Crítica de José Antonio Cantón del concierto ofrecido por la Orquesta Nacional de España en Murcia, bajo la dirección musical de Josep Pons
Virtuosístico repertorio orquestal
Por José Antonio Cantón
Murcia. 24-V-2025. Auditorio y Centro de Congresos ‘Víctor Villegas’. Orquesta Nacional de España (ONE). Solista: Juan Floristán (piano). Director: Josep Pons. Obras de Maurice Ravel y Manuel de Falla.
La presencia de la Orquesta Nacional de España [ONE] en el escenario del Auditorio de Murcia ha servido de cierre a su ciclo de grandes conciertos de la presente temporada con una cita dedicada en casi su totalidad a obras de Maurice Ravel, del que este año se cumple el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento en la localidad vasco-francesa de Ciboure, repertorio que fue implementado con las famosas impresiones Noches en los jardines de España de Manuel de Falla que encajaban plenamente en el carácter estilístico del programa, cuya interpretación protagonizaron dos músicos españoles de reconocido prestigio como son el maestro catalán Josep Pons y el galardonado pianista hispalense Juan Floristán, sobradamente conocedores de los secretos de las composiciones escogidas.
El concierto se inició con la Alborada del gracioso del músico francés con un acentuado planteamiento evocativo de sones hispanos por parte de Josep Pons, que acertaba acentuando ese aire rapsódico que destila la versión para piano. Sólo una dinámica no suficientemente modulada en intensidad impedía plenamente lograr el sentido regulador que requiere esta pieza de hondo sabor español, como el que exigen los pasajes imitativos iniciales con el tañer del arpa y los pizzicati de la cuerda que recordaban al sonido de la guitarra. Los enérgicos ritmos de compás compuesto y los vibrantes glissandi de los instrumentos de viento-madera significaron un contraste en la sección central, más serena en su tratamiento, con esa especie de recitativo de fagot que contiene. La interpretación fue creciendo hasta alcanzar un clímax estimulante que cabe ser descrito como un verdadero estampido de cromatismo sonoro.
Siguiendo tal línea de discurso, el director no terminaba de transmitir ese difícil equilibrio de clarificación dinámica que requieren los reguladores del diálogo entre el solista y el cuerpo orquestal en la obra de Falla. La consideración de que no es un concierto al uso, sino que el piano debe integrarse en la orquesta como un instrumento más, no es óbice para que se hubiera resaltado esa interacción coloquial que singulariza estéticamente a esta composición. El solista quedaba absorbido por el sonido de la orquesta, perdiéndose su función de contrastar en la atmósfera serena, casi misteriosa de suave pasión, que indica la partitura de En el Generalife. La situación se recompuso en Danza lejana, quedando mejor balanceada la intervención de ambos elementos, favorecida por una sensación de distancia entre ellos para lograr ese clima de añoranza que pretende el autor. En el último episodio, En los jardines de la sierra de Córdoba, se mantuvo una energía rítmica que llevaba a destacar el cromatismo surgido de la formación instrumental antes de llegar a su final sereno y apagado, logrando Pons una adecuada matización de interacción a la sutilidad del piano de Floristán. Éste asumió su inevitable protagonismo concertante de cara al auditorio respondiendo a sus aplausos con dos bises de irreprochable factura, por este orden; la prodigiosa, energizante y cautivadora Danza del gaucho matrero, Op.2/3 del compositor bonaerense Alberto Ginastera y el calmado y dulcemente expresivo Octavo Preludio del Primer Libro de Claude Debussy que lleva por subtítulo La fille aux cheveux de lin que le permitieron ofrecer su más genuina y expresiva musicalidad.
El concierto discurrió en su segunda parte con el mejor Ravel de la velada: La Rapsodia española, con la que Josep Pons se aproximó con mayor fidelidad a la atmósfera, el color y la sugestión que contienen sus compases, creando una panorámica musical que demostraba esa espontánea capacidad de lectura de la ONE ante las exuberantes armonías y ritmos intrincados desarrollados en su pentagramas. Así marcó con delicadeza el Preludio a la Noche, contrastó las esencias rítmicas de la Malagueña y la Habanera, resaltando el aspecto folclórico de la primera y la seductiva languidez de la segunda, para terminar reflejando en la orquesta toda la exuberancia que comporta el carácter animado de la música del último episodio, Feria, respetando en todo momento ese particular sentido nostálgico que encierra pese a su irrefrenable aire bullicioso, con el que anticiparía el alto grado de expresividad que habría de alcanzar en el Bolero que cerraba la actuación.
El público, cautivado por el largo y sostenido crescendo de esta universal pieza raveliana que Josep Pons fue graduando con manifiesta eficacia cinética y sentido artístico, irrumpió en una densa ovación que llevó a que el maestro correspondiera con dos bises, el Interludio del segundo acto de la ópera Carmen de George Bizet y un pasaje orquestal de Enrique Granados correspondiente a su admirada creación lírico-dramática Goyescas que culminaba el carácter hispano dado al contenido de este concierto.
Foto: Juanchi López
Compartir