Crítica de Óscar del Saz del Concierto de Navidad del Teatro de la Zarzuela de Madrid bajo la dirección de Guillermo García Calvo
Un Concierto de Navidad sin el Coro de la Zarzuela
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 30-XII-2022. Teatro de la Zarzuela. Concierto de Navidad. Obras de Federico Chueca (1846-1908), Pablo Sorozábal (1897-1988), Federico Moreno Torroba (1891-1982), Ernesto Lecuona (1895-1963), Manuel Fernández Caballero (1835-1906), Gerónimo Giménez (1854-1923), Manuel Penella (1880-1939), Reveriano Soutullo (1880-1932), Juan Vert (1890-1931), Amadeo Vives (1871-1831), Ruperto Chapí (1851-1909). Rocío Ignacio (soprano), Lucero Tena (castañuelas), Juan Jesús Rodríguez (barítono). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Guillermo García Calvo (director).
El Concierto de Navidad quizá sea la gala más importante del año para el Teatro de la Zarzuela, la que cede paso al descanso de representaciones durante la Navidad -recuerden, nos espera después La Dolores, de Bretón-, siendo ésta la última temporada de la era Daniel Bianco, que se encargará de programar la temporada 23-24 y abandonará definitivamente su cargo en noviembre de 2023 con esos deberes hechos. En esta ocasión, y por indisposición ya hace semanas anunciada por el primeramente convocado, Carlos Álvarez, contó con el concurso de tres figuras con carreras más que asentadas y calidad contrastada: El barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, uno de los más afamadas voces en ese registro, y especializado en repertorio verdiano, aunque también muy activo en el repertorio de zarzuela, incluso en recuperaciones (recordemos su Tabaré, de Bretón); la sempiterna, entrañable y virtuosista intérprete de castañuelas, Lucero Tena, prodigio de longevidad (84 años) sobre los escenarios, también muy unida últimamente al Teatro de la Zarzuela -recordemos su participación en 2019 con la nueva producción de Doña Francisquita, dirigida por Óliver Díaz y Lluis Pasqual-, y la soprano sevillana Rocío Ignacio, que canta más a menudo fuera de nuestras fronteras, sobre todo en Italia, aunque es requerida repetidamente en los repartos de las producciones de zarzuela del coso de la Calle de Jovellanos (La Marchenera, Katiuska, Luisa Fernanda (Carolina), El rey que rabió, etc.).
Como ya hemos comentado en alguna ocasión, nos alegra que el concierto estuviera nutrido exclusivamente por piezas de zarzuela, sin interferencia de otros géneros -aunque sean próximos en estilismo, como la opereta-, porque entendemos que nuestro género lírico dispone de suficiente repertorio, temáticas, ambientaciones, colores, sabores (incluso existen zarzuelas no españolas)…, para poder redondear -con las debidas dosis de creatividad- una velada basada sólo en ella misma. Y así fue en esta ocasión, aunque echamos en falta la presencia del Coro de la Zarzuela, cuya ausencia merece una nota muy negativa para los programadores, ya que esta agrupación alberga la fama, como nos gusta comentar, de que es el mejor coro en escena del mundo. Y aun cuando actúa como coro estático, se refuerzan todavía más sus virtudes, y por eso siempre son capaces de conseguir las mejores prestaciones. Una pena no haber podido disfrutar de ellos.
El concierto comenzó con el preludio de La alegría de la huerta (1900), en una versión que el maestro García Calvo dibujó muy contrastada, por saber mostrar tanto el elegante melodismo como el chispeante alborozo orquestal del genio de Chueca, aportando de forma muy efectiva las consabidas dinámicas. Magnífica intervención del solista de trompeta. Las otras dos piezas solo orquestales, trufadas a lo largo del discurrir del concierto, correspondieron al acompañamiento de Lucero Tena -el intermedio de La boda de Luis Alonso (1897) y el fandango de Doña Francisquita (1923)- que se volcó, como siempre hace, con maestría, en transmitir con sus castañuelas un acompañamiento que va más allá, logrando incluso que nos pareciera que la artista «ejecuta notas» cuando las hace sonar, con denuedo en las dinámicas, complementando y enriqueciendo admirablemente -con esos dos pequeños instrumentos- piezas de tan rica orquestación. Fueron las intervenciones más emotivas y las más aplaudidas por el público, incluso antes de que la artista procediera a interpretarlas.
El maestro García Calvo dirigió en todo momento con gesto muy efectivo, mayestático, y supo sacar del conjunto orquestal renovadas sonoridades y matices, empastes incluidos, pareciéndonos que en esta ocasión hubo mayor profundidad y alborozo en las ejecuciones debido quizá a la mayor química que se intercambió con los ejecutantes -en ello es imprescindible la empática bilateralidad-, y siempre muy pendiente de los cantantes.
