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Crítica: «La vida breve» y «La Tempranica» en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
4 de octubre de 2020

Comienzo desdoblado de temporada

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1 y 2-X-2020, Teatro de La Zarzuela. Granada. La Tempranica (Gerónimo Giménez). Nancy Fabiola Herrera (María, La Tempranica), Rubén Amoretti (Don Luis), Ruth González (Gabrié), Jesús Méndez (Gitano), Gustavo Peña (Don Mariano), Gerardo Bullón (Don Ramón), Ricardo Muñiz (Zalea). La vida breve (Manuel de Falla). Ainhoa Arteta (Salud), Jorge de León (Paco), María Luisa Corbacho (La abuela), Rubén Amoretti (El tío Sarvaor), Gerardo Bullón (Manuel), Jesús Méndez (El cantaor), Gustavo Peña (la voz de la fragua). Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco 

   El Teatro de la Zarzuela tenía previsto para abrir la temporada 2020-2021 un programa doble, bajo el título «Granada», formado por dos obras fundamentales de nuestro Teatro lírico, La Tempranica (Madrid, Teatro de la Zarzuela, 1900) de Gerónimo Giménez y La vida breve (Niza, Casino Municipal, 1913) de Manuel de Falla. La incidencia de esta pesadilla que estamos viviendo los últimos meses en forma de pandemia ha tenido la consecuencia de desdoblar las dos obras en días alternos con el objetivo de acortar la duración de cada velada, lo cual compromete directamente la dramaturgia ideada por Giancarlo del Monaco para relacionar las dos obras (que ya cuentan con suficientes elementos en común empezando por las dos protagonistas de raza gitana cuyo amor tiene el mismo carácter imposible), basada en un encuentro –que nunca se produjo- entre ambos compositores. Hay que subrayar que esta idea del encuentro entre Gerónimo Giménez y Manuel de Falla «funciona» fundamentalmente gracias a los buenos diálogos de Alberto Conejero y, sobretodo, a la actuación de dos grandes actores como son Jesús Castejón y Carlos Hipólito. Por lo demás y como es habitual –desgraciadamente y esto no es a causa del Covid- en el teatro que porta el nombre del género y que debería velar por sus esencias y la presentación de las obras en su integridad, se siegan todos los diálogos de La Tempranica, dejando su argumento prácticamente ininteligible.

   Esta forma de actuar demasiado recurrente de la actual dirección artística del recinto emite el siguiente mensaje: «El teatro buque insignia de la Zarzuela no cree en este género», pues el mismo lo conforman, no sólo la música, también sus libretos y la esencia de sus argumentos, los personajes, y sí, en gran parte de este singular género musical, también el costumbrismo, la parte folklórica, castiza, los tipos populares… y tantos elementos, pues bajo la denominación Zarzuela caben una gran variedad de subgéneros y manifestaciones del Teatro lírico Nacional. Que pueda haber una labor seria y trabajada de adaptación, de revisión de los diálogos cuando sea pertinente, podría ser una opción en determinados casos, cómo no, pero optar por suprimirlos en su integridad no parece de recibo.


   Por tanto, la magistral obra de Giménez se queda en la sucesión de sus números musicales, a cual más inspirado, que se alternan con los diálogos entre Gerónimo Giménez –Jesús Castejón y Manuel de Falla-Carlos Hipólito. Giancarlo del Monaco, que realizó una magnífica puesta en escena de Las golondrinas en el año 2016 con la que se materializó su debut en el teatro de la calle de Jovellanos, en esta ocasión se encontró «fuera de juego» y se notó en demasía que el regista italiano no conocía en absoluto la obra cuando recibió el encargo, por lo que se limita a mostrar, con su oficio indudable, una protagonista sufriente, presa de un amor imposible que la consume y un Don Luis, señorito de vida despreocupada que la desprecia, pues ni se le pasa por la cabeza formalizar relación alguna con una mujer de extracción social tan inferior a la suya. En el gran cuadro central de la obra, muestra del gran talento musico-teatral de Giménez- en que se fusiona lo cómico y lo folklórico con la expresión de dolor de la protagonista vemos unos personajes que parecen procedentes de las pinturas negras de Goya y que celebran una especie de akelarre en el que la condenada y sacrificada es la protagonista de la obra. «Tempranica me llaman, quizás lo sea, no pa las alegrías si pa las penas». En fin, un montaje desnortado presidido por la improvisación.

   La drástica reducción de músicos (apenas una veintena) por la exigencia de distancias del protocolo anti-covid en un foso pequeño como el del teatro de la Zarzuela, deslució como no, la inspiradísima orquestación de Giménez, pero hay que subrayar que Miguel Ángel Gómez Martínez motivado por la estupenda partitura, encauzó esta limitación en una especie de versión camerística de la misma, que tuvo indudable interés, pues obtuvo de la orquesta, a falta de empaste, sí limpieza y pulcritud, así como cierto refinamiento y bellos detalles. Eso sí, faltó un punto de tensión, de atmósfera y sustrato dramático –como ejemplo, el gran dúo de María con Don Luis- y de esa pasión racial que rezuma la obra. Sin embargo, resultó magnífico el acompañamiento en la gran escena Romanza y Vals de la Tempranica Sierras de Granada en impecable comunión con el coro, que, a pesar de verse también afectado por la reducción de efectivos, ya había alcanzado un notable nivel en el número de los cazadores del comienzo, además de una entregadísima Nancy Fabiola Herrera.

