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Crítica «La dama de picas» en el Liceu

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de febrero de 2022

Dmitri Jurowski dirige la ópera La dama de picas de Tchaikovsky en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona con dirección de escena de Gilbert Deflo

«La dama de picas» en el Liceu

«¿Qué es la vida? ¡Un juego!» 

Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 5 y 6-II-2022, Gran Teatro del Liceo. Pikovaia Dama-La Dama de picas (Piotr Illich Tchaikovsky). Yusif Eyvazof/George Oniani (Ghermann),  Lianna Haroutounian/Irina Chrurilova (Lisa), Elena Zaremba/Larissa Diadkova (La condesa), Lukasz Golinski/Gevorg Hakobyan (Conde Tomski/Zlatogor), Rodion Pogossov/Andrey Zhilikhovsky (Príncipe Ieletski), Cristina Faus/Lara Belkina (Polina/Milovzor), Mercedes Gancedo/Serena Sáenz (Prilepa), Mireia Pintó (La gobernanta), Gemma Coma-Alabert (Maixa), Nika Guliashvili (Surin), Antoni Lliteres (Tchaplitski), David Alegret(Tchekalinski), Marco Sala (Maestro de ceremonias). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Dmitri Jurowski. Dirección de escena: Gilbert Deflo. 

   La obligada visita a la exposición conmemorativa del centenario del nacimiento de la eximia soprano Renata Tebaldi me dejó una sensación agridulce. Se celebra cómo no la iniciativa, pues estamos ante una soprano fundamental del siglo XX y especialmente querida por el público Liceísta. Un teatro jamás debe olvidar los artistas que han forjado su historia. Sin embargo, se antoja muy pobre la misma, con apenas unas pocas fotos, tres trajes de escena y la exposición de algunas de sus grabaciones en formato LP y CD. Muy poca cosa. 


«Muy pobre la exposición que ha relizado el Teatro del Liceu sobre la eximia soprano Renata Rebaldi»

   Alexander Pushkin es una figura esencial de la literatura romántica, no sólo como pionero de la literatura en lengua rusa, también porque sus obras han servido de base a innumerables creaciones musicales de los compositores rusos, sobre todo para el teatro lírico. Modest Tchaikovsky convirtió una de sus narraciones cortas en un melodrama romántico en el que su hermano Piotr basa su ópera Pikovaia dama-La dama de picas, una de sus grandes obras para el teatro junto a Eugen Onegin, especialmente, pero sin olvidar Mazeppa, La doncella de Orleans y Yolanta. Aunque el protagonismo de Ghermann, personaje atormentado donde los haya, dominado por la pasión hacia el juego y el mito de las tres cartas ganadoras que sólo posee la enigmática condesa, Tchaikovsky -con fuerte implicación emocional en la misma- nos narra la tragedia de dos personajes, también la de la joven Lisa, que termina con la muerte de ambos. Todo ello con su enorme talento como orquestador, su gran inspiración melódica y esa exaltación emocional de hondo sustrato postromántico marca de la casa. La idea de la muerte asediaba a Tchaikovsky en sus últimos años y se manifiesta particularmente en esta ópera y en su postrera Sinfonía nº 6, “Patética”.  Tchaikovsky, al igual que Puccini y algún otro, debe asumir la inquina de cierta intelligentsia y de las irredentas huestes de la «estulticia filosnobista», simplemente por gustar al público, algo que no soportan y les lleva a negar cualquier atributo o cualidad a estos genios. Allá ellos. 

