
Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Crítica de Raúl Chamorro Mena de La corte de faraón en el Teatro de la Zarzuela de Madrid
Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
La corte de Disparate
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 2-II-2025, Teatro de la Zarzuela. Versión de La corte de Faraón con música de Vicente Lleó y libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios con mutilaciones y añadidos a cargo de Emilio Sagi y Enrique Viana. María Rey-Joly (Lota), María Rodríguez (Reina), Jorge Rodríguez Norton (Casto José), Anya Pinto (Raquel), Ramiro Maturana (Putifar), Enric Martinez-Castignani (El Faraón), Amparo Navarro, Amelia Font y Leticia Rodríguez (las tres viudas), Enrique Viana (Sul). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Carlos Aragón. Dirección de escena: Emilio Sagi.
La corte de Faraón es una de las obras más emblemáticas del llamado género sicalíptico, expresión picante de erotismo con divertidos dobles sentidos, desopilados equívocos y expresiones de procacidad, que, incluso, fue prohibida en el régimen franquista. Esta opereta bíblica constituye un emblema de la enorme variedad de géneros que se encuadran bajo la denominación Zarzuela. La obra se considera por algunos más cercana a la revista, pero no lo comparto dada la calidad de la partitura del Maestro Lleó, capaz junto a sus libretistas Guillermo Perrín y Miquel de Palacios de combinar la parodia de Aida y la Grand Opera, con la presencia del cuplé, la música popular española y el vals como muestra de la influencia de la opereta vienesa.
Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Hay que recalcar que lo visto en el Teatro de la Zarzuela, ojo, que asume una responsabilidad de guardián del género, fue una versión más que discutible de la obra, con añadidos, mutilaciones al libreto y que, y esto es lo más grave, se despojó de su genuina comicidad para convertirla en una exaltada apología de cierta concepción de una determinada tendencia sexual, totalmente respetable por supuesto. En este caso, la homosexualidad, sin aportar nada a la obra, al contrario, a cambio de arrebatarle su auténtica chispa e ingenio. Todo ello capitaneado por esa especie de showman que es Enrique Viana que aparece como Crossdresser o Drag queen a cantar su versión personal de los cuplés babilónicos, con desdoblamiento incluido en soprano coloratura, y añade más de 15 minutos de su “perfomance” pasada de rosca y con la que termina haciendo cantar al público el “Ay va, Ay va”. Para el que firma, totalmente insufrible. No dudo que el Sr. Viana tiene seguidores, de hecho, gran parte del público le vitoreó, pero pienso que el Teatro de la Zarzuela debería darle una fecha, o las que hagan falta, para que desarrolle “su arte” y vayan sus seguidores a verle y no meter, cada dos por tres y con calzador, su show en títulos emblemáticos del género.
Asimismo, en estos casos y aunque sea un montaje de 2012, se debería avisar en los carteles anunciadores que se trataba de una versión y que el libreto sufría mutilaciones, añadidos y shows ajenos a la obra.
Profeso una gran admiración por Emilio Sagi, le he visto montajes estupendos en ópera y zarzuela y siempre ha demostrado su amor por el género lírico español que lleva en la sangre. Sin ir más lejos, hace poco volvíamos a disfrutar de su maravillosa producción de La del manojo de rosas, todo un clásico en la historia del género. En esta ocasión, la primera parte de la puesta en escena se desarrolla entre excesivos dorados, apabullantes dorados, pero de forma un tanto anodina, sin que fluyera la comicidad de la obra. Eso sí, peor fue después con el caos “alocado” y sin la más mínima mesura. No entiendo cómo un hombre inteligente y culto como Sagi puede mutilar el texto del terceto de las viudas, que es una parodia de rancio machismo y que, como tal, tiene gran fuerza, para sustituirlo por un texto ridículo de supuesto “empoderamiento femenino” al fin de exhibir un concepto de lo políticamente correcto particularmente chusco. En fin, el Faraón también prefiere el pescao y las féminas son sustituidas en las danzas por efebos musculados de constante presencia sobre el escenario.
Foto: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
María Rey Joly es capaz de evocar su protagonismo hace 20 años en El asombro de Damasco de Pablo Luna, pues conserva presencia escénica y vis erótica para ello. Eso sí, en lo vocal las cosas han cambiado mucho y el deterioro de su instrumento es acusado. Un material ya totalmente ingobernable, sin brillo, agrio y abombado artificialmente. Pero lo peor fue su actuación exagerada, histriónica, crispada, excitada y gritona, como si estuviera interpretando la Santuzza o la más desgarrada criatura del verismo. María Rodríguez también acusa erosión vocal con una emisión oscilante y desgastada, pero conserva el sentido del decir y los acentos siempre adecuados, con unos diálogos modélicos. El tenor Jorge Rodríguez Norton cimentó en la exhibición carnal su interpretación del casto José y, aunque muy liviano y con un canto monocorde, exhibió, al menos, un timbre tenoril sano. Correcto el barítono Ramiro Maturana en su efusivo y bello cantabile “Salve Lota”. Enric Martinez-Castignani, como Faraón, aportó algo de sobriedad entre tanto desmadre.
Carlos Aragón, por su parte, pareció más centrado en colaborar con Enrique Viana en su show, que en controlar la orquesta y ofrecer un discurso musical más pulido, aunque, bien es verdad, acompañó apropiadamente a los cantantes. El coro cumplió con profesionalidad, desubicado y arrumbado entre tanto alocado despropósito.
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