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Crítica: «La traviata» de Verdi en el Teatro Comunale de Bolonia bajo la dirección de Renato Palumbo

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
3 de mayo de 2019

Siempre nos quedará la música

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. 28-IV-2019. Teatro Comunale. La traviata [Giuseppe Verdi/Francesco Maria Piave]. Luisa Tambaro [Violetta Valéry], Aloisa Aisemberg [Flora Bervoix], Maria Caballero [Annina], Francesco Castoro [Alfredo Germont], Simone Del Savio [Giorgio Germont, su padre], Rosolino Claudio Cardile [Gastone, Conte di Letorières], Paolo Marchini [Il barone Douphol], Riccardo Fioratti [Il marchese d’Obigny], Francesco Leone [Il dottor Grenvil], Enrico Picinni Leopardi [Giuseppe], Sandro Pucci [un commissionario], Raffaele Costantini [un domestico di Flora]. En colaboración con la Scuola di Teatro Alessandra Galante Garrone. Orquesta y Coro del Teatro Comunale. Director de escena: Andrea Bernard. Director musical: Renato Palumbo.

   Esta ópera, basada en el drama La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo, se estrenó en el teatro La Fenice de Venecia el 3 de marzo de 1853 y no tuvo éxito, entre otras razones por la audacia del argumento y estar además ambientada en la sociedad contemporánea del autor, que no toleraba su relación con la soprano Giuseppina Strepponi, futura compañera de su vida. Verdi escribe influenciado por su estancia en París, donde había asistido al estreno del drama de Dumas, y La traviata es muy realista también porque la protagonista está inspirada en la famosa cortesana Marie Duplessis, cuya tumba todavía hoy es meta de peregrinación. La partitura es de gran intensidad psicológica, con un nuevo lirismo dramático en el que prevalece la expresión de los sentimientos, del dolor y del verdadero amor.


   Esta nueva producción del Teatro Comunale de Bolonia con el Teatro Regio de Parma se vale de la dirección de escena de Andrea Bernard, quien se ocupa también de la escenografía con Alberto Beltrame y de las luces con Daniele Naldi. El director ambienta la obra en nuestros días porque afirma que quiere ver la historia con los ojos de un hombre de hoy. En su opinión «el amor entre Violetta y Alfredo es un acto egoísta, se buscan por interés personal porque se trata de personas incapaces de estar solas y, terminada una relación, inmediatamente buscan otra». Por eso la ambienta en una sala de subastas creando un paralelismo entre la comercialización del arte y la de los sentimientos.

   Violetta es una enferma de ansia y vive tragando antidepresivos, mientras Alfredo es un hombre inmaduro a quien el padre trata como a un niño, llegando a darle una bofetada y, para hacerlo más explícito, cuando el padre reprende a Alfredo, que se marcha indiferente, aparece un niño jugando. Se trata de un montaje que no nos ha convencido, porque no siempre se adecua a la música, con evidentes divergencias ocasionales entre el canto y la acción escénica. Sencilla y esencial la escenografía, perfecta la iluminación y elegante y adecuado el vestuario de Elena Beccaro.

   El maestro Renato Palumbo dirige con pulso dramático, resaltando el romanticismo de la partitura, la interioridad de los personajes y sus emociones, realizando páginas entrañables, en especial en el preludio del inicio con sus débiles notas y en el último que nos hace percibir la desesperación de Violetta precedente a su muerte. Su interpretación de la partitura ha obtenido un óptimo resultado de la orquesta del Teatro Comunale, sin olvidar nunca a los cantantes. El coro, preparado por Alberto Malazzi, ofrece una óptima prueba.

   Todo el cast es muy joven. La soprano Luisa Tambaro, llamada a substituir a Mariangela Sicilia por imprevista indisposición, encarna a Violetta. Su voz pequeña tiene algunas dificultades, en especial en las notas bajas, pero mejora a partir del segundo acto. El tenor Francesco Castoro es un Alfredo poco ayudado por una dirección actoral que no le permite expresar el ímpetu y la pasión que requiere el papel, imponiéndole una actitud incierta e infantil, pero luce una voz vigorosa en los agudos, bien sostenidos, y posee una buena técnica aunque con algún margen de mejora, así como puede profundizar también en los fraseos. Muy buena su prueba en el duo con Violetta en el segundo acto. Destaca entre todos el barítono Simone Del Savio como Giorgio Germont que, seguro en el canto y con voz de gran caudal, sabe emplear con precisión sus excelentes medios y representa muy bien la frialdad y el cinismo del padre. Aloisa Aisemberg es una Flora avispada y musicalmente válida, y Maria Caballero es una Annina bastante fría como le pide este montaje. Correctos los demás cantantes. Al final los espectadores aplaudieron a todo el equipo, premiando con ovaciones a Simone Del Savio, pero hubo algunos ruidosos abucheos para el director escénico.

Foto: Andrea Ranzi-Studio Casaluci

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