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Crítica: 'La traviata' en La Coruña, con Albelo, Mosuc y Ramón Tebar

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Autor: Aurelio M. Seco
11 de septiembre de 2014

UNA GRAN TRAVIATA

Por Aurelio M. Seco

La Coruña. Palacio de la Ópera. Temporada Lírica de La Coruña 2014/15.  6/09/2014.  La traviata, Verdi. Dirección musical: Ramón Tebar. Dirección de escena: Mario Pontiggia. Elena Mosuc, Celso Albelo, Leo Nucci, Nuria Lorenzo, Alba López, Francisco Pardo, César San Martín, Pedro Martínez Tapia, David Sánchez, Julia Méndez, Juan Miguel Hernández. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro de la Orquesta Sinfónica de Galicia.

    Ópera con mayúsculas. Esto es lo que se ha podido ver en La traviata programada como primer título de la Temporada Lírica de La Coruña, ciclo que, cual ave fénix, parece haber resurgido de las cenizas del desaparecido Festival Mozart con la fortaleza de un nuevo ímpetu gestor y artístico en el que, tanto el Consorcio para la Promoción de la Música (Presidida por el alcalde de La Coruña y dirigida por Andrés Lacasa, gerente de la Sinfónica de Galicia, el Consorcio cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad, la Diputación y la Xunta de Galicia) como la Asociación de Amigos de la Ópera de A Coruña, han dado una lección de cómo programar ópera bien, por lo menos, en este primer título. Un aspecto a mejorar sería incluir a todo el reparto en todas las informaciones que se editan sobre la ópera, incluida la web de la Asociación, y no únicamente a las estrellas. En cualquier caso, el éxito de la producción ha hecho que, durante unos días, todas las miradas se hayan vuelto hacia La Coruña, algo de lo que no pueden presumir otras temporadas españolas con más historia y recursos.

   No se hacía La traviata en La Coruña desde el año 2005, con Ángeles Blancas, Ismael Jordi y Zelkjo Lucic encabezando el reparto. El éxito de la presente producción se sustentó en dos pilares brillantemente diseñados y consistentemente asentados, los del reparto, encabezado por tres grandes cantantes: Celso Albelo -que ya está en Palermo, ensayando La fille du régiment-, Leo Nucci y Elena Mosuc, y la dirección musical de Ramón Tebar, joven director español de extraordinario talento que está desarrollando una interesante carrera internacional pero que en España todavía no está recibiendo toda la atención que merece. Es uno de los males de nuestro país. Parece que hay que triunfar antes fuera para que buena parte de nuestros gestores, demasiados sin la debida preparación, se den cuenta del talento de nuestros más destacados artistas. Y a veces, ni siquiera así.

   No podemos olvidar la dirección de escena de Mario Pontiggia, quien realizó un trabajo meritorio que acompañó con notable gusto y grandes dosis de dramaturgia de la buena. No estamos ante una propuesta muy llamativa en lo visual salvo, quizás, por el diseño del vestuario y luces. Si en cuanto a medios estuvo en el límite para estar a la altura de las versiones musical y lírica, en general ofreció una lectura coherente, refinada y señorial del célebre título verdiano. No debería ser tan modesto Pontiggia a la hora de recibir los aplausos al concluir la representación. ¿Qué más se podía pedir a una nueva producción diseñada con materiales preexistentes traídos de Roma e inspirada en el mundo de Visconti? Destacamos la inclusión de Julia Méndez  y Juan Miguel Hernández, dos notables bailarines que ofrecieron una elegante y depurada coreografía, acorde con la idea general de la producción.

   El movimiento escénico nos pareció algo encorsetado y estático. Creemos que también se hubiera podido mejorar bastante en el caso de Elena Mosuc, quien mostró una gestualidad algo afectada que hubiera estado bien dotar de una mayor naturalidad, aunque este tipo de acciones son tan personales como difíciles de corregir. También queremos dejar constancia del excesivo tiempo de espera entre la primera y segunda escena del segundo acto, al igual que los 20 minutos en cada entreacto. Estos períodos eternos de charla entre amigos nos parecen una mala costumbre social demasiado extendida que, desde luego, sería bueno repensar y no sólo en La Coruña, ya que prolongan la velada en exceso y evaden del argumento.