   Es la tercera vez que el "nuevo" Liceo propone la bellísima producción de Gilbert Deflo después de las series de funciones ofrecidas en los años 2003 y 2010. En ambas ocasiones estuve presente y se caracterizaron por la cancelación de los tenores protagonistas previstos. Plácido Domingo en 2003 -con dirección de un entonces desconocido Kirill Petrenko- y Ben Heppner en 2010. Teniendo en cuenta que de las 11 ocasiones que he visto en vivo Pique Dame, con 5 producciones distintas, este montaje de Deflo es el único que se encuadra en las puestas en escena llamadas «clásicas» o «realistas» o «conforme a libreto» o más bien, por ser más precisos, de aquéllas en las que si alguien se asoma a la sala, tiene claro que está ante una representación de la ópera correspondiente. Por ello, uno agradece volver a presenciarla. Las otras puestas en escena se basaron en «dramaturgias paralelas» –alguna acertada y bien realizada, todo hay que decirlo- con diversos grados de «feísmo». Por tanto y a pesar de los reproches de los ceñudos «vanguardistas», que suelen coincidir con las huestes más arriba expresadas, el montaje de Gilbert Deflo con espléndida escenografía y exuberante vestuario, ambos a cargo de William Orlandi, es un regalo para la vista. Fabuloso ese primer cuadro, luminoso, primaveral, con el parque, el paseo, esos niños que juegan a ser soldados que revelan la clara influencia de la Carmen de Bizet en dicha escena. Elegantísima la pastoral y qué decir de la habitación de la Condesa, la propia de una gran señora de la época en la Rusia zarista, con sus exuberantes vestidos y una cama con espectacular dosel. Muy lograda también la escena del canal y la muerte de Lisa, que camina hacia las aguas solemne y sin efectismos. Cierto es que el movimiento escénico no es muy elaborado, pero, en cualquier caso, resulta eficaz. Cualquiera que haya ido por primera vez a ver Pique Dame y se la haya estado preparando leyendo argumento y libreto, no ha recibido un chasco y ha podido seguir la obra perfectamente y con alegría para la vista. 

«La dama de picas» en el Liceu

   Entregado, honradísimo, el Ghermann de Yusif Eyvazof en la función del Sábado día 5. El material es el que es, avaro en riqueza tímbrica y armónicos, pobre de squillo, falto de anchura, definitivamente superado por la exigencia vocal del papel, pero emitió todos los exigentes agudos de su parte y además de idiomático, lógicamente, su fraseo resultó siempre compuesto. Se echaron de menos mayores dosis de metal en la escena de la tempestad del primer acto, un lirismo más envolvente en la gran escena de la habitación con Lisa, así como tono irónico en su aria del juego de cartas del cuadro final, pero su sincera expresión le permitió componer un Ghermann creíble en lo interpretativo. Por su parte, el tenor georgiano George Oniani caracterizó también aceptablemente al atribulado y obsesivo personaje a despecho de las carencias de un material tenoril ayuno de la requerida robustez, consistencia en el centro y cuerpo para el papel. A los agudos de Oniani les faltó algo de plenitud tímbrica, pero atesoraron más punta que los de Eyvazof y no regateó entrega, implicación y una expresividad franca. Dos Ghermann, por tanto, de nivel muy parejo, aceptables ambos, meritorios si tenemos en cuenta la exigencia tanto vocal como dramática de un papel que es conocido como «el Otello de la ópera rusa». No parece que se dispongan hoy día muchas alternativas mejores. 

   A Tchaikovsky le cautivaba también la tragedia de Lisa, mucho más que a Pushkin y a su hermano Modest. La muchacha de alto linaje, prometida con un hombre de su nivel, de alta extracción aristocrática, como es el príncipe Ieletski, que además atesora gran nobleza como demuestra con su maravillosa aria del acto segundo, sublime muestra de la inspiración melódica tchaikovskiana. Sin embargo, la joven se siente profunda e inexorablemente atraída por Ghermann, este joven soldado atormentado, muy lejos de ella en la escala social, es decir, por el distinto, por el marginal. El terrible desengaño llega cuando asume que le devora su obsesión por el juego y, particularmente, el secreto de las tres cartas que posee su abuela, la condesa, y que ha sido la razón principal de su interés por ella, le sume en un estado de profundo dolor y sufrimiento que no puede soportar. El único camino, en muestra de plena exaltación romántica, es el suicido -el mismo final, probablemente, que sufrió el propio compositor- y se arroja a las aguas del canal. Preferible resultó la Lisa de la soprano armenia Lianna Haroutounian que exhibió centro de cierta anchura y redondez, estimable volumen y sonidos percutientes en la zona de primer agudo, mientras los ascensos al extremo de la franja no están solucionados técnicamente y acusan acritud. Faltó ductilidad y blandura a la emisión, pero el fraseo de la Haroutounian, aunque no atesora especial clase ni variedad, sí es cálido y se integra bien en su implicación dramática. Por su parte, el Domingo día 6, la rusa Irina Churilova, dueña de un material muy lírico, con un sonido que se agria conforme asciende a una zona alta donde surgen sonidos abiertos y con cierta acidez, no supo transmitir todo el misterio y tono ensoñador del nocturno del primer acto y se encontró superada tanto vocal como dramáticamente por la gran escena junto al canal del río Neva. El cantabile del aria fue correctamente expuesto, pero faltó anchura a la arcada sonora y fuerza dramática en el dúo posterior que termina con el suicidio de Lisa. 

