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Libro: "Arte y música en Schopenhauer. El camino hacia la experiencia estética" de Carlos Javier González Serrano

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Autor: Aurelio M. Seco
6 de marzo de 2018

Schopenhauer con el arte y la música

   Por Albert Ferrer Flamarich
Arte y música en Schopenhauer. El camino hacia la experiencia estética. Carlos Javier González Serrano. Editorial Locus Solus, Madrid, 2016. 193 páginas. ISBN: 978-84-944995-2-4.

   El sello Locus Solus que ha editado Arte y música en Schopenhauer de Carlos Javier González Serrano (Madrid, 1985), especialista en Schopenhauer como acreditan su tesis doctoral y otras publicaciones, a su vez que honores como la presidencia de la Sociedad de Estudios en Español sobre Schopenhauer y la dirección de “Schopenhauriana. Revista de estudios sobre Schopenhauer en español”. Se trata de un trabajo breve, estructurado y expositivo que, partiendo de una raíz académica, ha sabido adaptarse al formato ensayístico. La redacción evoluciona sin digresiones arriesgadas que descentren al lector. Algo patente desde la introducción que focaliza tres ejes principales: la estética de lo bello; la importancia de la música en su obra (algo superado por Adorno quien construyó su pensamiento en torno a ella como un tótem, como justifica la tinerfeña filósofa y músico Marina Hervás en su tesis doctoral todavía no publicada); y, por último, la divergencia sobre el planteamiento kantiano en torno la música. Metodológicamente se apoya recurrentemente en extractos y citas concretas encauzadas por notas al pie de página o bien comentadas en estilo indirecto.

   Uno de los temas centrales versa sobre la metafísica de lo bello concebido como vía para mostrar la esencia íntima de la belleza y no como sistema normativo sobre el arte. Este punto se analiza desde la posición del sujeto que la experimenta y del objeto agente, entendiendo la belleza como fin de todas las artes. En consecuencia, ésta radica en el conocimiento puro concebido como un apriori, desvinculado de cualquier interés y siendo objetivable por hallarse en el sujeto en general. Ello se diferencia de lo útil o provechoso que depende de los avatares de lo individual como expone González Serrano. Esto justifica lo sublime como manifestación de la voluntad y experiencia estética, a su vez que resalta los vínculos y diferencias de este planteamiento respecto al dualismo platónico.

   Otros puntos de interés son las necesarias referencias a Leopardi y Baudelaire, el influjo en Mailänder y en Nietzsche; así como los nexos jaimistas amparados en la necesidad de apartarse de la incesante corriente de la apetencia, el deseo y su satisfacción buscando una paz duradera en nuestro interior. No menos sugerentes resultan la contra-argumentación a la música como arte y ciencia que debe ser apreciada emocionalmente y comprendida intelectualmente; los vínculos schopenhaurianos de la concepción de Eugenio Trías sobre la música como logos y gnosis sensorial. Y, por supuesto, la sintética y eficaz revisión de las perspectivas de Kant, Platón y Aristóteles sobre la música. Por otro lado, González Serrano no diferencia gráficamente la voluntad con mayúscula -término en sí- o en minúscula -querer de los sujetos individuales-, porque queda explícito en cada ocasión a lo largo del discurso y porque Schopenhauer tampoco lo destacó en sus textos originales.

El único problema

   Esta encomiable y sugerente monografía posee un demérito serio. Se trata de la ausencia correlativa o causal entre el título y su contenido. Sólo en el tercer capítulo, llamado “El arduo camino hacia la metafísica de la música: el conocimiento sentimental de la cosa en sí”, aborda la música y su consideración artística. Tarda veintidós páginas en llegar a ello, siendo la página 102 de las 139 totales del libro la que encabeza el tema. El planteamiento progresivo es lícito pero dedicar apenas una cuarta parte del volumen a lo que se presenta como eje central bajo el titulo genera un desequilibrio y unas expectativas fallidas.

   En este sentido cabe añadir la falta de comentarios entorno a Wagner y reflexiones sobre trabajos como los de Carl Dahlhaus, Peter Kivy, Michael Schneider, y en un ámbito geográfico más cercano, de Jordi Pons o Magda Polo, pilares internacionales y nacionales de la estética musical, respectivamente. Por ello, el lector no encontrará planteamientos sobre la música pura, ni un desarrollo extenso de la experiencia contemplativa ni tampoco una plasmación concreta a partir de composiciones. Igualmente, tampoco focaliza la experiencia de las emociones musicales, algo en lo que Schopenhauer fue pionero en plantear desde un prisma muy cercano al actual y que influyó en Eduard Hanslick, eminente crítico decimonónico. En conclusión, se trata de una muy buena referencia para aproximarse al pensamiento estético de Schopenhauer de manera ágil y concisa, pero escueta y parcial en lo relativo a la música como tema fundamental.

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