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Crítica: Julian Prégardien en el Ciclo de Lied del CNDM

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Autor: Óscar del Saz
29 de mayo de 2025

Crítica de Óscar del Saz del recital ofrecido por Julian Prégardien en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]

Julian Prégardien

Atajos interpretativos 

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 27-V-2025. Teatro de la Zarzuela. XXXI Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]. Die schöne Müllerin, D795 (1823), de Franz Schubert (1797-1828), con textos de Wilhelm Müller (1794-1827). Julian Prégardien (tenor), Kristian Bezuidenhout (piano).

   Por lo bien que luce, como obra maestra que es, podría parecer que «La bella molinera» es una de las piezas que más se han cantado en este Ciclo de Lied, y en realidad no es así. Sólo hace falta comprobar el número de veces que ello ha ocurrido: ¡Exactamente ocho en 31 años de Ciclo…!, o lo que es lo mismo, sólo una vez cada casi cuatro años, aproximadamente. No sorprende decir que el cantante que más veces lo ha hecho -dos veces (2013 y 2021)- ha sido el barítono Matthias Goerne, y que en el juego de los repartos por voces se ha cantado una vez menos (3) por parte de los tenores. Sólo una soprano, la estupenda Barbara Hendricks (1948), la acometió en el año 2000. 

   En esta ocasión lo hará el tenor alemán, debutante en este Ciclo, Julian Prégardien (1984), acompañado por el pianista australiano -instalado en Europa- Kristian Bezuidenhout (1979), Como curiosidad, diremos que fue su padre -en 2021-, el también tenor Christoph Prégardien (1956), el que interpretara también esta parte con notabilísimo éxito. Seguramente, padre e hijo hayan hablado de que todo Liederista que se precie -aunque varias aproximaciones a la obra son factibles- debe saber medir muy bien lo que una obra de esta envergadura puede demandarle e introducir en la ecuación aspectos importantísimos como la propia voz, el tipo de canto a aplicar, cómo transmitir al público los textos -reflejando apropiadamente los sentimientos del poeta-, de qué manera plantear la dramática del discurso, saber acoplarse a la perfección con su colega pianista, etc. Más adelante abundaremos en esto.

   «La bella molinera» constituye un viaje musical que comienza con la inocente alegría del joven aprendiz a molinero, quien se siente esperanzado y enamorado de la bella hija del dueño del molino, aunque no se atreve a declararse abiertamente. Deambula alborozado mientras sigue el curso del arroyo, confesándose a él, aunque después se incorporan a la trama un cazador y un joven jardinero. A medida que se avanza en el sucedido, la estructura musical se transforma, reflejando la creciente intensidad de las emociones del molinero. La melodía se vuelve más compleja y profunda, capturando la desesperación y el anhelo del protagonista. Cada canción añade una capa de emoción, creando un crescendo dramático que culmina en la devastadora y triste resignación de su amor no correspondido, con el arroyo transformado en confidente silencioso de su dolor.

Julian Prégardien en el Ciclo de Lied del CNDM

   El diseño artístico que Pregárdien realizó estuvo en consonancia con lo naif del argumento. De hecho, quiso hacer patente sobre el escenario una desacostumbrada indumentaria: la de labriego -pantalones y camisa claros, chaleco pastoril, y como calzado, unas alpargatas-; A la hora de poder ser capaz de contar la historia como narrador y tener -además- que desdoblarse musicalmente en los distintos personajes, con ramificaciones complejas de sentimientos y actitudes que varían rápidamente, en poco más de una hora en la que se desarrolla la acción, a nuestro juicio ello no se consiguió a satisfacción.

   En este sentido, existen varias posibles aproximaciones a la obra, en donde el canto se ejerce cual orfebre del lirismo (de la fuerza interior, de la impaciencia, de la inocencia, de la ternura, del entusiasmo o de los celos, que se experimentan por el joven enamorado). También son factibles interpretaciones más planas, pero sobreactuadas, alrededor de la oscuridad y el tormento, agrandando el ámbito del drama y dando menos peso a las partes más fútiles.

   Sin ir más lejos, su padre, el veteranísimo tenor lírico Christoph Prégardien ofrece en esta obra un acercamiento interpretativo humanizado, planteando que el amor/desamor pueden ser caras de una misma y real moneda, de un atractivo romántico indiscutible y quintaesenciado, lo que le da a su versión cotas de un nivel que está fuera del alcance de muchos cantantes de la actualidad.

   Nuestro tenor, el hijo, encuadrado en la categoría de ligero, si bien posee una trabajada línea de canto, dotada de suficiente expresividad y musicalidad, y comenzando bastante bien el primer número [La caminata], adoleció en general de aburrimiento sonoro, agudos abiertos y excesivo empleo del falsete reforzado, y eligió el camino interpretativo más cómodo y con más atajos: el del afectamiento, la inanidad expresiva, la planicidad dinámica y el amaneramiento vocal. El número 12 [Pausa], que es el punto de inflexión o bisagra dramática de la obra, pasó sin pena ni gloria y no sirvió -en la versión del binomio Prégardien-Bezuidenhout- para preguntarnos los «porqués» del devenir de su protagonista, aunque el número fuera escenificado visualmente sentándose el tenor al lado del pianista.

   Obviamente, también hubo momentos en que los pianísimos del cantante resultaron meritorios, así como el parlato (números 14 [El cazador] y 15 [Celos y orgullo]), con la rabia y los acentos en su sitio. Damos también por bueno el final [20. Canción de cuna del arroyuelo], una nana bien pergeñada -para otros, una marcha fúnebre-, con una interpretación muy ajustada a la «parálisis» psicológica motivada por un final que el protagonista no previó: se ha secado la flor que le otorgó la molinera [18. Flores secas], y tras dialogar con el arroyo, el protagonista se inmolará en sus rumorosas aguas. 

   El acompañamiento de Bezuidenhout, en general fue adecuado, sin embargo tuvo cierta tendencia a la falta de delicadeza expresiva y algunos discursos fueron excesivamente lineales. El público premió in crescendo el volumen de los aplausos, saliendo la pareja a saludar al menos en cuatro ocasiones. No hubo propinas.

Fotos: Elvira Megías / CNDM 

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