   Una rotunda ovación del público saludó la interpretación de esta magnífica pieza, una de las más grandiosas escenas para solista de nuestro género lírico. La mezzo canaria, tantas veces intérprete de la también racial Carmen,  completó una intensa interpretación, que a falta algo de garra y genuino apasionamiento, se basó en una entrega sin exageraciones, una expresión sincera del dolor y sufrimiento que devoran a la protagonista, que llegó directa al público. En lo vocal, si al canto de Herrera le pudo faltar variedad e incisividad, acreditó una sólida factura musical. Sin los diálogos originales, a Don Luis le dejan apenas el dúo y la imagen final fumándose de forma despreocupada un cigarrillo sobre la sacrificada María. Lo encarnó Rubén Amoretti, un tanto opaco tímbricamente, pero siempre intencionado en su canto y ajustado en escena. Pizpireta y desenvuelta sobre el escenario, como siempre, Ruth González en el personaje in travesti de Gabrié, pero en lo vocal, su interpretación del popularísimo zapateado La tarántula resultó más bien pobre, con un sonido blanquecino casi inaudible y demasiadas notas caídas y sin apoyo.  


   La vida breve, que también tuvo su estreno español en el Teatro de La Zarzuela en 1914 –después de su estreno mundial un año antes en Niza cantada en francés- consagra la genial capacidad de Manuel de Falla, nuestro músico de mayor difusión internacional, para integrar las diversas influencias, empezando por la de la propia obra de Giménez con la que iba a formar programa doble, del verismo italiano, Puccini, los impresionistas franceses, Debussy y Ravel, con la música popular española, especialmente el folklore andaluz.

   La orquestación original de la composición prevé más de 90 efectivos, por lo que el maestro Gómez Martínez ha tenido que reorquestar la obra adaptándola a apenas 26, para lo que consiguió, no sin dificultad, el permiso de los herederos del compositor, pero exclusivamente para esta ocasión. Es obvio señalar que la orquestación quedó empobrecida, con una cuerda raquítica y un sonido desempastado, pero Gómez Martínez impuso su fondo musical, experiencia como director de foso, así como su oficio como acompañante del canto y, siempre atento al escenario, firmó una estimable labor, en la que buscó que el detalle compensara la falta de consistencia sonora. Apreciable nivel el de las danzas con una buena coreografía de Nuria Castejón y notable actuación del cuerpo de baile.

   El carisma de Ainhoa Arteta garantiza que las tribulaciones de la muchacha gitana Salud lleguen con fuerza al público y nos interesen especialmente. La infortunada criatura fue encarnada con compromiso y entrega –no abandona en ningún momento el escenario- por la soprano tolosarra, que en lo vocal, asumió con solvencia una tesitura que incide especialmente en la zona alta con su timbre todavía bello y personal, así como un fraseo elegante y bien torneado, sólo afeado por alguna nota fija. Intensas ovaciones saludaron su encarnación y es que el público de Madrid cada vez demuestra más cariño por la Arteta, la soprano española, sin duda, más popular de los últimos años. Jorge de León compuso un viril y arrogante Paco, papel breve y personaje escasamente desarrollado, que apenas le permitió emitir alguna nota percutiente marca de la casa. María Luisa Corbacho prestó sus generosos medios al personaje de la abuela de la protagonista, aunque intepretativamente resultó más interesante el Tío Sarvaor de Rubén Amoretti, convenientemente amenazante en su «¡Dejamé que lo mate!» y en su irrupción en la boda de Carmela y Paco.  Correcta la amplificada prestación –al igual que en su intervención en La tempranica- del cantaor flamenco Jesús Méndez, mientras el buen barítono madrileño Gerardo Bullón aprovechó las pocas frases de Manuel para lucir la calidad de su timbre baritonal, noble y sonoro.

   El negro de la tragedia y el rojo de la sangre presiden la puesta en escena de Giancarlo del Monaco, aunque ideada en su día para el Palau de Les Arts y más trabajada que la de La Tempranica, tampoco se coloca entre sus mejores trabajos. Unos paneles móviles nada originales, la aguda expresión desde el comienzo de la angustia y ansiedad de la protagonista junto al planteamiento consistente en que la pérdida de la virginidad por parte de Salud -para verse después abandonada por el señorito que se casa con una chica de su clase- le lleva a la muerte, todo ello expresado con la fuerte presencia de la sangre y conectado con el culto al símbolo de la virginidad que ejerce la raza gitana, son las más interesantes aportaciones del montaje. Sin embargo y seguramente debido a mis limitadas luces, no entendí qué significa y aporta que el cantaor que dedica una soleá a los novios en la escena de la boda sea encarnado por un Cristo crucificado, a no ser que simbolice el sacrificio que dicho enlace supone para Salud.

Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela

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