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Crítica: Jonathan Webb debuta como principal director invitado de la Real Filharmonía de Galicia

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Autor: Aurelio M. Seco
28 de noviembre de 2016

VIAJE A LA SEMPITERNA BOHEMIA

   Por Beatriz Cancela
Santiago de Compostela. 24-XI-16. Auditorio de Galicia. Concierto de temporada de la Real Filharmonía de Galicia. Director: Jonathan Webb. Obras de Smetana, Janácek y Dvorák.

   A tres días de cumplirse un mes desde que König dirigía la Real Filharmonía de Galicia ya despojado del apelativo de principal director invitado, este jueves llegaba el momento de Jonathan Webb, su reemplazo, y que además reservaría un recital para el viernes destinado al público joven con el subtítulo "Descubre a túa orquestra", en la que repondría la Quinta de Dvorák de un modo ameno y didáctico. La prensa, por su parte, era la encargada de anunciar la declaración de intenciones del inglés, entre elogios por haber sido escogido por los músicos de la orquesta de entre todos los directores que por ella pasaron, reafirmando que seguiría manteniendo la personalidad sonora que caracteriza a la agrupación.

    A Webb lo acompaña una profusa experiencia de un corpus lírico de lo más versátil, que lo dota de un sólido conocimiento del mundo orquestal y del tratamiento específico de cada repertorio. No hay fronteras para este director que se encaró ante las más destacadas orquestas, inclusive las gallegas, que no le son ajenas y con las que ha colaborado en relevantes ocasiones. Con la Orquesta Sinfónica de Galicia, sin ir más lejos, eran dos ballets de Tchaikovsky, El cascanueces y La bella durmiente, en 2013 y 2014 respectivamente, sobre los que se articularon sendos proyectos de gran interés para la ciudad herculina y su comunidad, implicando y movilizando a distintas instituciones y escuelas en su producción. Por lo pronto, volverá a Santiago en abril con Britten y Shostakovich.

    Para una ocasión tan especial como fue este estreno, Webb escogió un repertorio de la Bohemia del tercer cuarto del siglo XIX con sus tres compositores más representativos y unas obras que se entretejieron de forma apabullante, ofreciendo un abanico variado e interesante. A la algarabía de una desenfadada obertura de la más reconocida ópera cómica del gran Smetana seguiría la introspección inmersa en una suite para cuerda de un joven Janácek y, como colofón, la magnitud de la Quinta de un Dvorák que traspasa la barrera de la madurez compositiva. Once son los años que circunscriben estas tres obras desde aquel 1866 tan significativo para este prolífico territorio; año de infortunios tras la derrota prusiana y que conducirá al Compromiso que originaría el posterior Imperio Austrohúngaro. Como vemos, tres insignes compositores bohemios y tres obras dispares bajo un mismo objetivo: constatar el conocimiento de la capacidad expresiva y sonora de la orquesta.

   No es de extrañar que a la hora de hablar de nacionalismo musical bohemio emerja, como punto de arranque, Smetana y la célebre obertura de la ópera La novia vendida (1866), que precisamente este año conmemora su 150 aniversario. Obra exigente en cuanto al nivel de intensidad en la ejecución que requiere de principio a fin a través de unas melodías raudas y sincopadas por momentos que se van incorporando al discurso, captando la atención del auditorio desde su inicio. Un desenfreno continuo, al igual que la ópera, llena de traiciones, algarabías y jocosidades, y con una sección contrastante, un estadio bucólico y sosegado, de un amor verdadero que lucha por no sucumbir a las imposiciones familiares. Todo ello sobre una sencillez sin gran artificio aparente. El director optó por un ritmo no excesivamente frenético que ensalzó la nitidez de ejecución de los pasajes y la armonía general del conjunto orquestal, ejemplificando de un modo más que evidente su intención en este compromiso que asumía para con la orquesta y su público.

   Cambiando de registro, era la ocasión de disfrutar de la Suite para cuerdas de Janácek (1877), en seis movimientos. Webb enfatizó el inicio; una llamada de atención con carácter en los instrumentos graves, antes de la presentación de un primer tema elegante y fluido en los violines. Antagónico al carácter del Moderato en lo que respecta a esta intensa presencia de violonchelos y contrabajos siguió un segundo movimiento (Adagio). La cuerda aguda, despojada, indefensa y vulnerable, se alza en un gemido que reclama la mayor de las expresividades del intérprete sin perder de vista el conjunto. Y así, como si fueran uno, con íntima delicadeza, nos brindaron uno de los momentos más bellos de la velada. Tras el breve y amable Andante con moto, de nuevo los graves se hacían notar en un cuarto movimiento con especial incidencia en las dinámicas, comedidas pero palpables, algo que también se trasladó al último movimiento (Andante). No queremos dejar de ensalzar la interpretación soberbia del violonchelo en el quinto movimiento, que con intensidad y sonoridad plena discurría afligido sobre la orquesta.

   Como colofón, la grandilocuencia de la Sinfonía núm. 5 en fa mayor, op. 76 (1875) de Dvorák con todo el trabajo textural y tímbrico que conlleva una escritura de vivaz transformación e intercambio melódico. La exhibición de las posibilidades de la orquesta como conjunto, en la primera parte, da paso a la demostración de habilidades de las distintas secciones a través de esta obra. Naturalidad y fluidez fueron una constante presente a través de la realización de un fraseo cuidado y afectivo, del énfasis sobrio de acentos y tensiones, y del tratamiento esmerado de matices, más progresivos o más agresivos, pero nunca discordantes. Funciones antagónicas desarrollaron, por una parte, las maderas que aportaron quietud a través de sus melodías amables, entre las que destacamos el papel de las flautas y del oboe, con un legato especialmente presente y cuidado; mientras, los metales nos conducían hacia la tensión y el dramatismo por medio de sus penetrantes llamadas y contracantos o acentuaciones de los acordes más ásperos, destacando a las trompas, especialmente en el Finale. Allegro molto.

   Durante todo este entramado, Webb, resuelto y comunicativo, estuvo en todo momento en conexión con la orquesta. Sus ademanes enérgicos y ágiles nunca abandonaron la compostura y la gracia, recorriendo la tarima de un extremo a otro y obteniendo el reconocimiento de público y músicos, que lo aclamaron con determinación.

   El concierto fue, al igual que el imperturbable territorio centroeuropeo, una miscelánea de historia, leyenda y mito; juventud y tradición, romántica ternura y realista inclemencia, pero siempre con los pies puestos en el presente y las miras hacia el futuro. Webb parte de una orquesta estable que engrandece ensalzando los elementos propios y característicos, a los que aplica un tratamiento personal y de gran expresividad: calidad, brillo, encanto, elegancia, belleza y pureza, como un buen cristal de Bohemia.

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