   Dos Condesas de buen nivel se integran en estas representaciones. Elena Zaremba prestó una vocalidad todavía sana y autoridad en escena a «La venus de Moscú» en la función del sábado día 5, delineando con musicalidad el aria «Je crains de lui parler» de la ópera Ricardo corazón de León de André Grétry, otra influencia -a través de cita directa- de la ópera gala y muy adecuada, toda vez que la influencia francesa era muy importante en la alta sociedad rusa de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Por su parte, Larissa Diadkova, más erosionada vocalmente, pero dentro de lo asumible, mostró acentos imperativos, fraseo contrastado y dominio total del personaje. Ambas, sobradas de oficio, supieron dotar de la apropiada fuerza teatral, sin exceso alguno, tanto a la escena de su muerte -aterradas ante el obseso Ghermann que le exige a la Condesa el secreto de las cartas a punta de pistola -, como en la que aparece como espectro ante el protagonista y le revela el secreto en un cuadro muy conseguido escénicamente. 

   Me alegró escuchar a una Cristina Faus -en el doble papel de Polina y Milovzor-, recuperada vocalmente respecto a sus últimas actuaciones, pues volvió a apreciarse el material sonoro, timbrado y extenso de antaño, con plenitud en la zona alta y graves sólidos, además de cantar con cuidada línea la bellísima romanza del segundo cuadro. En la función del día 6, Lara Belkina mostró, si se quiere, una línea de canto más homogénea e idiomática, pero con un timbre mucho más modesto. 

   Tchaikovsky adoraba la música de Mozart y le homenajea profusamente en Pique Dame, tanto en el segundo cuadro del primer acto como en la pastoral del segundo. Mercedes Gancedo con su bello timbre habitual encarnó el día 5 a Prilepa en la referida pastoral, lástima de un ascenso al agudo más bien desabrido. Por su parte, la ascendente Serena Sáenz en la función del día 6 mostró timbre fresco con estimable metal, bien emitido, alto de posición, no exento de vibrato y un canto fino y musical. 

   En cuanto a los barítonos, el día 5 Lukasz Golinski se recreó en un registro agudo fácil y bien timbrado, mientras Gevorg Hakobyan, de emisión retrasada, mostró mayor equilibrio de registros, oscuridad y robustez. Muy flojo Rodion Pogossov, que dejó una interpretación muy discreta de la maravillosa romanza «Ja vas Lyublyu» del segundo acto, una auténtica joya que jamás puede pasar sin pena ni gloria. Mucho mejor el barítono Andrey Zhilikhovsky en la función de la tarde del Domingo, tanto por calidad del timbre, como por fraseo y acentos. 

   Mucho más interesante, por color y sonoridad, el material del tenor Antoni Lliteres como Tchaplitski que el demasiado filiforme de David Alegret como Tchekalinski. La muy baja testitura de la gobernante plantea problemas irresolubles a la vocalidad de Mireia Pintó, que intentó, sin éxito, afrontar las abundantes notas graves exagerando el registro de pecho resultando un sonido abierto, áspero y sin timbre.

«La dama de picas» en el Liceu

   Lo peor de esta Pique Dame vino del foso con una dirección mortecina, plana y totalmente caída de tensión de Dmitri Jurowski, el peor de los directores que portan tal apellido. El sonido de la orquesta del Liceo resultó alarmantemente pobre, gris, rudo, descolorido y desempastado. De trazo grueso los momentos de filiación mozartiana, ni rastro de misterio el nocturno en la habitación de Lisa, ni de grandiosidad en la entrada de Catalina la Grande, además de ausencia total de pathos, de emoción y tensión teatral en la gran escena del canal. Apenas se salvó de toda la prestación orquestal el cuadro en el dormitorio de la condesa donde, al menos, el sonido orquestal tuvo unos mínimos al igual que la atmósfera inquietante que se plantea desde la magnífica introducción orquestal, sin duda tributaria de la que preludia la escena del monje Pimen en el monasterio de Chúdov en Boris Godunov de Mussorgsky.

   Sin constrastes, emoción, pasión y pulsión romántica se arruina no sólo Pique Dame, también casi toda la producción musical de Tchaikovsky. Mucho mejor la prestación del coro a pesar del hándicap de las mascarillas. Después de escuchar el nivel mostrado por la orquesta del Liceo en estas representaciones, uno se pregunta, aún con la dirección de un músico trabajador y riguroso como es Josep Pons, cómo podrá abordar una obra como Pelléas et Melisande de Claude Debussy, la próxima ópera programada esta temporada. 

Fotos: Web Liceu

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