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Crítica: Josu De Solaun y Gloria Isabel Ramos con la Sinfónica de RTVE

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de mayo de 2021

Autoridad musical frente a bizarría

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 14-5-2021. Teatro Monumental Cinema. Concierto extraordinario homenaje a Manuel de Falla. Noches en los jardines de España. Josu De Solaun, piano. El sombrero de tres picos, Suites I y II. Antonio Serrano, armónica. Orquesta Sinfónica de RTVE. Directora: Gloria Isabel Ramos.  

   Esta víspera de San Isidro de 2021, cuando parece que vemos algo de luz al final del túnel de esta pandemia de nunca acabar, resulta tan adecuada como cualquier otro día, para que se ofrezca un homenaje al gran Manuel de Falla, genial músico que debería tener un monumento, calle o plaza en todas las ciudades de España, además de resultar obligada, al menos una vez en la vida, la peregrinación a la Catedral de Cádiz para rendir respetos a su tumba localizada en la cripta de la misma.

   Dos obras maestras del catálogo del gaditano formaban el programa de este concierto, aunque no se informaba de forma clara e inequívoca que El sombrero de tres picos se ofrecería en un arreglo para armónica solista. Sólo constaba el nombre de Antonio Serrano como armonicista, sin más datos sobre el arreglo o versión a interpretar, ni su autor, a lo que se añadía la falta de programa de mano en formato alguno, en el que pudiera recabarse más información.


   Aunque Noches en los jardines de España fue estrenada en 1916 por un pianista de la talla de José Cubiles, se trata de una obra que difícilmente ha atraído a los grandes virtuosos del piano, toda vez que no puede considerarse una genuina obra concertante para dicho instrumento. Más bien, el piano es un instrumento más, diferenciado, claro está, que lucha por emerger ante una orquestación suntuosa de profundo sustrato impresionista, en la que se imbrican y entretejen los temas y ritmos propios del folklore andaluz. La pasión, el intenso lirismo, el embrujo y misterio nocturno, los pasajes en que el piano se trata como una guitarra flamenca…

   Josu De Solaun demostró que no sólo es un magnífico pianista, estamos, sobre todo, ante un gran músico. Formado en los EEUU y casi desconocido en España, la pandemia frenó una serie de actuaciones con las que se hubiera consolidado en su país. Después de pasar el Covid con gravedad, a lo que se han sumado importantes pérdidas familiares, su devoción por la música le han llevado a mantener este compromiso. Concentrado, musicalísimo con un sonido bello, aquilatado, bien calibrado, puesto al servicio de la obra, con la naturalidad y humildad con la que los grandes se enfrentan a la gran música. Todo ello, sin la búsqueda de otros protagonismos, que superen o perviertan la escritura de la composición, al poner su sonido, fraseo y magisterio musical, así como sólida técnica, en beneficio de obra y compositor, asumiendo que vas a ser menos aplaudido que el solista de armónica que, además, interpretaba la obra más popular del programa. Podría echarse en falta en el Falla de De Solaun, algo de racialidad, de pasión, pero antes que un temperamento lanzado o extrovertido, se impuso su hondísima musicalidad, la profundidad del fraseo, su plena colaboración con la batuta y la autoridad tanto musical como humana, tan importante también cuando se trata de Manuel de Falla que, no olvidemos, quiso poner punto final a su trayectoria como compositor con una obra del calado filosófico y humanista de La Atlántida. En definitiva, estamos ante un gran artista español, al que espero podamos seguir disfrutando con asiduidad en nuestro país. Como propina el pianista valenciano interpretó espléndidamente, con variedad de colores y depurado refinamiento tímbrico, el preludio número 8 del Libro II Ondine de Claude Debussy.


   Notable dirección de Gloria Isabel Ramos, muy bien organizada, precisa, demostrando tener muy estudiada la obra. Las huellas de Ravel y Debussy fueron bien expuestas como corresponde a un músico afín a la música del siglo XX y contemporánea, pero también el misterio, las atmósferas y el hechizo de la noche andaluza, los ritmos derivados de la copla y el flamenco. Eso sí, el sonido de la orquesta resultó un tanto extraño y avaro en dinámicas, sin poder superar las limitaciones de las distancias entre músicos, las abundantes pantallas de metacrilato en las que rebota el sonido o el hecho de afrontar dos obras con tan exuberante orquestación con sólo 4 violonchelos y 2 contrabajos.

   Manifiesto con rotundidad, que cuando estamos ante una obra maestra, no asumo bien los añadidos y esa frase que se escucha actualmente en determinados ámbitos «A esto hay que darle una vuelta». No oigan, no, las obras maestras no necesitan ni vueltas, ni reveses, ni añadidos. Otra cosa es una versión o transcripción realizada por el propio autor o bien otro músico con talento, cuidado y autoridad musical. En este caso, imagino que esta versión del inmortal ballet El sombrero de tres picos para armónica solista procederá del propio Antonio Serrano que, ojo, toca muy bien el instrumento, sin que dude el que suscribe de su talento, pues quedó demostrado. Eso sí, también he de decir que una interpretación para armónica con la correspondiente amplificación, frente a una partitura que carece de escritura concertante, no resultó la más adecuada, además de perderse algunas tímbricas y pasajes completos de la partitura orquestal y la consiguiente merma de protagonismo de la dirección musical con perjuicio de su concepto y versión de la obra. Ante todo, dio la sensación de estar ante una especie de poco meditada, más bien bizarra, mezcla de música ligera o popular con la llamada «clásica» que no funcionó. Hubiera sido más adecuado que Antonio Romero demostrara su talento en alguna obra concertante para armónica y orquesta como por ejemplo la de Heitor Villalobos o la del Malcolm Arnold. Ovaciones para Serrano que ofreció como propina, un muy bien tocado arreglo de la Nana de las Siete canciones populares españolas y la Danza del fuego de El amor brujo, ambas obras -también maestras- de Don Manuel de Falla.  


   A pesar de todo, Ramos completó una estupenda versión de El sombrero de tres picos, Suite I y II, de clarividente construcción, díafanas texturas, claridad en la exposición, capacidad para la creación de clímax, sin dejar de lado el innegociable ímpetu rítmico de las danzas y que culminó con una jota final vibrante, intensa, brillantísima.

   No quiero finalizar esta crítica sin resaltar que, efectivamente, esta pandemia del coronavirus está cambiando tantas cosas, incluido el público de teatros y auditorios. En lo positivo han desaparecido, de momento, las toses desaforadas, en lo negativo parece que hay una dispersión o pérdida del público habitual, pues no se entiende muy bien que durante la interpretación de una obra tan conocida y popular como El sombrero de tres picos se aplauda casi cada fragmento, cada danza parecía el final y que incluso el regidor de sala encienda las luces antes de terminar.

Foto: OCRTVE

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