Crítica de José Antonio Cantón del concierto inaugural de la temporada de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, bajo la dirección de Manuel Hernández Silva y con el violista Joaquín Riquelme como solista
Emocionante inicio de temporada
Por José Antonio Cantón
Murcia, 25-IX-2025. Auditorio Regional ‘Víctor Villegas’. Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (ÖSRM). Solista: Joaquín Riquelme (viola). Director: Manuel Hernández-Silva. Obras de Alicia Morote, Béla Bartók y Johannes Brahms.
Dos alicientes de han determinado el contenido del programa del concierto inaugural de la presente temporada de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia [ÖSRM]; el estreno absoluto de la obra Sigh [Suspiro] de la compositora murciana, Alicia Morote, ganadora del Concurso de la Fundación SGAE y Asociación Española de Orquestas Sinfónicas, y contar para completar su primera parte con el violista, también murciano, Joaquín Riquelme interpretando uno de los conciertos más relevantes del siglo XX, el catalogado con Sz. 120 que dejara inconcluso Béla Bartók, ejemplo de concentración del pensamiento musical de este músico imprescindible para entender y completar la historia de la música culta de la pasada centuria.
Ya desde la introducción, Intra, del primer movimiento de Sigh, se puede decir que se está ante un planteamiento fascinante de la cuerda en frecuencias graves que tiene una función de poner en alerta al oyente desde la oscuridad que parece envolver a la humanidad en estos albores del siglo XXI, como explica la autora en su conceptual comentario de las notas. Después de tan enigmático a la vez que contundente inicio sigue un contrastado pasaje en el que el piano se percibe sumergido en los trémolos de la cuerda que viene a normalizarse más sensitiva en una concreción última. La sensación final de su estructura sónica es la de haber sido pensada en sus más mínimos efectos acústicos desarrollando un discurso atrayente que juega con la capacidad auditiva del oyente.
La viola, termina erigiéndose en una protagonista de Agnoscere, tiempo situado en segundo lugar. Envuelta en una sección de cuerda etérea, da paso a una percusión de progresiva intensidad, en la que la gran caja asume los más destacados acentos. Todo transcurre con alternantes tensiones que vienen determinadas por ráfagas percusivas que se suceden intensas ante la aparición del pícolo, que mantiene limpia su frecuencia generando un polo de atención que requiere buena capacidad perceptiva del espectador para integrarla como elemento de aparente “disimilaridad” sonante, pero de un gran efecto musical.
El pretencioso Sub ficto, título del tercer movimiento es toda una exhibición de color a cargo de la gran batería de instrumentos que integran la sección de percusión. La cuerda parece estimular la ascensión dinámica de todos ellos quedando, desde su oportunidad de acción, aspecto muy bien tratado por la compositora en cada pasaje, perfectamente singularizados dentro del discurso, siendo destacables los timbres del arpa y la celesta como elementos catalizadores del rico cromatismo del que hace gala Alicia Morote, demostrando tener un instinto musical realmente admirable. Un vibrante dinamismo final, perfectamente ecualizado en su interna relación de carácter, pone término a este movimiento, ejemplo de una formación creativa sólida en fondo y forma.
El cuarto, Sine gloria, significa entrar en una atmósfera de sonido en la que los vientos, la vibración suspendida del xilófono y golpes de la orquesta a modo de secos staccati generan cierta expectación en el oyente que percibe como, si de una actitud de resignación creativa se tratara, los instrumentos derivan en una natural expresividad logrando un manifiesto equilibrio cromático a través de un discurso dinámico muy cuidado en el que los carrillones respondieron al estímulo del xilofón en una efectista fusión sonora, como justificando ese sentido de singular oportunidad, antes mencionado, que da la compositora también a cada instrumento. El trabajo de primera aproximación y correspondiente montaje de la obra del maestro Manuel Hernández-Silva ha sido verdaderamente encomiable al haber sabido transmitir claridad de lectura a su recreación estimulando un atento entusiasmo a los músicos, que asumieron su intervención con la trascendencia que significa creerse la importancia de un estreno absoluto al ofrecer éstos un ejercicio técnico que volvía a dejar constancia del buen momento por el que está transcurriendo actualmente la orquesta, que hizo buenas las palabras de Alicia Morote al describir la íntima intención que ha pretendido con esta preciosa obra: “Sirva esta música como espejo, así como una plegaria para alcanzar el equilibrio que, en el fondo, la humanidad implora”.
La presencia de Joaquín Riquelme, sólido violista titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín, interpretando el concierto de Bartók suponía un acicate para el director y la ÖSRM dada la excelencia de este instrumentista que, con la viola construida por el lutier Domenico Busan en 1780, que perteneció a Bruno Giuranna, uno de los más destacados violistas del siglo XX, entró con singular determinación en el testamento musical de Bartók que significa esta obra, ejemplo de equilibrio formal y sentido estético que el compositor dedicó al mítico violista escocés, William Primrose. Así, fue descubriendo la sucesiva temática que contiene el Allegro moderato, contrastada por la voz de esa especie de cadencia que le sucede en la que Riquelme dejó patente su excelencia de articulación y canto. Si solución de continuidad, como transcurre toda la obra, acentuó en el Adagio religioso un alto grado de lirismo generando, seguidamente, un impresionante momento de agitación en el que volvía a demostrar su virtuosismo, para terminar con el Allegro vivace que cierra esta magistral obra concertante, llevando su capacidad técnica al máximo grado de limpieza y expresividad de articulación, reflejada en los aires folclóricos tan propios de este enorme compositor magiar. Ante el cerrado aplauso de su público paisano, Joaquín Riquelme correspondió con una sublime versión de la zarabanda que ocupa el cuarto lugar de la Quinta suite para violonchelo en Do menor, BWV 1011 de Juan Sebastián Bach que significó una muestra de su capacidad para armonizar sensibilidad de canto con sobriedad expresiva de un modo que sólo es patrimonio de músicos elegidos.
La segunda parte de la velada estuvo dedicada a la Primera Sinfonía en do menor, op. 68 de Johannes Brahms. Con la intensa serenidad que irradia el maestro Hernández-Silva, desentrañó la complejidad de su primer movimiento, dado el mantenido contraste de su denso tejido de motivos y concretas melodías cantables, realidad que supo compensar con la emocionante y apasionada energía que imprimió a su clímax, apuntada con absoluta contundencia por el solista de timbal al principio del primer movimiento. Su lectura general de la sinfonía fue irreprochable siguiendo los derroteros de esa gran escuela vienesa que supo asumir con una lógica natural en su época de formación, quedando en todo momento marcada en los detalles y en el conjunto de la obra, que llevó a dejar en su acordes finales esa sensación de plenitud en el oyente de haber sido testigo de la culminación de un concierto cargado de brillantez y emocionalidad.
Foto: OSRM
Compartir
