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Crítica: Josep Pons y la Orquesta de Valencia interpretan «El anillo sin palabras»

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Autor: Alba María Yago Mora
7 de diciembre de 2025

Crítica de Alba María Yago Mora de El anillo sin palabras de Wagner-Maazel, con la Orquesta de Valencia bajo la dirección de Josep Pons

Josep Pons y la Orquesta de Valencia interpretando «El anillo sin palabras»

La chispa que lleva el drama a destino

Por Alba María Yago Mora
Valencia, 4-XII-2025. Palau de la Música.  Orquesta de Valencia. Josep Pons, director. Richard Wagner-Lorin Maazel: Der Ring ohne Worte (El anillo sin palabras).

   La versión sinfónica del Anillo de Wagner-Maazel exige algo más que solvencia técnica: reclama una conciencia narrativa capaz de sostener, sin voces y sin escena, el pulso dramático de un ciclo que nació para ser teatro. No basta con tocar bien; hay que contar una historia. Y no es una historia menor. En el Palau de la Música, Josep Pons afrontó este desafío con una lectura clara, muy controlada desde el podio, que iluminó numerosos detalles del entramado wagneriano, aunque no siempre logró activar la electricidad emocional que esta música lleva inscrita en su ADN.

   El inicio reveló con franqueza que la orquesta tardaría un tiempo en encontrar su centro. La introducción, aún tímida, se desplegó con una linealidad que no terminaba de dejar aflorar el movimiento interno: el tejido sonoro avanzaba sin relieve, como si la corriente subterránea del Rin aún no hubiese despertado del todo. En los primeros compases, los fagots mostraron cierta irregularidad —cambios de color demasiado expuestos— y la fragilidad del empaste quedó momentáneamente al descubierto. No fue mucho más afortunada la primera aparición de las trompas, cuya entrada —apenas dos instrumentos en un pasaje de peso simbólico— sonó desajustada y sin la firmeza necesaria. Todo ello se reequilibró con rapidez, pero la impresión inicial ya había dejado constancia de una inercia sonora algo indecisa.

el anillo sin palabras en el Palau de les Arts de Valencia

   A medida que la obra avanzaba, la paleta orquestal comenzó a respirar con mayor naturalidad. Pons, siempre meticuloso en la arquitectura y en la gestión de planos, supo dar forma a los momentos de tránsito, permitiendo que los leitmotivs emergieran con claridad. Aquí conviene recordar que hace tan solo un año el mismo director afrontaba esta misma obra en el Auditorio Nacional al frente de la Orquesta Nacional de España, en una lectura con un trazo narrativo quizá más expansivo. La comparación no resta valor al gran trabajo realizado en Valencia, pero subraya cómo Pons posee una visión muy definida del Ring, capaz de adaptarse al instrumento que tiene delante sin renunciar a su concepción global.

   Fue en los episodios centrales donde empezaron a asomarse algunos de los mejores instantes de la velada. El solista de violonchelos, Iván Balaguer, ofreció un fraseo de enorme sensibilidad, sostenido, cálido, perfectamente integrado en el relato. Su intervención aportó esa humanidad que el Anillo necesita incluso cuando se despoja de la voz. Magnífico también el trombón solista, dueño de un sonido firme y noble, capaz de proyectar sin dureza incluso en los pasajes más expuestos. Rubén Toribio volvió a demostrar por qué es uno de los músicos más fiables de la plantilla, con un ataque seguro y una musicalidad que se agradece en cada intervención. María Rubio, trompa solista, firmó algunos de los momentos más bellos de la noche, con una emisión limpia y una elegancia natural que equilibró, con creces, la inseguridad de la entrada inicial de la sección.

   La cuerda, por su parte, sostuvo el discurso con solidez, y algunos de sus momentos fueron de lo más logrado de la velada. En el pasaje asociado al despertar de Brünnhilde, encontraron un fraseo amplio y cálido, sostenido con una naturalidad que dio verdadero sentido al ascenso armónico. Incluso en los tramos más sombríos —especialmente en el motivo que anticipa la inmolación final— supieron mantener un sonido compacto y sereno, sin exageraciones. Fue una cuerda concentrada, madura y capaz de aportar un peso expresivo fundamental a la lectura de Pons.

   Con todo, la interpretación no terminó de conmover del modo en que esta música sabe —y puede— hacerlo. Hubo belleza, sí, y un puñado de momentos de verdadero magnetismo, pero faltó esa vibración emocional que convierte la épica wagneriana en un asunto de respiración compartida. El relato fluía, las transiciones estaban cuidadas, la orquesta respondía con profesionalidad; pero la chispa que eleva el drama a destino no siempre llegó a encenderse.

   La dirección de Pons fue, no obstante, impecable en la construcción global: un Wagner transparente, pensado en planos, con atención al detalle y una nobleza interpretativa que nunca cayó en el efectismo. Su lectura confirma una visión coherente que apuesta por la claridad antes que por la gravedad saturada.

   El anillo sin palabras es una obra condicionada por la memoria de aquello que no suena: el texto, la escena, el peso mítico... Traducirlo a un solo gesto orquestal es complejo. Esta vez, la Orquesta de Valencia ofreció un recorrido irregular pero sincero, con sombras iniciales, destellos espléndidos en numerosas intervenciones y un director que supo mantener la narración unida. Una lectura de claroscuros, sí, pero también un recordatorio de que Wagner, incluso sin palabras, sigue exigiendo una entrega total.

Fotos: Foto Live Music Valencia

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