   La dirección musical de Ramón Tebar supuso un soplo de aire fresco, un aldabonazo de verdadero talento de un director cuyo arte está llevado por una pasión y alegría de dirigir que pocas veces hemos visto en la actualidad.

   A lo largo de su trayectoria, Tebar ha sabido encontrar un camino expresivo propio que parece inspirarse en la gestualidad y musicalidad absoluta de Carlos Kleiber. Ya desde las primeras notas del preludio fue evidente su esfuerzo por encontrar el tono dramático de esta música, que empezó a dirigir sin batuta y con acierto, para lograr una atmósfera de mayor intimidad. Fue agradable observar la buena afinación de la orquesta durante el fragmento, pero más si cabe en este preludio, donde cada línea debe estar expresada tersa y en su lugar, donde el tempo debe ser el justo, donde cada fluctuación en intensidad delata una línea más que otra. Los acentos expresados añadieron un toque de distinción limpio a un concepto equilibrado que defiende la belleza de la melodía sobre todo, pero que también tiene un fuego interior que infunde vértigo y pasión a cada instante. Durante toda la representación tuvimos la sensación de estar ante una versión en la que siempre estaba presente la figura del director de orquesta, algo poco habitual.

   Ya en la primera escena de la ópera (“Del´invito trascorsa è già l´ora”), Tebar nos sorprendió con una exigencia rítmica que puso al límite a la sinfónica. Efectivamente, nos encontramos ante un verdadero Allegro brillantissimo e molto vivace, que el español supo manejar con mano maestra. La energía que  infundió desde el principio, que además se mantuvo durante toda la función, nos pareció realmente atractiva, y aunque en algún instante no sobrara estabilidad, la aproximación terminó por convencernos del todo al observar la manera en la que el coro y los cantantes se acoplaron a las grandes exigencias del director. No se dieron ni retrasos ni fuerzas en contra del trabajo del maestro sino, más bien, un deseo de estar a la altura de su propuesta artística, cosa nada fácil. Este nivel de comunicación nos pareció excepcional. Sin embargo, Tebar también supo ponerse al servicio del reparto cuando acompañaba, y con generosidad.  El contraste entre el ímpetu sonoro y rítmico implantado por el director y el fraseo más sosegado de los principales intérpretes a la hora de expresar sus respectivos fragmentos solistas se percibió con naturalidad, sin menosprecio de algún momento puntual en el que algún cantante se relajó algo.

   Destacamos varios momentos de especial belleza. La manera de acompañar el famoso “Amami Alfredo” fue espléndida, de sonoridad equilibrada pero también expresiva. El fragmento se presta a la emoción por la situación dramática, pero la escena, con Celso Albelo y Elena Mosuc en estado de gracia, dejó uno de los grandes momentos de la noche. Tebar dio muestras de poseer una técnica gestual sorprendentemente natural y efectiva, incluso en lugares que, tradicionalmente, son bastante difíciles de cuadrar para el director y los cantantes. Insistimos en que nos encontramos ante uno de los directores españoles de mayor talento de la actualidad, por si no ha quedado claro a ciertos gestores.

   La Sinfónica de Galicia es una de las mejores orquestas sinfónicas de España, un conjunto que viene de un largo período de trabajo con Víctor Pablo Pérez, y que ahora afronta uno nuevo período de la mano de Dima Slobodeniouk. Esperamos que no sólo se mantenga el nivel heredado, sino que incluso se incremente, una labor que sólo puede llevar a cabo un director titular comprometido con la calidad. El trabajo de la orquesta fue magnífico durante toda la noche, adaptándose como un guante al fuerte nivel de exigencia rítmica y sonora impuesto por el director. A lo largo de la función sólo notamos algún punto débil con la participación de un violín solista, por ejemplo durante la escena “Teneste la promessa...”, en la que un pequeño conjunto de cuerda soporta la línea melódica de un violín mientras la protagonista habla. Es un momento dramático importante que quedó un tanto desdibujado porque el fraseo y afinación del instrumento podrían haberse mejorado. También queremos llamar la atención sobre el gran trabajo desarrollado por el Coro de la Orquesta Sinfónica de Galicia, magnífico desde cualquier punto de vista.