Los solos fueron, a nuestro entender, los platos fuertes de este concierto. Juan Jesús Rodríguez puso de manifiesto su maestría -tanto técnica como de intención dramática- en sus dos difíciles romanzas en solitario, metiéndose y comunicando los sentimientos de los respectivos personajes en «Luche la fe por el triunfo», de Luisa Fernanda (1932) y «Ya mis horas felices», de La del Soto del Parral (1927). Ambas versiones las podemos considerar de referencia, voz totalmente apoyada, impostada y articulada, homogénea en toda la extensión, con un canto tan aguerrido como técnico, bien fraseado y modulado en dinámicas, dicción escolástica y con unos giros de la voz impecables; agudos emitidos de forma impactante, además de bien proyectados y muy largos, sin reservas, en algunos casos más allá del último acorde de orquesta. Desde luego, Juan Jesús Rodríguez atraviesa actualmente por una época muy dulce, plagada de merecidos éxitos.
La soprano Rocío Ignacio acometió en primer lugar la difícil romanza «Mulata infeliz, tu vida acabó», de María la O (1930), con un enfoque muy apropiado para cada sección, de la desesperanza a la desesperación misma, en ese carrusel de subida que lleva a la plena voz y a la zona aguda, y donde hay un pequeño interludio orquestal antes de la segunda vuelta cantada, donde se lució el concertino, y donde la cantante aprovechó para sugerir -con eficaz lenguaje corporal y vuelta de espaldas al público- un elegante baile-vaivén cubano, acompasando los ritmos de la percusión. Nos gustaron especialmente sus dominios de las dinámicas, sobre todo en cómo diferenció el mezzo piano del mezzo forte.
En su segunda intervención en solitario, recreó la preciosísima romanza «Bendita cruz», de Don Gil de Alcalá (1932), que no desmerece a ninguna de las arias verdianas o puccinianas, en forma de plegaria, que nosotros pudiéramos tener ahora mismo en la cabeza. Quizá no lució como debiera por varios motivos. El primero de ellos, que la cantante no articula adecuadamente, olvidándose a menudo de las consonantes y por tanto la dicción queda muchas veces comprometida. Por otro lado, escuchamos una voz con limitaciones en la proyección -su voz no corría adecuadamente- y falta de esmalte en la zona medio-aguda, echando en falta en esta ocasión sus buenas dotes para el colorido, las sfumature y las notas colgadas que recordamos de otras veces, lo que la penalizó en sus mencionados solos y en los dúos, aspecto que a continuación comentaremos.
Por supuesto que ambas voces se compenetraron en los dúos perfectamente, tanto por temperamento como por concepción musical a la hora de abordarlos. Es por ello por lo que brillaron en el primero, de carácter dramático, «¡Qué dices, Katiuska! [...] Somos dos barcas», aunque no nos pareció adecuado el tempo en el que fue interpretado -demasiado rápido- y no realizando ningún rallentando expresivo, quedando por tanto penalizada aún más las mejorables dicción y proyección ya comentadas de la soprano, En cuanto al barítono, intachable durante toda la interpretación, culminó con excelentes prestaciones en el larguísimo agudo en la frase «¡No, es mi deber!».
Para rebajar el dramatismo, se interpretó el dúo «Que a mí me ahogan las penas», de Cháteau Margaux (1887), gracioso compendio entre la gracia gallega (la del personaje de él) y andaluza (la de ella), que también dio lugar a la parte de refresco de repertorio menos escuchado. También gustó mucho el amoroso dúo «Alza esa frente, Paloma», de La Marchenera (1928). Afortunadamente, en el último dúo programado, «Ten pena de mis amores», de La del Soto del Parral, ambos lo dieron todo para que saltaran los rescoldos del amor que se profesan los protagonistas (Germán y Aurora), así como las chispas de intensidad de la versión ofrecida por Rocío Ignacio y Juan Jesús Rodríguez.
El concierto creemos que fue muy del gusto del público, y contó además con la felicitación particularizada de todos los intérpretes a los presentes, micrófono en mano. Como propinas, se interpretaron dos dúos: los archiconocidos de La Revoltosa y el de La del Manojo de Rosas, «Hace tiempo que vengo al taller», que lograron redondear por su altísima calidad en la interpretación por parte de todos, una noche mágica de zarzuela con el lleno hasta la bandera del Teatro de la Zarzuela. Los que amamos el género, deseamos que el año próximo sea en el que se presente la candidatura oficial para la consecución del galardón de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO, ya que llevamos muchos años de retraso. Instamos al Ministerio de Cultura y a su ministro, Miquel Iceta, para que así se haga. Desde aquí, Codalario, deseamos a nuestros queridos lectores Feliz Salida y Entrada de Año Nuevo 2023, esperando poder seguir compartiendo análisis y comentarios críticos agradeciendo, como siempre, su atención.
Fotos: Facebook Teatro de la Zarzuela
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