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Crítica:  La Orchestre de la Suisse Romande con Jonathan Nott y Emmanuel Pahud en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de febrero de 2022

La Orchestre de la Suisse Romande vuelve al ciclo de Ibermúsica bajo la dirección de Jonathan Nott y con Emmanuel Pahud como solista

Jonathan Nott y Emmanuel Pahud

Vuelve Mahler

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-II-2022, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para flauta y orquesta (Jacques Ibert). Emmanuel Pahud, flauta. Sinfonía nº 5 (Gustav Mahler). Orchestre de la Suisse Romande. Dirección: Jonathan Nott.

   Después de dos años de pandemia en los que, dado el amplio orgánico orquestal requerido, no se han interpretado las sinfonías de Mahler o bien, se han ofrecido versiones sucedáneas o «afeitadas» ha resultado todo un placer escuchar la emblemática Quinta sinfonía del músico bohemio con la plantilla orquestal completa y en una muy apreciable interpretación por parte de la Orquesta de la Suisse Romande bajo la dirección de su titular Jonathan Nott.

   De ello se hablará después, ya que la primera parte del concierto estuvo protagonizada por ese virtuoso de la flauta, primer solista de dicho instrumento en la Filarmónica de Berlín desde hace casi treinta años, que es Emmanuel Pahud. Perfecto vehículo para su gran talento fue el concierto para flauta y orquesta de Jacques Ibert estrenado por Marcel Moyse en 1934. Una obra plena de encanto, ligereza y gracia con un andante distinguido y pleno de lirismo y un tercer movimiento de gran exigencia virtuosística. Ya en el elegante y chispeante primer movimiento el sonido pleno, aquilatado y penetrante de la flauta de un Pahud desenvuelto, seguro y dominador, se colocó en el centro de la sala, dialogó con primor con las maderas y revoloteó ágil, flexible, gentil y refinado. Asimismo, el flautista franco-suizo transmitió todo el tono ensoñador y elegíaco del segundo movimiento, cantó con alto vuelo lírico y amplia gama dinámica la bella melodía, de manera que afloró genuino el carácter «vespertino» de la flauta para culminar con un exquisito diálogo a media voz con el violín concertino y lanzarse, a continuación, a una deslumbrante exhibición de virtuosismo en el tercero, allegro scherzando, en el que los más endiablados arabescos y el vértigo rítmico con aroma jazzístico surgieron de la flauta de Pahud con extrema vivacidad  y precisión. Todo ello con esa sensación de facilidad propia de una fascinante técnica. Como propina anunciada por él mismo, Pahud ofreció Jade de «Tres piezas para flauta sola» de Octave Ferroud (Chasselay 1900- Debrecen 1936), compositor francés prematuramente fallecido en un accidente de automóvil. No pareció Nott especialmente afín al estilo ligero y elegante de la pieza de Ibert, pues ofreció una dirección solvente, pero un tanto anodina. 

Jonathan Nott

   Los acusados contrastes mahlerianos se encuentran presentes en toda su magnitud en su quinta sinfonía, una de las más representativas no sólo de su producción, también de todo el género. Después de esos fatídicos acordes de trompeta que inician la composición, los dos primeros movimientos, primera parte de la sinfonía según el autor, oscuros y trágicos, dominados por una incesante marcha fúnebre que aparece y desaparece inexorable. En el tercer movimiento, un larguísimo scherzo, vivaz y danzable, en forma de Ländler, en el que el júbilo intenta aflorar, pero no se consolida. Por su parte, el archifamoso adagietto, inmortalizado por Luchino Visconti en su película Muerte en Venecia, es toda una declaración de amor con apasionados clímax para terminar como último movimiento con un rutilante Rondò Finale en el que emerge la luz y la alegría de vivir.

   La orquesta de la Suisse Romande formada con los contrabajos a la izquierda, arpa y trompas a la derecha demostró tener bien trabajada la obra con su titular Jonathan Nott al frente, músico de especial afinidad mahleriana, y desgranó una interpretación equilibrada y brillante con una orquesta a notable nivel, compacta, bien empastada y con suficiente colorido y apreciables tímbricas y gama dinámica. Pudo faltarle algo de fantasía a la batuta, pero no vigor y tensión narrativa, logrando los adecuados contrastes entre movimientos. De tal modo, el tono lúgubre de los dos primeros, el ímpetu rítmico y ambigüedad expresiva del scherzo y un adagietto, en el que batuta y orquesta crearon adecuados y ardorosos clímax, aunque faltó un punto de sentido trascendente. La Sinfonía terminó con un último movimiento desgranado con brillantez, vibrantes acentos y apropiada grandiosidad. El público ovacionó generosamente este retorno de al Auditorio Nacional madrileño de una sinfonía de Mahler como Dios manda. 

Fotos: Rafa Martín / IBERMÚSICA

Jonathan Nott
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