   El reparto estuvo encabezado por Celso Albelo, Leo Nucci y Elena Mosuc tres dignos representantes de una manera de cantar que enlaza con la tradición de los más grandes intérpretes. No es casualidad que uno de ellos, Leo Nucci, sea hoy una auténtica leyenda viva del género. Disfrutemos del arte de Nucci mientras tengamos ese privilegio porque, cuando ya no esté, se le recordará con nostalgia.

   Albelo, que el próximo día 11 de octubre recibirá el Premio Codalario como Mejor artista 2014 en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), demostró estar en un gran momento lírico. El tenor español propuso un Alfredo elegantísimo, llevado por una forma de cantar en la que predominó el fraseo legato y la buena dicción. Encontramos su forma de frasear natural y fluida, llevada por un notable interés por expresar cantando, característica de escuela positivísima y un toque de distinción que le han convertido en uno de los más importantes tenores del mundo. Estuvo soberbio durante los dos últimos actos, donde mostró una voz siempre presente en primer plano, formidables agudos y una contundencia canora y seguridad de recursos técnicos que muy pocos tenores de hoy se pueden permitir.

   Leo Nucci visitó La Coruña para seguir haciendo historia. Estamos ante uno de los cantantes más importantes de la actualidad, ante un barítono verdiano de gran peso vocal y escénico, que convierte cada una de sus apariciones en una lección de saber estar, actuando y cantando. Su presencia sirvió de referencia para el resto del reparto, y su interpretación de fragmentos como “Di Provenza”, sirvió para mostrar un fraseo elegante y expresado de manera tan personal como bellamente matizado. Al igual que había sucedido el día 4 de septiembre, volvió a bisarlo ante un público consciente del privilegio de oír a un artista único.

   Elena Mosuc ofreció una gran aproximación al personaje. Nos pareció curioso el hecho de que, a pesar de sus grandes cualidades belcantistas, resultara más brillante en el tercer acto que en el primero, donde podría haber ofrecido una interpretación más dúctil y aligerada. Su “Sempre libera” nos pareció notable, pero quizás demasiado plúmbea y, por descontado, necesitado de un sentido interpretativo más natural e incluso moderno. Seguramente por su personalidad, Mosuc actúa y canta dentro de un estilo que hubiera venido bien limpiar de gestos y recursos melódicos para resultar todavía más adecuado. Pero no conviene fijarse tanto en lo menos convincente de una artista tan admirable, poseedora de una técnica natural y reluciente, que en el tercer acto dejó algunos de los mejores momentos de la velada. Los filados y fiato expresados en el aria “Addio del passato” resultaron sobrecogedores y dignos de los más grandes artistas de la actualidad. Una gran Violetta, sin duda.

   En el resto del reparto hubo varios niveles diferentes. Nuria Lorenzo (Flora) estuvo soberbia, actuando y cantando. Dibujó una Flora jovial y reluciente, de llamativo carisma escénico y lírico. Nos quedamos con ganas de verla y oírla en papeles de mayor importancia. Sucedió algo parecido con César San Martín (Douphol), un  barítono de gran talento interpretativo cuyo personaje se le quedó pequeño. Esperemos que pronto podamos verle en papeles de mucha mayor envergadura. Tenerle para encarnar a Douphol nos parece todo un lujo. Alba López (Annina) resultó más apropiada actuando que cantando, donde mostró un vibrato excesivo y un timbre que quizás no era el más adecuado para el personaje. A destacar la presencia y bonita voz de bajo de David Sánchez (Grenvil) y el buen hacer del trabajo desarrollado por Francisco Pardo (Gastón) y Pedro Martínez Tapia (Marqués d´Obigny).

Fotografías: Facebook de Amigos de la Ópera de A Coruña

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