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[C]rítica: Recital de Julia Lezhneva para la Universidad Politécnica de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de octubre de 2018

De bravura

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 17-XI-2018, Auditorio Nacional (Sala de cámara). Concierto extraordinario UPM. «Magical Journey. Barroco. Belcanto. Bravura».  Julia Lezhneva, soprano, Mikhail Antonenko, piano. Obras de Antonio Vivaldi, Georg Friedrich Händel, Nicola Porpora, Wolfgang Amadeus Mozart, Gioachino Rossini, Vincenzo Bellini, Robert Schumann, Franz Schubert y Sergey Rachmanninoff.

   El un tanto rimbombante título de este recital encerraba de partida el deseo de abarcar un repertorio amplio y un extenso abanico de compositores. Bien es verdad, que la protagonista del mismo, la soprano rusa Julia Lezhneva es una cantante que desde su aparición en la escena internacional está ligada al barroco -donde ha disfrutado del respaldo de figuras como Giovanni Antonini, Marc Minkowski y Fabio Biondi-, pero no es menos cierto, que su instrumento por proyección, apoyo y consistencia en el centro es superior al de la mayoría de intérpretes actuales de dicho período y la faculta, a priori, para enfrentarse a otros repertorios, teniendo en cuenta, además, la juventud de la cantante.

   Finalmente fueron nueve los autores y cuatro los idiomas representados en este recital ofrecido en la sala de cámara del Auditorio Nacional, un recinto mucho más íntimo, lógicamente, y que favorece la comunicación y la expansión sonora de las voces frente a la sala principal o sinfónica, menos propicia para las mismas.

   Como apertura del recital, un perfecto vehículo para una de las principales armas de esta soprano, la coloratura rápida. El aria «Agitata da due venti» de La Griselda de Antonio Vivaldi permitió a Lezhneva lucir su destreza en las vertiginosas volate y roulades de semicorcheas con un dominio de la agilidad de filiación «Bartoliana», pero sin llegar a ese elemento espasmódico que puede apreciarse en la cantante romana. A continuación, la soprano rusa demostró que también es capaz de canto recogido y buen legato en el motete de Händel «Saeviat tellus inter rigores», que supo contrastar con el canto más extrovertido del también motete de Nicola Porpora «In Caelo stelle clare fulgescant». La primera parte tuvo el adecuado broche con otro motete, el espléndido «Exultate, Jubilate» de Mozart, pieza de 1773 compuesta a los 17 años de edad para el castrato Venanzio Rauzzini y en la que ya brilla con luz propia el genio Mozartiano. Lexhneva tradujo con impecable línea la inspirada parte central y culminó con una brillante coloratura el allegro conclusivo.

   Efectivamente, Julia Lezhneva posee un material sopranil claro, con un timbre muy grato, aunque no especialmente bello ni personal. La colocación es adecuada, bien apoyada sobre el aire, con lo que el sonido se proyecta apropiadamente, si bien el registro agudo no termina de estar rematado técnicamente, por lo que en dicha franja pueden escucharse algunas notas abiertas, fijas y ácidas. El grave es débil, pero tanto la consistencia del centro como la expansión y presencia sonoras son superiores, es preciso insistir, a la mayoría de cantantes actuales que se dedican al repertorio barroco. Asimismo, estamos ante una cantante muy joven, con aún mucha carrera por delante y margen para profundizar técnicamente, así como en el fraseo y acentos.

   La segunda parte empezó con las tres canzonette que componen «La regata veneziana» de Giaochino Rossini, en las que Lezhneva volvió a destacar por el dominio de la agilidad y cierto garbo en el fraseo –que contrastó de alguna manera con esa pose modosa y recatada con la que se presenta en el escenario-, por encima de una articulación del idioma escasamente nítida. A continuación la soprano rusa, con un buen sentido del legato, fue capaz de exponer apropiadamente la inspiradísima melodía Belliniana en «Ma rendi pur contento» para entrar, acto seguido en un bloque dedicado a repertorio alemán.

   En primer término, el pianista Mikhail Antonenko, a la sazón esposo de la Lezhneva, encontró su momento solista con el Ensueño, nº 7 de la Escenas infantiles (Kinderscenen), Op. 15 de Robert Schumann, en el que mostró sonido más potente que refinado. Los tres lieder de Schubert demostraron la menor afinidad de Lezhneva con este repertorio, destacando por incisividad de acentos, el segundo, «Die junge Nonne» (La joven monja).

   El recital tuvo su apropiado broche espectacular con la gran escena final con rondò «Tanti affetti in tal momento» de La donna del lago (Teatro San Carlo, 1819) de Giaocchino Rossini, ópera del fructífero período napolitano del compositor y que tuvo como destinataria a su esposa, la primadonna madrileña Isabella Colbran. Lehzneva se sintió en su salsa, disparando con aparente facilidad todo tipo de agilidades, vertiginosas volate, espléndidas escalas.… toda una exhibición de coloratura, terreno en el que se desenvuelve como pez en el agua. El agudo final resultó un punto agrio, pero bien timbrado. Como única propina –la mayoría del público parecía tener prisa-  llegó la única pieza rusa del recital, pues Lezhneva interpretó -conforme anunció el pianista Antonenko- la última pieza compuesta por Sergey Rachmaninoff antes de marchar definitivamente de la entonces Unión Soviética.  

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