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Crítica: Josep Pons y Pablo Mainetti con la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
24 de enero de 2017

UN CONCIERTO PARA RECORDAR

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 20-I-2017. Sala Sinfónica del Auditorio de Valladolid. Temporada de la OSCyL. Obras de Stravinski, Piazzolla y Bartók. Pablo Mainetti, bandoneón. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Josep Pons.

   Conciertos como éste de la Sinfónica de Castilla y León con Josep Pons al frente son de los que ponen en valor la personalidad de una orquesta y del director. No se trata tanto de entrar a considerar los valores de esta actuación en relación a lo que puedan hacer otras orquestas, como el valorar lo conseguido desde la realidad concreta de la OSCyL.  

   El director y la Sinfónica llevaron Petruskha, -en la versión de 1947-, de Stravinski al máximo. Enlazaron soberbiamente los recursos de la partitura entre los tutti orquestales y las intervenciones solistas o camerísticas. Impresionante la magnitud sinfónica, los precisos detalles con la intervención de la flauta secundada por fagot y trompeta, los gritos grotescos, que volverán a aparecer de manera diferente, más acentuados, la decisiva labor de la pianista, el magnífico solo de trompeta, tan bien servido, las sonoridades ásperas, el ritmo cambiante o estático. Porque la grandeza de lo que se pudo escuchar estuvo en cómo se emplearon todos los recursos orquestales, de tal forma que lo contrapuesto sonaba tan bien encajado como lo que no lo era. La obra se desarrolló en un clima en el que todo cuadraba, lo que conllevó a que tanta clarividencia provocara un efecto profundamente sugestivo.  

   Después se produjo un giro considerable con el Concierto para bandoneón de Astor Piazzolla. Ya había anunciado el solista Pablo Mainetti, en la previa concedida a Codalario, que esta obra tiene su base en el tango, pero que detrás está su capacidad de trascender. Y esto fue lo que se evidenció en una interpretación flexible, bien articulada, con momentos muy íntimos, particularmente en el tiempo lento, en los que el bandoneonista llevó al instrumento al límite de su  carácter poético y melancólico, con un toque agridulce, sin que por eso faltara la parte afirmativa. Pablo Mainetti logró con el bandoneón una enorme versatilidad expresiva y recorrió el amplio abanico que va de lo introspectivo a lo extrovertido; porque el bandoneonista hizo hablar al bandoneón, que acabó declamando los pasos del tango.

   Concluyó el concierto con El mandarín maravilloso, de indudable brillantez, con sus “ostinatos” persistentes, que hablan de un personaje perverso, pero quizá resultó una versión con menos despliegue de medios en relación a lo anteriormente escuchado. Aunque esta afirmación bien pudiera ser un espejismo en el planteamiento del que suscribe por no conseguir liberarse del listón marcado por lo escuchado anteriormente.

   Espléndidas las intervenciones de todos los solistas en cada una de las obras.

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