo hubiese recogido así porque, es posible, que todo hubiera sido muy distinto con ella. Enhorabuena a la orquesta por, con tan poca antelación, haber concertado tan bien con un solista que, aunque experto raveliano, estaba acabado de llegar y que fue obligado a ofrecer, como propina, el preludio en la menor seguido de la tocata de Le tombeau de Couperin del propio Ravel.

   En la segunda parte del concierto Bavouzet estuvo sentado en el patio de butacas disfrutando, como los demás, de una Sinfonía del Nuevo Mundo referencial y que da pena no haber sido grabada. El primer movimiento cayó como una losa sobre nosotros, por su contundencia y expresividad. Dutoit consiguió extraer detalles únicos y desconocidos con el mérito que conlleva esto en una pieza tan trillada como esta. Dejaba la estructura muy clara gracias a la percusión y a las cuerdas graves –con quienes el director mantenía un interesante juego de miradas–, y la ornaba con las maderas y las cuerdas. En el segundo movimiento, justo llegando al final, el sonido menguó hasta que disfrutamos de un pasaje camerístico: los primeros y segundos violines, una pareja de violas y otra de violonchelos recogió de manera casi sagrada la temática principal y la difuminó en el aire hasta desaparecer. Enérgico y expansivo en el tercero, el director se reveló como un profesor que simplifica la lección a sus alumnos y esto sirve para hacerla más atractiva. Brillante e inolvidable el último, en el que Dutoit extrajo el mejor sonido de la orquesta y demostró, una vez más, que bien dirigida suena como los ángeles y que tendría que pasearse por Europa entera como embajadora cultural de nuestra ciudad ya que es uno de nuestros principales símbolos artísticos. Respondió la orquesta al reto de tocar ante un gran director, curtido y polémico, no se arredró ante los nombres y la fama y desempeñó a las mil maravillas este concierto extraordinario, ajeno al programa de abono y organizado por el teatro como si fuera el de cualquier otra orquesta invitada más. Hay pocas cosas mejores con las que despedir un año muy importante tanto para el Teatro de la Maestranza como para la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.

Fotos: Guillermo Mendo

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