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Crítica: 'El Canto de la Sibila' en el Música Antigua de los Pirineos

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Autor: Diego Civilotti
6 de agosto de 2015
Jordi Domènech


EL RESPLANDOR ANTES DE LA OSCURIDAD: EL FIN DEL MUNDO EN SORT



Por Diego Civilotti
Sort. 6/08/15. V Festival de Música Antigua de los Pirineos. Iglesia de Sant Feliu. Coro La Xantria: Queralt Sales, mezzosoprano. Mariona Llobera, mezzosoprano. César Polo, tenor. Tomàs Maxé, bajo. Jordi Reguant, órgano. Jordi Domènech, solista. Pere Lluís Biosca, dirección. Orlando di Lasso: Prophetiae Sibyllarum. Anónimo: El canto de la Sibila.

   Sí, podemos añadir un acierto más del 5º Festival de Música Antigua de los Pirineos (FeMAP), con una cita de calidad que giraba alrededor de El canto de la Sibila. En Sort, en el corazón del Pallars Sobirà, Jordi Domènech y el conjunto La Xantria dirigido por Pere Lluís Biosca hicieron resplandecer este drama litúrgico que anuncia el fin del mundo, cuyo origen se pierde en la oscuridad de la historia.  

   El público todavía estaba llenando la Iglesia de Sant Feliu de Sort cuando el director Biosca ponía en situación quienes ya habíamos llegado, refiriéndose a la versión que escucharíamos (con texto en catalán procedente de la Catedral de Vic) y al origen pagano del personaje de la Sibila, la profeta que en muchas ocasiones tanto en la antigüedad griega como romana, gozaba de prestigio e incluso era consultada por los gobernantes. Los oráculos de algunas, como el de la sibila Eritrea, se ponían por escrito. El carácter escatológico de algunos de ellos que tan bien se podían armonizar con el contenido de los textos bíblicos en relación al fin del mundo, así como el hecho concreto de que el segundo verso de uno de ellos se refiriera a un “Rey eterno” que “descenderá del cielo”, permitieron su continuidad durante el cristianismo medieval gracias a Eusebio de Cesárea (c. 260-c. 339) y San Agustín (354-430), quién tradujo el texto del griego al latín en un capítulo de La ciudad de Dios. Pese a que no sabemos en qué momento sucedió, los versos se musicaron y comenzaron a formar parte de la liturgia cristiana.

   Antes, en la primera parte, el conjunto La Xantria abordó con solvencia cuatro de los doce motetes Prophetiae Sibyllarum (“Profecías de la Sibila”): Carmina chromatico quae audis..., Sibylla persia, Sibylla Libyca y Sibylla Samia.  Orlando di Lasso escribió los Prophetiae inspirado, como otros compositores de su época, por los textos y la simbología sibilina. Se podría aplicar este adjetivo, en un sentido amplio, tanto al contenido de los versos como al carácter de la música misteriosa y exigente del compositor flamenco en este ciclo. Se trata de una obra que ocupa un lugar peculiar, casi aparte en su producción; la intensidad cromática y las progresiones armónicas son de gran audacia y constituye un ejemplo notable de uno de los grandes polifonistas del siglo XVI. La Xantria fue de menos además, adaptándose con cierta agilidad a las condiciones acústicas de la Iglesia y respondiendo, con un buen trabajo de conjunto del director y de los miembros, a las exigencias de los Prophetiae con momentos de óptima articulación y notable claridad. Podemos destacar Mariona Llobera (mezzosoprano en sustitución de Yolanda Romero), quién ofreció una buena interpretación, muy rica en matices. Tomàs Maxé (bajo) proporcionó una excelente profundidad y así como César Polo (tenor), una magnífica proyección. Entre cada uno de los cuatro motetes de di Lasso se intercalaron interludios instrumentales, que sin embargo no colaboraron positivamente en la fluidez y organicidad del conjunto de la obra.

   Un breve descanso dio paso a El canto de la Sibila. Aquí el rendimiento tanto de Maxé cómo de Polo fue superior, con una versión muy fiel al espíritu austero y solemne del drama, sin abandonar la intensidad en los momentos clave. Incluso Queralt Sales (mezzosoprano) despejó con convicción las dudas que nos había generado en los motetes de di Lasso de la primera parte. Muy acertado estuvo Jordi Reguant (órgano), con énfasis y al mismo tiempo equilibrio técnico, ofreciendo elegantes y soberbios pasajes. Pero el gran impacto de la noche fue el despliegue del contratenor Jordi Domènech: estuvo brillante y nos marchamos con la sensación de haber escuchado una sibila capaz de transmitir –gracias a un excepcional abanico de recursos técnicos, pero también a una aguda sensibilidad musical– no sólo la belleza esplendorosa de este canto, sino también el dolor verdadero, telúrico e intemporal que lo mantiene en pie desde hace siglos, la angustia del fin, de la muerte y la eternidad. Los asistentes, de pie durante un buen rato, supieron agradecer la maestría y el buen trabajo de Domènech, pero también de La Xantria y su director, Pere Lluís Biosca.

   Festivales como el FeMAP nos permiten escuchar obras como estas –con un arraigo histórico vinculado a una más amplia manifestación cultural y a veces religiosa– en un entorno y un contexto más adecuado que una sala de concierto. Y lo tenemos que aprovechar. Es la única manera que un objeto musical, artístico y cultural como El canto de la Sibila –recordemos que en la versión de Mallorca, que sobrevivió a la prohibición del Concilio de Trento, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2010– continúe interpelando a nuestro presente. La necesidad y el fondo arquetípico es el mismo de antes, pero los símbolos se han degradado. ¿O quizás no existe todavía hoy, la entrega a fuerzas ciegas del destino o la fortuna, perseguidos por la angustia y la incertidumbre? Antes las comunidades se reunían, angustiadas y casi enloquecidas en el fervor y la emoción religiosa, alrededor del oráculo y el drama litúrgico. Ahora la sociedad se amontona a las puertas de una administración de lotería (La Bruixa d’Or) en un cuadro –ya me perdonarán– profundamente grotesco, esperando la llegada del único objeto en el que creen: el dinero.

   Arthur Honegger, como una especie de “Sibila” musical, escribía en 1951 en Paris: “Cuando más miro a mi alrededor, más observo que se está desviando de la magia, del misterio, como de encantamiento, de la solemnidad que debería envolver a toda producción artística (...) Tiempo ha, un concierto era una especie de celebración, una reunión donde la magia vivía para el pueblo reunido en asamblea como para una función religiosa...”. El FeMAP creó las condiciones y los miembros de La Xantria y Jordi Domènech nos ofrecieron, ni que fuera por unos instantes, mucho de aquello que Honegger ya echaba de menos en la música occidental hace más de medio siglo.

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