
Crítica de Raúl Chamorro Mena de los dos conciertos ofrecidos por la Filarmónica de Múnich en Ibermúsica, bajo la dirección musical de Lahav Shani
Buenas perspectivas
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 3 y 4-II-2025, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 3-II-2025. Obertura núm. 2 (Louise Farrenc). Concierto para violín Op. 64 (Felix Mendelssohn). Esther Yoo, violín. Sinfonía núm. 5, Op. 64, (Piotr Ilich Tchaikovsky). 4-II-2025. Concierto para piano núm. 1, BWV. 1052 (Johann Sebastian Bach). Lahav Shani, piano y director. Sinfonía núm. 9, WAB. 109 (Anton Bruckner). Orquesta Filarmónica de Munich. Director Lahav Shani.
Después de la visita de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, casi sin solución de continuidad, el ciclo Ibermúsica nos traía otra orquesta excelsa, la Filarmónica de Munich, una de las tres destacadas agrupaciones con sede en la capital bávara.
Batutas de la categoría de Ferdinand Löwe, Felix Weingartner, Hans Pfitzner, Hans Rosbaud, Rudolf Kempe o Lorin Maazel jalonan su historia, pero fue la titularidad durante 17 años -1979-1996- de Sergiu Celibidache, la que dejó una impronta indeleble en la formación. Tras el cese de Valery Gergiev por su implicación y apoyo a Vladimir Putin, la orquesta comparecía con su titular in pectore -toma posesión en 2026- el israelí Lahav Shani, de 36 años de edad y por tanto, una clara apuesta de futuro.
Shani es uno de esos casos de instrumentista, en este caso pianista, que asume la dirección de orquesta y no es difícil adivinar el nombre de Daniel Barenboim como modelo.
En estas dos comparecencias, Shani me pareció un músico muy interesante, con corazón, vitalidad, gran intuición musical y entrega. Adolece de falta de técnica, gesto poco claro, incluso basto a veces, deficiencias en cuanto a construcción, limpieza de texturas y diferenciación de planos, pero el resultado de ambos conciertos es positivo y dada su juventud, Shani tiene camino por recorrer y amplio margen para crecer como músico.
El concierto del día 3 de febrero brindó la grata oportunidad de escuchar la obra de una compositora, la francesa Louise Farrenc (1804-1875), que cuenta, entre otras, con numerosas composiciones para piano –instrumento del que fue virtuosa-, tres sinfonías y dos oberturas, de la que se interpretó la Número 2 en mi bemol mayor. La muy interesante pieza de inspiración Beethoveniana fue expuesta con pulso y la fibra dramática requerida.
Muy difícil era de suplir la cancelación de Hilary Hahn, una violinista de rango histórico, a la hora de enfrentarse a uno de los conciertos más emblemáticos del repertorio, el de Felix Mendelssohn.
Esther Yoo, violinista estadounidense de origen coreano, ya presente en Ibermúsica en anteriores ocasiones asumió la sustitución con profesionalidad y corrección. Sin apenas introducción orquestal, el violín acomete la inspiradísima melodía introductoria, aseadamente delineada por la Yoo, que mostró seguridad en la afinación, musicalidad y sentido cantable, pero una expresividad demasiado epidérmica, además de un sonido un tanto duro, de limitada presencia, que no terminó de asentarse. La cadencia demostró un correcto virtuosismo, pero lejos de deslumbrar y al fraseo, cuidado, le faltó variedad e incisividad en una intérprete carente de comunicatividad y carisma. A pesar de ello, Shani puso la intensidad y calidez que faltó a la solista, que ofreció como propina, anunciada por ella misma, un arreglo propio de una canción coreana.
Las espléndidas maderas de la orquesta, fundamentales en la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, así como la cuerda grave, introdujeron el tema del destino, que recorre toda la obra con el debido dramatismo y Shani, que dirigió sin batuta y de memoria ambos conciertos, a pesar de un gesto poco claro e incluso brusco supo crear clímax y tensiones en un discurso orquestal contrastado, con aristas y audaces dinámicas. La orquesta demostró sus calidades con una cuerda apabullante, compacta, densa y plena de mordiente. La trompa solista introdujo hermosamente la sublime melodía en el segundo movimiento y la progresión con las sucesivas recapitulaciones del inspiradísimo tema estuvo garantizada por la batuta, intensa, cálida, y muy en harina dramática. Espléndido el solista de clarinete. En el tercer movimiento llega el mundo del ballet tan afín a Tchaikovsky y la batuta, no especialmente refinada, delineó el vals con apropiado sentido del rubato y aire danzable, aunque faltó una mayor claridad y toda la paleta de colores de la orquestación. Final incandescente y con gran carga emotiva el capitaneado por Shani al frente de una orquesta entregadísima y flamígera.
El segundo concierto, día 4 de febrero, abrió con la faceta como pianista de Lahav Shani, que tocó el Concierto para piano número 1 de Johann Sebastian Bach, obra que en su origen fue escrita para violín y en su versión teclado se ejecutaba en su época al clavecín. Shani, muy respetuoso con las inflexibles corrientes historicistas, tocó contenido con un sonido pulido y una digitación no totalmente cristalina, pues no evitó cierta borrosidad. En definitiva, una versión musical, pulcra, pero más bien desangelada, que apenas convocó unos tibios aplausos.
En la segunda parte venía la chicha del evento con, nada menos, que la inacabada y fascinante Novena sinfonía de Anton Bruckner, toda una prueba para batuta y orquesta. Hay que recalcar que, sin haberse escuchado una versión memorable o referencial, sí fue más que interesante y dada la juventud de Shani, tiene ante él un gran espacio para adquierir la madurez que requiere una obra tan monumental. La orquesta, espléndida, sonó compacta, vigorosa, con una cuerda densa, ancha, empastadísima, unas maderas a gran nivel y metales, -trompas y tubas de Wagner magníficas- rutilantes.
Bien planteado resultó el primer movimiento, pues la batuta preparó adecuadamente el grandioso clímax del fortísimo orquestal -muy seguros los metales. La cuerda cantó como está mandado y con la efusión lírica requerida el hermosísimo Gesansgsperiode o pasaje de la canción. Shani graduó bien el apabullante crescendo final del movimiento, al que faltó ese punto más de fuerza para hacerte vibrar en la butaca, pero atesoró la suficiente grandiosidad.
Pleno de pulso y brío el Scherzo, con la orquesta entregadísima -parecía salir humo de los arcos de la cuerda tanto grave como aguda, y bien contrastado el trío, en el que Shani volvió a demostrar su capacidad cantable y calor lírico.
Más irregular el tercer y último movimiento pues la parca impidió a Bruckner terminar el cuarto. Faltó limpieza en las texturas orquestales, clarividencia organizativa y contrastes. La tensión fue alterna y la batuta no logró alcanzar el enorme sentido transcendente y con la apropiada carga espiritual, que hiciera justicia a lo que es la despedida de un genio tan singular como el devoto organista de la Abadía de San Florián.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
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