Crítica de Agustín Achúcarro del concierto de la Sinfónica de Castilla y León bajo la dirección de Thierry Fischer, con el pianista Kirill Gerstein como solista
El poder absoluto del piano de Kirill Gerstein
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 25-X-2025. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Solista: Kirill Gerstein, piano. Director: Thierry Fischer. Obras: Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, Suite sinfónica de la ópera de Wagner El oro del Rin de Philippe Jordan y el Concierto para piano y orquesta nº3 en re menor, op. 30 de Rajmáninov.
Este concierto podría resumirse, sintetizarse, incluso cayendo en la simplificación, en base a la interpretación que realizó el pianista Kirill Gerstein del Concierto para piano nº3 de Rajmáninov. Gerstein se volcó en una versión poderosa, tan dominadora como cautivadora, alejada de cualquier sentimentalismo banal. Pura energía que brotaba del piano, insuperable en las cadencias por ritmo, por color y por un apabullante dominio de la obra. Claro, también estaba la orquesta, y funcionó como tal, en particular en el último movimiento, pues antes quizá estuvo en algunos momentos superada por el solista. El director Thierry Fischer presentó muy bien el primer tema y sobre él se fue articulando todo el concierto, con un pianista volcado, con un carácter austero, pero no precisamente exento de temperamento. El Intermezzo dejó claro que el solista también podía dejar el sello de una música tranquila y sosegada. Gerstein propició en muchos pasajes una luminosidad tenue en su intensidad, lo que hizo aún más arrebatadora su interpretación, plagada de diferentes texturas, con las que supo empastar muy bien la orquesta. Llegados al movimiento conclusivo, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León se equiparó al piano en un diálogo de igual a igual, marcado por las variaciones de los dos temas iniciales, con los continuos staccatos y ostinatos, junto a una tensión rítmica enorme. Fue una versión impactante, desarrollada desde el piano por un Kirill Gerstein soberbio. No en vano, se dejó esta obra para concluir el concierto.
Antes de referirse a las partituras que conformaron la primera parte, recordar el sentido homenaje que recibieron los violinistas Dorel Murgu e Iuliana Muresan, en el que sería su último concierto con la Sinfónica de Castilla y León en el Auditorio de Valladolid, al llegar su jubilación. Ambos músicos representan bien, por su trabajo y por los años que llevan en la orquesta, la evolución que ésta ha vivido. Vaya para ellos el reconocimiento y el deseo de una larga y vivificante nueva etapa de su vida. El concierto se inició con el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy. Una obra que ha sido interpretada en numerosas ocasiones por la orquesta. Fischer dejó en su dirección un elogiable sentido del colorido y una manera de abordar la extensión dinámica clara y seductora, desde el delicado inicio, el crecimiento del sonido y la vuelta al piano, que marca el final de la partitura. Realmente subrayable la labor del flauta solista Ignacio de Nicolás, de las flautas en su conjunto, su relación con el oboe y el resto de maderas y las arpas.
Después interpretaron la Suite sinfónica del Oro del Rin- prólogo de la tetralogía El anillo del nibelungo - en la versión realizada por Philippe Jordan. Esta propuesta orquestal magnifica la preponderancia y potencialidad de los metales, que estuvieron bien amalgamados y con un sonido concluyente. Y ya fuera por la versión de Jordan sobre la ópera de Wagner o por la inclinación del director, lo cierto es que, además de lo dicho, tendieron a imponerse de forma concluyente en bloques sonoros, por encima de la imbricación en ellos de los motivos, con un empuje a veces excesivo. Reseñar la labor realizada por la sección de trompas, incluidas las tubas wagnerianas, sin que esto suponga un menoscabo para el resto.
Foto: OSCyL
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